El Papa alerta del riesgo de muerte de la UE
El Pontífice ofrece un discurso muy crítico ante los líderes europeos y alerta sobre los populismos, la gestión de la inmigración y la negligente gestión de la pobreza en las periferias
Daniel Verdú
Roma, El País
El escenario y el momento constituían el propio guion de un discurso esperado. Celebración de los 60 años de los Tratados de la Unión Europea y todos sus líderes reunidos en el Salón Regio del Palacio Apostólico del Vaticano ante el papa Francisco, el primer pontífice no europeo de la era moderna. De este modo, Jorge Mario Bergoglio, en un minucioso y cuidado discurso político ha desgranado este viernes todos los males que asolan al club comunitario: populismo, empobrecimiento, dejadez en el conflicto de la inmigración y tendencia a homogeneizar las diferencias. Un organismo político, dijo, en plena madurez, pero “llamado a un replanteamiento, a curar los inevitables achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para continuar su propio camino”. Un tirón de orejas, pero con el elemento constructivo y de esperanza al que obliga un aniversario.
El discurso del Papa ha comenzado tras las intervenciones del primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, y del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, que han reconocido los problemas por los que atraviesa la UE y la necesidad de buscar soluciones a nuevos desafíos. “Europa no siempre ha mostrado su mejor cara al mundo”, ha admitido el primer ministro Italiano ante el resto de líderes europeos. Unas palabras que anticipaban y parecían aceptar las culpas respecto a las críticas que iban a llegar a continuación.
El discurso, detalladamente descriptivo de la situación actual, ha comenzado invocando a los padres fundadores de la UE —con referencias a Adenauer o al Ministro de Asuntos Exteriores francés Pineau— para interrogarse por hasta qué punto se han respetado o traicionado sus ideas y los riesgos que entrañaría la desorientación. “Cada organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo de morir”.
Pero especialmente, el Pontífice ha rebuscado en el pasado para constatar lo lejos que, cada vez más, están las instituciones de la gente a la que representan. “A menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una separación afectiva entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión. […] Los Padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable”.
Los tiempos de la fundación no son los que corren hoy. Un periodo que el Pontífice definió como una época de crisis —“de la familia, económica, de la inmigración…”— que, sin embargo, puede interpretarse como un tiempo de desafío y oportunidad para desarrollar las herramientas que subyacen en los tratados como la solidaridad: “El mejor antídoto contra los modernos populismos. Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo […]. Es necesario volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde ese leadership ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso”.
La última vez que el Papa se había encontrado con los líderes europeos, les reprendió duramente por la crisis humanitaria desencadenada por la torpe gestión de la inmigración. Hoy ha insistido en una cuestión que no debe tratarse como “si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad”. “Ahora se discute sobre cómo dejar fuera los peligros de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos.
Al final de su discurso, Jorge Mario Bergoglio, un Papa llegado del fin del mundo, como el mismo dijo, se ha acordado de las periferias: culturales, sociales y económicas. “No existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia”. Al final del acto, todos los líderes se han hecho la foto de grupo en la Capilla Sixtina, con el simbólico telón de fondo del Juicio Final.
Daniel Verdú
Roma, El País
El escenario y el momento constituían el propio guion de un discurso esperado. Celebración de los 60 años de los Tratados de la Unión Europea y todos sus líderes reunidos en el Salón Regio del Palacio Apostólico del Vaticano ante el papa Francisco, el primer pontífice no europeo de la era moderna. De este modo, Jorge Mario Bergoglio, en un minucioso y cuidado discurso político ha desgranado este viernes todos los males que asolan al club comunitario: populismo, empobrecimiento, dejadez en el conflicto de la inmigración y tendencia a homogeneizar las diferencias. Un organismo político, dijo, en plena madurez, pero “llamado a un replanteamiento, a curar los inevitables achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para continuar su propio camino”. Un tirón de orejas, pero con el elemento constructivo y de esperanza al que obliga un aniversario.
El discurso del Papa ha comenzado tras las intervenciones del primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, y del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, que han reconocido los problemas por los que atraviesa la UE y la necesidad de buscar soluciones a nuevos desafíos. “Europa no siempre ha mostrado su mejor cara al mundo”, ha admitido el primer ministro Italiano ante el resto de líderes europeos. Unas palabras que anticipaban y parecían aceptar las culpas respecto a las críticas que iban a llegar a continuación.
El discurso, detalladamente descriptivo de la situación actual, ha comenzado invocando a los padres fundadores de la UE —con referencias a Adenauer o al Ministro de Asuntos Exteriores francés Pineau— para interrogarse por hasta qué punto se han respetado o traicionado sus ideas y los riesgos que entrañaría la desorientación. “Cada organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo de morir”.
Pero especialmente, el Pontífice ha rebuscado en el pasado para constatar lo lejos que, cada vez más, están las instituciones de la gente a la que representan. “A menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una separación afectiva entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión. […] Los Padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable”.
Los tiempos de la fundación no son los que corren hoy. Un periodo que el Pontífice definió como una época de crisis —“de la familia, económica, de la inmigración…”— que, sin embargo, puede interpretarse como un tiempo de desafío y oportunidad para desarrollar las herramientas que subyacen en los tratados como la solidaridad: “El mejor antídoto contra los modernos populismos. Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo […]. Es necesario volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde ese leadership ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso”.
La última vez que el Papa se había encontrado con los líderes europeos, les reprendió duramente por la crisis humanitaria desencadenada por la torpe gestión de la inmigración. Hoy ha insistido en una cuestión que no debe tratarse como “si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad”. “Ahora se discute sobre cómo dejar fuera los peligros de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos.
Al final de su discurso, Jorge Mario Bergoglio, un Papa llegado del fin del mundo, como el mismo dijo, se ha acordado de las periferias: culturales, sociales y económicas. “No existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia”. Al final del acto, todos los líderes se han hecho la foto de grupo en la Capilla Sixtina, con el simbólico telón de fondo del Juicio Final.