Trump: “La inmigración es un privilegio, no un derecho”

El presidente de EEUU y Merkel tratan de salvar sus diferencias en su primera reunión

Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Salió a recibirla, se estrecharon las manos y repartieron sonrisas. En su primer encuentro, Donald Trump y Angela Merkel ensayaron ayer en Washington algo parecido a la amistad. En un intento de elevar la temperatura de una relación mal avenida, evitaron la disputa comercial, no citaron a Vladimir Putin y buscaron las coincidencias. Pero Trump no pudo evitar ser él mismo. Y si la canciller alemana fue liberal y defendió la diversidad, el presidente de Estados Unidos ensalzó el proteccionismo y consideró “la inmigración un privilegio, no un derecho”. Dos aliados, pero distantes.


Entre Trump y Merkel hubo durante mucho tiempo algo más que distancia. El presidente de Estados Unidos sueña con construir muros; la canciller alemana sufrió en carne propia la dictadura de uno. Desde esa lejanía, ambos líderes trataron de reconstruir una relación que atravesaba mínimos históricos.

Para ello, Merkel se preparó la cita concienzudamente. Como buena doctora en Física no dejó nada al azar. Repasó años de declaraciones y entrevistas al millonario, incluida una que publicó la revista Playboy en 1990, y llegó dispuesta a ganarse al presidente de Estados Unidos mediante la persuasión. ““Mejor hablar uno con otro, que uno de otro. Somos aliados desde hace muchos años, tenemos intereses compartidos y no podemos olvidar la ayuda que nos brindó Estados Unidos después de la guerra”, dijo la canciller.

En esta búsqueda del consenso, Merkel se hizo acompañar en las reuniones de dirigentes de grandes compañías como BMW y Siemens. Con ellos delante, le resultó más fácil limar asperezas en el punto más conflictivo de la agenda: la balanza comercial. Frente al proteccionismo feroz de Trump y sus aplausos al Brexit, la canciller preconiza el libre mercado y una Europa fuerte. En este terreno, su. juego es doble. No sólo es la líder de una unión que desconfía del aislacionismo del republicano, sino que dirige un país con el mayor superávit comercial del planeta: 253.000 millones de euros el año pasado.

Son cifras que irritan profundamente al presidente y sus adláteres. EEUU tiene un déficit en su balanza de 470.000 millones (50.000 millones con Alemania). En su retórica proteccionista, la Casa Blanca ha llegado a acusar a Berlín de forzar un euro débil para multiplicar sus exportaciones y ha amenazado con levantar barreras fiscales a los productos alemanes. Merkel ha hecho ver que no lo consentirá y su Gobierno ha filtrado que está dispuesto a tomar represalias contra las empresas estadounidenses.

El asunto es pura dinamita y podía arruinar el encuentro. Para evitarlo, ambos buscaron el camino de la retórica. “Siempre hay diferencias, pero la tarea de un político es avanzar y hallar puntos de encuentro buenos para los dos. Hay que ser justos unos con otros”, indicó Merkel.

Trump, aunque intentó moderar su tono, no pudo dejar de quejarse, aunque sin citar a Alemania. “No soy aislacionista, pero entiendo que el libre comercio debe ser un comercio justo. Hemos sido tratados muy, muy injustamente durante mucho tiempo, y ha llegado la hora de que esto acabe”, afirmó el presidente de EEUU, quien no desaprovechó la oportunidad para atacar al “desastroso” Tratado de Libre Comercio.

El punto de mayor acuerdo fue la OTAN. Tras sus primeras invectivas contra la organización, Trump ha moderado el tono y transformado su ira en la exigencia de que, para 2024, los socios aumenten su esfuerzo en defensa al 2% del PIB. Una petición que Merkel se mostró dispuesta a aceptar y de la que ofreció como prueba el incremento del 8% este año en el presupuesto militar. Tampoco hubo discrepancias sobre Ucrania, Afganistán o la lucha contra el terrorismo. En este clima algodonoso ni siquiera se mencionó a Rusia y a su presidente, Vladímir Putin.

El objetivo era mostrar cara buena. Pero sin alharacas. Tampoco hubo gestos efusivos e incluso no faltaron los malentendidos, como cuando la canciller, en el despacho oval, le preguntó al presidente si se estrechaban la mano y Trump pareció no oírlo.

Merkel viajó a Washington con un ojo puesto en las elecciones de septiembre, donde cualquier desequilibrio puede ser letal para sus propósitos. Trump es altamente impopular en Alemania. Un blanco diario de la izquierda. Doblegarse ante el presidente de Estados Unidos tiene un alto coste en votos. Pero distanciarse en exceso también. La economía puede sufrirlo. Por ello Merkel jugó a la equidistancia. Tranquila, algo fría y sin estridencias. Nada que ver con los 19 segundos de saludo que le brindó el primer ministro japonés, Shinzo Abe, a Trump hace dos semanas. Lo que se vio en la Casa Blanca fue bien distinto. Más que dos amigos, se encontraron dos antagonistas condenados a entenderse.

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