Emmanuel y Brigitte Macron, una pareja tranquila para un Elíseo convulsionado

El palacio presidencial francés ha sido los últimos años un centro de frecuentes intrigas amorosas

Silvia Ayuso
París, El País
Para no tener un puesto formal de primera dama, las mujeres en el Elíseo, esposas o novias de los presidentes franceses, han ocupado en numerosas ocasiones los últimos años los titulares de la prensa rosa y hasta de la menos coloreada. Algo que no tiene visos de cambiar ahora, aunque la que conforman Emmanuel y Brigitte Macron sea una de las parejas más sólidas que se instala en el palacio presidencial francés en la última década.


Es mucho el interés que suscita este matrimonio inusual. Por un lado, por parámetros como la edad, por el hecho de que ella le lleve al presidente electo 24 años; algo que, cuando es al revés, como en el caso de los Trump, no ha dado tanto de qué hablar. Pero también por la complicidad extrema entre esta pareja que ha luchado contra todo tipo de prejuicios, y ha prevalecido, y que ha hecho de su dúo un equipo personal, pero también profesional. Brigitte Trogneux Macron es la esposa, pero también la consejera y confidente de su marido desde aún antes de que este decidiera dar el triple salto mortal de meterse en una campaña presidencial. Y este no está dispuesto a renunciar a ella en su nueva etapa. Brigitte “tendrá el papel que siempre ha tenido a mi lado, no se va a esconder porque ella comparte mi vida, porque su opinión es importante”, ha declarado Macron.

La idea de una primera dama activa es algo a lo que los franceses no están habituados. Pero tampoco, en los últimos años, a ver siquiera una primera dama.

La situación familiar de los políticos no suele ser tratada en los medios de comunicación de una Francia que habitualmente respeta la vida privada de sus gobernantes, algo de lo que estos a menudo se han aprovechado. Como el socialista François Mitterrand, que durante años contó con la complicidad de la prensa para no desvelar que tenía una segunda familia lejos de la oficial en el Elíseo. Pero si son pocos los presidentes que pueden tirar la primera piedra en materia de vida familiar modélica, los líos amorosos de los últimos ocupantes del Elíseo han roto cualquier esquema.

Comenzó con el conservador Nicolas Sarkozy, que ostenta el récord de ser el primer presidente francés que se divorcia y que se vuelve a casar ocupando el Elíseo. En octubre de 2007, cinco meses después de asumir la presidencia, se confirmaba que Nicolas y Cécilia Sarkozy se divorciaban tras 10 años de matrimonio. La crisis había estallado nada más instalarse en el Elíseo, confirmó el año pasado el propio Sarkozy. Pero la historia no acaba ahí: solo un mes después de su divorcio, el presidente conocía en una cena a la exmodelo y cantante Carla Bruni, con la que se casó en febrero del año siguiente, en el Elíseo. La hija de la pareja, Giulia, nació en 2011 y convirtió a su padre en el primer presidente que oficialmente tiene descendencia durante su mandato.

Si los franceses pensaban que con la marcha de Sarkozy en 2012 el Elíseo tendría un respiro, se equivocaron. Con la llegada de Hollande al palacio presidencial los dramas personales no hicieron más que enrevesarse aún más. Hollande logró al hacerse presidente lo que su ya para entonces expareja, Ségolène Royal, no había logrado cinco años antes. Aun así, la madre de sus cuatro hijos y compañera sentimental durante décadas siempre ha sido una persona cercana a Hollande, que primero la apoyó en las elecciones legislativas y más tarde la nombró ministra de su Gabinete. Algo que pudo con los celos de su entonces pareja, la periodista Valérie Trierweiler. “La obsesión de Valérie era Ségolène”, reconoce el propio Hollande en el libro Un presidente no debería decir eso. Paradójicamente, no era Royal el verdadero problema de la novia del presidente. Su rival era Julie Gayet, una actriz con la que Hollande comenzó una relación cuando todavía estaba con la periodista, y que mantiene hasta hoy. La prensa publicó sus escapadas secretas del palacio del Elíseo en moto para visitar a su amante. Trierweiler se vengó —“Te destruiré”, le prometió— contando sus indiscreciones en un libro, Gracias por todo, que se agotó rápidamente en las librerías.

Tras tanta telenovela amorosa, puede que ver al presidente Macron, de 39 años, retratado, como hizo durante la campaña, dándole el biberón a uno de los siete nietos de su mujer, cuya hija Laurence iba a la misma clase que él, quizás no resulte tan chocante. En todo caso, los nuevos inquilinos del Elíseo juegan con una gran ventaja: hace mucho tiempo que dejaron de preocuparse por el qué dirán.

Entradas populares