Cinco goles y otra baja

El Atlético goleó a Las Palmas con un inicio eléctrico. Gameiro por partida doble, Saúl, Thomas y Torres, autores de los goles. Giménez se marchó tocado.


Patricia Cazón
As
A los dos minutos, el partido ya se había acabado. Por mucho que Setién saliera con todos sus nombres, todos los buenos, algo intangible separaba a los dos equipos: lo que se juegan. Uno, Las Palmas ya nada, sólo honor. El otro, el Atleti, seguir siendo tercero, ya no hay colchón con el Sevilla. Cada jornada es lo mismo, ganar o ganar.


Pero en dos minutos, el Atleti había espantado la resaca que dejó Villarreal, un partido entero de dale, dale, dale en busca del gol y sólo darse de bruces contra una pared. En dos minutos en Las Palmas, el botín ya era una ocasión y un gol. Lo haría Gameiro, ayer titular por primera vez desde marzo, llega a tiempo, se sube a bordo cuando ahí asoma el gran reto, la esquina del Bernabeú, la semifinal el Madrid. El puso la pierna derecha pero la mitad de su gol era un centro. Venía desde la izquierda y lo firmaba Saúl. ¿Tiene techo? No se atisba.

Era el minuto 2 y el Atleti ya jugaba a placer, como si el campo fuera suyo, sin oposición, como si el equipo rival fueran solo nombres y no hombres. De Roque Mesa sólo asomaba su bigotillo de galán de telenovela. Eso y sólo eso, parecía encogido ante dos gigantes, Gabi y Saúl. Pero era lo del hombre que el día anterior había dicho que Griezmann no tiene nivel para el Madrid, ese llamado Jesé, que estaba lo decía el acta pero no el fútbol. Era un cero, un cero con negativo: de fútbol nada, pero a la media hora ya tenía tarjeta por fingir piscina al sentir un roce en el área. Como actor tampoco.

Y mientras el tiempo pasaba y Jesé miraba (eso que ocurría a su alrededor era un partido de fútbol, lo redondo, de color blanco, que corría entre y otros, un balón), Saúl pedía foco para ser el protagonista de esa vieja película rojiblanca que tantas alegrías dio: el balón parado. Córner botado desde la derecha, ganarle en el salto a Bigas y cabezazo de libro. El aire del Gran Canaria ya era un silbido constante cada vez que su equipo tenía el balón. Sólo Halilovic le ponía ganas, pero resultaba barullo más bien. Como cuando se agita una gaseosa y el agua sale disparada sin ton ni son.

Setién parecía un hombre de cera en su banquillo. Ni pestañeaba.

El Atlético a lo suyo: hacer todos los goles que no quisieron entrar ante el Villarreal. Se quitaba a Las Palmas de encima como quien se aparta un pañuelo de la cara, tan fácil. Trenzaba, combinaba y disfrutaba. En el tercer gol, el balón pasaría por cinco futbolistas antes de volver al fondo de la red de Javi Varas. Lo enviaría, de nuevo, Gameiro, a pase de Gaitán, otro que se sube.

El Atleti aprovechó para descansar jugando, haciendo un rondo de ciento cinco por sesenta y ocho metros, todo el campo, sin rival. Justo antes del descanso, Griezmann añadió otra foto a su catálogo: renunciar a hacer un gol al ver que un compañero, aunque vista rival, cae al suelo lesionado. Era Macedo, Grizi echó el balón fuera sin pensar. El gesto no es fútbol es más que eso: le hace (aún más) grande.

A la hora, el Atleti seguía teniendo el partido por la pechera, el descanso nada lo había cambiado, y Simeone pudo empezar a pensar en Champions. El primero en descansar sería Gameiro, unos minutos después de estampar en el palo un balón que olía a hat-trick. El aire de Las Palmas era un mismo: perder cada dos pasos un balón. Si Halilovic probó a rematar por primera vez a Oblak. Jesé seguía siendo una copia triste del Jesé que fue.

Entonces, en los minutos de frenesí del árbitro con las tarjetas, la tarde plácida se le emborronó al Atleti. Boateng saltó a por un balón con Giménez y la acción tendría dos consecuencias: roja al primero, brazo tintado del otro al aire, pidiendo el cambio. Aductor decían sus labios. La alarma roja. Giménez, el lateral derecho de urgencia del Cholo sin laterales derechos. Y ahí en tres días está el Madrid, la Champions, el Bernabéu. Lesión muscular. La sombra de su lesión no la espantarían ni los goles de Thomas ni el de Torres que cerraban la mano, la goleada. Seguía ahí. Esa. Y la de Juanfran en Leicester, y la de Carrasco el otro día, y ahora de nuevo Giménez. Casi una por partido, cercando como un virus. Cuando a Simeone lo engulló el túnel, este partido había pasado, su cabeza jugaba el siguiente: encontrar un lateral derecho para el martes ante el Madrid.

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