Dime de dónde eres y te diré cómo eres

Prejuicios y estereotipos sobreviven en el imaginario colectivo a pesar del enorme aumento de la información y del conocimiento

Carles Carreras
El País
La idea de que el territorio y sus características físicas, especialmente, determinan y explican la historia de los pueblos es incluso anterior a la definición científica de esta corriente de pensamiento dentro de la geografía.


Numerosos libros de viajes, desde la más remota Antigüedad clásica hasta hoy, han abundado en explicaciones sobre la vida social y económica y sobre la historia de los países visitados a través de algunos rasgos sobresalientes de su relieve o de su clima en descripciones más o menos fantasiosas. La indolencia de los pueblos que habitan las zonas tropicales o los climas suaves y cálidos en general, como en el caso de los mediterráneos, a veces; la espiritualidad de los castellanos enfrentados al cielo inmenso en sus llanos sin límites; la laboriosidad de las sociedades nórdicas obligadas por el frío dominante a concentrar en el tiempo sus actividades agrícolas favoreciendo el trabajo en común y la vida social en torno al hogar. Estos y tantos otros prejuicios y estereotipos sobreviven en el imaginario colectivo de la sociedad contemporánea a pesar del enorme aumento de la información y del conocimiento.

Desde el arranque del gran debate sobre la economía política y el origen de la riqueza de las naciones, los llamados fisiócratas apuntaron a la fertilidad diferencial de los suelos agrícolas como causa de la desigualdad en las rentas. Así queda establecido, por ejemplo, tanto en los inicios del liberalismo en el Tableau Économique, de François Quesnais (1694-1774), de 1758, como en On the Principles of Political Economy and Taxation, de David Ricardo, (1772-1823), de 1817.

A raíz de la progresiva consolidación de la Europa de los Estados, hacia finales del siglo XIX, Alemania organizó su sistema universitario a partir de la herencia intelectual de los hermanos Alexander (1769-1859) y Wilhelm von Hum­boldt (1767-1835). En este proceso se estableció una nueva división del trabajo científico, que duraría más de cien años, dentro de la cual se crearon las facultades y escuelas en torno a cátedras como la de Ecología de Ernst Haeckel (1834-1919) en Jena o a la de Geografía de Friedrich Ratzel (1844-1904) en Heidelberg, entre muchas otras.

En torno a Ratzel se formó una escuela de geografía alemana, científica y moderna, física y especialmente humana, incluso política. En ella, profesores e investigadores en sus departamentos y gabinetes estudiaban los procesos y las formas territoriales a partir de las mutuas y complejas interrelaciones entre la naturaleza y la sociedad humana. Esta escuela difundió sus influencias por Europa Central y Oriental, por Escandinavia e incluso por Estados Unidos.

Por otra parte, Francia, que durante casi ocho decenios disputó bélicamente con su vecino oriental la hegemonía continental, también en el campo de la organización universitaria y de la propia geografía se vio obligada a plantear sus ­alternativas. En torno a la figura del humanista Paul Vidal de La Blache (1845-1918) desarrolló una geografía regional desde el epicentro de la Rue Saint-Jacques, en la colina de la Sorbona, por todos los países de la francofonia y la francofilia, entre ellos España.

Fue en la geografía regional francesa, seguida en parte por la geografía cultural norte­americana, donde se descalificó el ambientalismo alemán, reduciéndolo con el calificativo de determinismo. Se trataba especialmente de diferenciarse, y basándose teóricamente en el vitalismo y espiritualismo de Henri Bergson (1859-1941) afirmaban sobre todas las cosas la libertad del hombre y sus diversas posibilidades de adaptación y de ­superación de los condicionantes naturales. De esta forma, la geografía, como la región de Alsacia y Lorena, se transformó en una especie de provincia científica cuyo control se disputaron germanos y franceses, oscureciendo muchos de los avances de la disciplina tanto en ambos Estados como en todos los demás.

Las dos grandes derrotas alemanas del siglo XX, con sus secuelas de muerte y destrucción y las trágicas diásporas de los supervivientes, facilitaron el desplazamiento de todas las hegemonías al otro lado del Atlántico, también la geográfica. Determinismo y posibilismo fueron así superados en la geografía internacional por las sucesivas explicaciones cuantitativas, por las críticas más o menos radicales o por las múltiples versiones posmodernas.

Fuera de la disciplina geográfica, en cambio, la fuerza de los condicionantes naturales y de sus grandiosas manifestaciones periódicas continuó atrayendo la explicación científica de muchos hechos históricos, económicos y políticos, e incluso sociales. Historiadores económicos como Earl J. Hamilton (1899-1989) o David S. Landes (1924-2013), incluso economistas como el estadounidense laureado Paul Krugman, han recurrido a elementos del medio natural para construir algunas de sus explicaciones, atribuyendo generalmente el nombre de geografía, la disciplina, a su objeto de estudio: el territorio.

Pero han sido especialmente el ensayo y el periodismo los ámbitos en los que las explicaciones de deterministas han encontrado mayor eco y aplicación. Sin lugar a dudas, la culminación de este hecho se puede ver en la conocida y compleja obra de Robert D. Kaplan. Él se ha dedicado fundamentalmente a interpretar la situación actual de los territorios del antiguo Imperio Otomano, aunque su libro más popular y significativo por su contenido determinista y por su contundente título es La venganza de la geografía, de 2012. Más recientemente, el periodista británico Tim Marshall ha abundado en el tema con otra popular obra sobre la influencia del territorio natural en la historia de los pueblos, centrada en 10 mapas diferentes.

Frente al mudo desprecio de la mayor parte de la comunidad de geógrafos académicos ante este tipo de obras, con la excepción de alguna crítica esporádica, como la de Harm de Blij (1935-2014), quizá la actitud más inteligente sea la de subirse a esta ola de popularidad. Si la opinión pública cree en el poder explicativo de lo que entiende por geografía, con mayor o menor precisión, el papel de los geógrafos profesionales debería ser el de mostrar las implicaciones intelectuales e ideológicas de las explicaciones demasiado simplistas y analizar ejemplos de determinaciones y de adaptaciones, de superaciones y excepciones diversas. Ello con todo el rigor, pero sin elitismos ni desprecios y tratando de conectar con las necesidades y los intereses de los ciudadanos del siglo XXI. Más aún cuando la evidencia sobre la limitación de la Tierra y el impacto de los fenómenos naturales es incontestable.

Carles Carreras es catedrático de Geografía Humana en la Universidad de Barcelona y miembro de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona.

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