Muere el teórico de la democracia Giovanni Sartori a los 92 años

El politólogo italiano fue uno de los pensadores contemporáneos más relevantes en el estudio de los sistemas políticos y de partidos y un crítico tardío del multiculturalismo

Daniel Verdú
Roma, El País
En una ocasión le preguntaron al profesor Giovanni Sartori, capaz de desplegar en cada respuesta un abrumador repertorio de argumentos e ironía que podían sonar a arrogancia intelectual, si no era demasiado altezzoso (altanero en italiano). Él respondió. “Ciertos personajes son pigmeos. Es inevitable mirarles desde arriba”. Sartori, que murió ayer a los 92 años, se refería principalmente a algunos exponentes de la clase política italiana, de quienes fue gran azote este pensador lúcido y brillante, autor de decenas de ensayos que han cambiado el estudio de la ciencia política.


Nacido en Florencia el 13 de mayo de 1924, ha sido uno de los intelectuales contemporáneos más relevantes en el análisis de las democracias y los sistemas de partidos políticos. Politólogo y sociólogo de mirada corrosiva e insobornable, fue capaz de aportar brillo, humor y, sobre todo, mucha claridad al embrollo legal, social y político de la sociedad italiana. A menudo con refrescante ironía y cierto sarasmo flotando sobre la carga científica que le permitían transitar con elegancia por un pensamiento tradicionalmente áspero.

Sartori fue profesor emérito en la Universidad de Florencia, y a partir de 1976 empezó a enseñar en universidades de Estados Unidos: primero en Stanford y luego en la de Columbia de Nueva York. Se convirtió en uno de los referentes del mundo de la comunicación con sus teorías sobre la influencia de los medios en la sociedad. Sus obras, de una incansable mordacidad y siempre combativas con el poder, han encendido la hoguera mediática y política cada vez que se han publicado. Sucedió con referencias como ¿Qué es la democracia? (1997), con La sociedad multiétnica: pluralismo, multiculturalismo y extranjeros (2001) o con el referencial Homo videns: la sociedad teledirigida (1998). En junio de 2015 publicó su último libro, La carrera hacia ninguna parte. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro (Taurus).

Difícil de clasificar, incluso intelectualmente “extravagante”, como se definió él mismo en el discurso de la entrega de premios de los Príncipe de Asturias, su pensamiento siempre discurrió fuera de los esquemas o convenciones teóricas del establishment intelectual. Laico y crítico con la Iglesia, especialmente por su falta de control en la expansión de la población en los países pobres, fue acercando su mirada y sus tesis al conflicto generado por los crecientes fenómenos migratorios y el Islam, dos de sus últimas obsesiones políticas: muy a menudo polémicas por su pretendida distanciamiento del amable discurso multicultural. “La civilización occidental y el Islam actual son fundamentalmente incompatibles”, sostuvo en una entrevista con este periódico en 2001.

Contestario con el poder italiano de los últimos 20 años —suyos son los términos Porcellum o Matarellum que definen las caóticas leyes electorales italianas—, recibió ayer de este universo los mayores elogios. Puede que el Presidente del Consejo de Ministros, Paolo Gentiloni fuera el más preciso: “Gracias por la ciencia y la inteligencia corrosiva con la cual este estudioso ilustre ha dado mapa y nombre a la política para que pudiera reencontrarse a sí misma”.

En ese pequeño universo, una de sus obsesiones políticas fue el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, a quien dedicó el libro El Sultanato, una recopilación de sus artículos sobre Il Cavaliere en Il Corriere della Sera. Pero su crítica se situó siempre a ambos lados del eje ideológico tradicional. Especialmente contra el también florentino y ex premier, Matteo Renzi. “Mientras Berlusconi era un tramposo blanco, Renzi es un tramposo agresivo”, dijo en una de sus últimas entrevistas. ¿Algo que le gustase de él? “Su falta absoluta de vergüenza”.

Los medios de comunicación, la información sobre lo público y la confusión generada en el mundo de las pantallas formaron parte de su cuerpo teórico. Pero la capacidad para aportar algún orden al ruido mediático, constituyó la parte más valiosa de su dedicación como sociólogo. Anticipó tanto, que incluso serviría una reflexión que sobre sí mismo aplicable al imperio de la todología y la tertulia global a la que, a menudo, tiende hoy cierto periodismo: “Soy un superviviente de otro tiempo, uno de los últimos dinosaurios que aún creen que lo importante es intentar conseguir que se entienda un problema, y no sólo aportar nuevos comentarios y análisis”.

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