El perfil: Ernesto Valverde y el tiempo de las cerezas

Barcelona, AS
Una dimensión personal del nuevo entrenador del Barcelona, un tipo que tiene mucho más carácter de lo que aparenta.
Una vez cumplido el trámite de la presentación como nuevo entrenador del Barcelona, Ernesto Valverdese irá a comer cerezas a su tierra acompañado de algunos amigos de confianza. Allá volverá a ser Ernesto. No el entrenador del Barça, ni el del Athletic, ni el del Olimpiakos, ni del Espanyol... Todos los que le conocen destacan de Valverde su normalidad. Un día, Javier Clemente cuando era entrenador del Espanyol, mientras esperaba la salida de un vuelo en el aeropuerto de El Prat vio a Ernesto paseando por la sala con sus gafas, su libro y con su amigo periodista -que se caracterizaba por su torpe aliño indumentario en un tiempo en el que los periodistas llevaban corbata- y no pudo más que exclamar ante la concurrencia: “Mírales, ni uno parece periodista, ni el otro futbolista”. Ese es el gran mérito de ambos (pero el que nos ocupa ahora es Valverde) Que no parece lo que es.



Valverde tiene más mala leche de lo que se le supone. Sirva esto como aviso a los que dudan de que sepa dirigir un vestuario como el del Camp Nou. Cuando dos de las estrellas incontestables del Athletic se creyeron más de lo que eran y le faltaron el respeto a los compañeros, duraron un suspiro en Lezama. Y eso, a veces es más difícil hacerlo en Bilbao que en Madrid o Barcelona. En el Espanyol le cerró la puerta del vestuario a todo un mito del españolismo a las primeras de cambio porque creía que no ayudaba a cohesionar el grupo, tampoco le tembló el pulso cuando en una final de la Europa League retiró del campo a Tamudo y a Iván de la Peña y su honradez le valió que en una Grecia en llamas los obreros le abrieran las barricadas para que llegara al entreno. Y todo lo hizo sin ruido, con una determinación tranquila.

Y es esa determinación la principal fuerza de un hombre al que desde el primer día que pisó un vestuario le llamaron el ‘raro’. Por leer libros, por gustarle una música que no se escuchaba en los vestuarios, por hacer fotografías, por ser amigo de escritores, por ser siempre consciente de donde había salido. Porque nunca ha ido contra nadie. Porque siendo normal, no es tan normal como parece. Puede que eso lo haya heredado de respetar a su padre, que se pasó seis meses en huelga junto a los obreros de la Michelin en Vitoria viviendo de la caja de resistencia. Y de recordar que siempre, a principios de junio, jugara donde jugara e hiciera lo que hiciera, tenía muy claro que el tiempo de las cerezas es sagrado y hay que aprovecharlo. Por eso, pase lo que pase esta temporada, dentro de un año, el entrenador del Barça volverá a llamarse Ernesto y volverá a comer cerezas.

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