El miedo del Madrid
Carlos Matallanas
As
Si no estuviéramos hablando simplemente de un ámbito deportivo, una pregunta como esa sólo se le ocurriría a un psicópata. “Decidme qué se siente” es el recochineo del abusón de la clase hacia el que sabe que no es tan fuerte como él. Pero la pregunta, cuya respuesta es lo de menos porque por mucho que unos expliquen los otros nunca entenderán, encierra la verdadera clave de la centenaria rivalidad entre Real Madrid y Atlético de Madrid.
Hace no tanto, desde el mismo lugar y con pancartas similares, se pedía rival digno para un derbi. Simeone lideró ese proceso de dignificación, uno de los mayores hitos del fútbol moderno, llegando a poner contra las cuerdas al todopoderoso rival. Sucedió tres años consecutivos en la mayor competición de clubes, teniendo como testigo al mundo entero. En dos finales y en unos cuartos agónicos, los blancos salvaron in extremis su aristocrática y privilegiada situación histórica. Pero vieron el abismo muy cerca, aunque nadie les haya preguntado nunca qué sintieron en esos momentos de zozobra. Más que nada por empatía, porque miles de atléticos seguramente tenían entre los madridistas a padres, hermanos, primos o amigos.
Los indicios más significativos para entender aquel pasajero temor madridista los encontramos en el descanso de la final de Lisboa de 2014, cuando el marcador mostraba 1-0 a favor de los rojiblancos, flamantes ganadores de LaLiga siete días antes. Desde el sector madridista se comenzó a cantar con unanimidad posiblemente el único cántico que uno jamás imaginaría oírlo de las gargantas de esa afición: el revolucionario “sí se puede”, que en fútbol popularizaron hinchadas de selecciones y clubes pequeños para convencerse de que, algunas veces, la vida nos demuestra que Goliat no es invencible.
¿Cómo no se va a poder si tienes el mayor presupuesto del mundo, cinco veces mayor que el de tu vecino y rival; si tienes a los dos jugadores más caros de la historia sobre el campo; si te permites el lujo de sacar en la segunda parte a Marcelo, uno de los mejores laterales de todos los tiempos; si tienes a Di María, mejor jugador de la temporada (aunque se lo agradezcas vendiéndolo ese mismo verano); si tienes a Modric, si tienes a una bestia de la naturaleza y la seguridad en uno mismo como es Sergio Ramos; si tu rival, con sus jugadores sin recambio totalmente exhaustos, no puede contar con sus casi únicas figuras, Diego Costa y Arda Turan; y si, por encima de todo, el partido solo va 1-0? ¿De verdad que las piernas temblaban tanto como para no observar todo esto y tener que agarrarse al desesperado sí se puede?
El día que Goliat, frente a David, en mitad de la batalla, se animó a sí mismo al grito de sí se puede, muchos entendimos que la obra de Simeone había tocado techo. Los cielos, mejor dicho. Ganar o perder un partido es cuestión de segundos, de centímetros. Pero esa victoria vale mucho más que todos los títulos del mundo. Porque confirma que, pase lo que pase, el trabajo ha sido inmejorable. Es decir, produce orgullo.
Las escasas opciones de remontada atlética este miércoles pasan en gran parte por que lo emocional someta a lo futbolístico, donde el Madrid siempre parte con ventaja. Si el entusiasmo y la rebeldía atlética dan paso a un marcador favorable con tiempo por delante, la euforia del Calderón saltará al césped. Entonces puede que sobrevuele sobre el Manzanares aquella sensación del descanso de Lisboa. Y en esos momentos de incertidumbre, quizá los autores de la pancarta de la ida y quienes la apoyaron deban preguntarse por qué sintieron la necesidad de hacer esa pregunta.
Lo esperable es que a los colchoneros les sea difícil simplemente ganar el partido. Pero si son capaces de igualar la eliminatoria o simplemente acercarse mucho, independientemente de que los blancos acaben pasando a la final, volverá a quedar patente una verdad oculta que inconscientemente albergan en su idiosincrasia ambas aficiones, ambos clubes, ambos equipos: el Real Madrid, el equipo más laureado, el club más grande de la historia, sólo tiene miedo a una cosa, a perder contra el Atleti.
Carlos Matallanas, enfermo de ELA, escribió este artículo utilizando un ordenador especial en el que con la pupila va escribiendo letra a letra. Tardó dos días en escribirlo.
