Detenida en Argentina una monja acusada de elegir a niños “sumisos” para curas violadores

La japonesa Kosaka Kumiko ocultaba con pañales las heridas de los menores abusados en el Instituto Provolo

Federico Rivas Molina
Buenos Aires, El País
“Soy una persona buena que he entregado mi vida a Dios”, dijo la monja Kosaka Kumiko. Vestida aún con su hábito, pero esposada y con chaleco antibalas, la religiosa se declaró inocente ante el juez que la acusa de ayudar y encubrir a los sacerdotes que, durante años, abusaron sexualmente de los niños sordos que tenían a su cuidado en el Instituto Provolo de Mendoza, en Argentina. Kumiko llegó al colegio en 2007 desde Japón, y durante seis años fue “el demonio con cara de mujer” detrás de las violaciones, como la llamó uno de los abogados de las víctimas. Esos mismos niños han sido ahora los verdugos judiciales de la monja: en marzo pasado, una adolescente contó que, cuando tenía sólo cinco años, Kumiko le colocó un pañal para disimular el sangrado que le producía la violación sistemática a la que la sometían varios sacerdotes de la orden. La mujer tenía también la misión de seleccionar a los niños más “sumisos” y entregarlos como presas a los curas. Ahora ha quedado detenida, luego de estar prófuga durante más de un mes.


El Instituto Provolo de Mendoza fue noticia en Argentina en diciembre del año pasado, cuando la justicia detuvo a los sacerdotes Nicolás Corradi, de 82 años, y Horacio Corbacho, de 56, imputados por "abuso sexual agravado con acceso carnal y sexo oral" contra al menos una veintena de niños hipoacúsicos de entre 10 y 12 años. Los alumnos eran forzados a practicar sexo oral en presencia de los curas y algunos fueron violados y golpeados, según sus propios relatos.

La cabeza del infierno era Corradi, llegado a la Argentina en la década del 60 desde el Instituto Antonio Provolo de Verona. Desde allí lo envió la Iglesia para protegerlo de decenas de denuncias de violación de menores. No le quitó los hábitos, sino que lo alejó lo más posible del escándalo, bien al sur, en Argentina. Los abusos y las golpizas de Corradi se reanudaron en el país sudamericano, primero en La Plata y después en la Mendoza, 1.000 km al oeste de Buenos Aires. Durante los últimos años, Corradi encontró en Kumiko a un cómplice de peso, una mujer con carisma entre los niños e inmune a la culpa.

La monja forma parte de la congregación Nuestra Señora del Huerto y, desde su llegada al Provolo, tuvo a su cargo el cuidado de los 43 niños que en 2007 dormían en el instituto. Desde ese puesto ejerció, según los testigos, un papel determinante en la trama de abusos. Las víctimas son ahora adolescentes que, poco a poco, se han animado a hablar. En el expediente figuran la denuncia de la joven que contó cómo la monja ocultaba el sangrado de los vejámenes con pañales, la de otra menor que relata que era enviada por Kumiko a la habitación de Corbacho para ser abusada y testimonios “que dicen que la religiosa participó en tocamientos a nenas, les pidió que se toquen entre ellas y vio pornografía junto al celador Jorge Bordón (otro detenido) en un televisor”, relató el abogado Sergio Salinas, de la ONG Xumek, a cargo de la querella.

Pero su principal función fue elegir a los niños más vulnerables. “Los golpeaba sistemáticamente y el más sumiso era entregado a los violadores. El que se rebelaba se salvaba de los abusos”, explicó Salinas al canal de noticias TN. Cuando las pruebas se acumularon, Kumiko huyó y se ocultó en Buenos Aires, adonde finalmente se entregó. “Soy inocente, no sabía de los abusos”, le dijo al juez.

Los abusos en el Instituto se conocieron en 2008, pero la causa fue archivada por la justicia. La sucesión de testigos finalmente reactivó el caso. El fiscal Fabricio Sidoti, a cargo de la investigación, contó que “los chicos dicen que los llevaban a la Casa de Dios, un lugar que hay en el instituto, donde los metían. Las víctimas veían a través de las rendijas de la puerta lo que pasaba”. El escándalo estalló finalmente en diciembre, el instituto fue intervenido y la Iglesia se vio obligada a asumir que algo pasaba en el lugar, tras años de silencio.

En ese entonces, la voz oficial estuvo a cargo del arzobispo de Mendoza, Carlos María Franzini. “Quiero aclarar mirándolos a los ojos, con las manos limpias y la conciencia tranquila, que nunca fuimos notificados de antecedentes penales que pesaran sobre ninguno de los sacerdotes imputados. Tampoco hemos recibido denuncias o comentarios sobre irregularidades que hubieran sucedido en dicho Instituto”, dijo el sacerdote. Los antecedentes de violación de Corradi, conocidos por la Iglesia italiana, al parecer nunca llegaron a Argentina.

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