As
Si no estuviéramos hablando simplemente de un ámbito deportivo, una pregunta como esa sólo se le ocurriría a un psicópata. “Decidme qué se siente” es el recochineo del abusón de la clase hacia el que sabe que no es tan fuerte como él. Pero la pregunta, cuya respuesta es lo de menos porque por mucho que unos expliquen los otros nunca entenderán, encierra la verdadera clave de la centenaria rivalidad entre Real Madrid y Atlético de Madrid.
Hace no tanto, desde el mismo lugar y con pancartas similares, se pedía rival digno para un derbi. Simeone lideró ese proceso de dignificación, uno de los mayores hitos del fútbol moderno, llegando a poner contra las cuerdas al todopoderoso rival. Sucedió tres años consecutivos en la mayor competición de clubes, teniendo como testigo al mundo entero. En dos finales y en unos cuartos agónicos, los blancos salvaron in extremis su aristocrática y privilegiada situación histórica. Pero vieron el abismo muy cerca, aunque nadie les haya preguntado nunca qué sintieron en esos momentos de zozobra. Más que nada por empatía, porque miles de atléticos seguramente tenían entre los madridistas a padres, hermanos, primos o amigos.
Los indicios más significativos para entender aquel pasajero temor madridista los encontramos en el descanso de la final de Lisboa de 2014, cuando el marcador mostraba 1-0 a favor de los rojiblancos, flamantes ganadores de LaLiga siete días antes. Desde el sector madridista se comenzó a cantar con unanimidad posiblemente el único cántico que uno jamás imaginaría oírlo de las gargantas de esa afición: el revolucionario “sí se puede”, que en fútbol popularizaron hinchadas de selecciones y clubes pequeños para convencerse de que, algunas veces, la vida nos demuestra que Goliat no es invencible.
¿Cómo no se va a poder si tienes el mayor presupuesto del mundo, cinco veces mayor que el de tu vecino y rival; si tienes a los dos jugadores más caros de la historia sobre el campo; si te permites el lujo de sacar en la segunda parte a Marcelo, uno de los mejores laterales de todos los tiempos; si tienes a Di María, mejor jugador de la temporada (aunque se lo agradezcas vendiéndolo ese mismo verano); si tienes a Modric, si tienes a una bestia de la naturaleza y la seguridad en uno mismo como es Sergio Ramos; si tu rival, con sus jugadores sin recambio totalmente exhaustos, no puede contar con sus casi únicas figuras, Diego Costa y Arda Turan; y si, por encima de todo, el partido solo va 1-0? ¿De verdad que las piernas temblaban tanto como para no observar todo esto y tener que agarrarse al desesperado sí se puede?
El día que Goliat, frente a David, en mitad de la batalla, se animó a sí mismo al grito de sí se puede, muchos entendimos que la obra de Simeone había tocado techo. Los cielos, mejor dicho. Ganar o perder un partido es cuestión de segundos, de centímetros. Pero esa victoria vale mucho más que todos los títulos del mundo. Porque confirma que, pase lo que pase, el trabajo ha sido inmejorable. Es decir, produce orgullo.
Las escasas opciones de remontada atlética este miércoles pasan en gran parte por que lo emocional someta a lo futbolístico, donde el Madrid siempre parte con ventaja. Si el entusiasmo y la rebeldía atlética dan paso a un marcador favorable con tiempo por delante, la euforia del Calderón saltará al césped. Entonces puede que sobrevuele sobre el Manzanares aquella sensación del descanso de Lisboa. Y en esos momentos de incertidumbre, quizá los autores de la pancarta de la ida y quienes la apoyaron deban preguntarse por qué sintieron la necesidad de hacer esa pregunta.
Lo esperable es que a los colchoneros les sea difícil simplemente ganar el partido. Pero si son capaces de igualar la eliminatoria o simplemente acercarse mucho, independientemente de que los blancos acaben pasando a la final, volverá a quedar patente una verdad oculta que inconscientemente albergan en su idiosincrasia ambas aficiones, ambos clubes, ambos equipos: el Real Madrid, el equipo más laureado, el club más grande de la historia, sólo tiene miedo a una cosa, a perder contra el Atleti.
Carlos Matallanas, enfermo de ELA, escribió este artículo utilizando un ordenador especial en el que con la pupila va escribiendo letra a letra. Tardó dos días en escribirlo.