Desmontando la utopía escandinava: no todo es tan ‘cool’ como parece

El periodista británico Michael Booth publica un libro titulado Gente casi perfecta, que pretende desarmar el mito de la utopía nórdica.

Begoña Gómez Urzaiz
El País
Por el mismo motivo que subir a un avión de Norwegian Airlines da más confianza que hacerlo en otras compañías low cost, añadir el adjetivo “nórdico” a cualquier cosa hace que parezca, y se venda, mejor: estilo nórdico, diseño nórdico, tipo nórdico. El periodista británico Michael Booth, como cualquier otro occidental, era consciente de esa buena reputación casi universal de todo lo escandinavo pero tenía más conocimiento de causa que la media. Casado con una danesa, ha vivido durante casi dos décadas en el país de su familia política, con el que tiene una relación de amor-odio. En la que el odio pesa un poquito más que el amor. Ese fue su punto de partida para escribir Gente casi perfecta, un ensayo muy premiado y polémico que ahora edita Capitán Swing en España y con el que se propuso destruir con hachazos vikingos “el mito de la utopía escandinava”.


Para eso hizo un amplio trabajo de campo. Viajó por Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia, se entrevistó con antropólogos, filósofos, periodistas y pescadores, se achicharró los genitales en una sauna finlandesa, se apuntó a un campamento para adultos de canto coral –a los daneses les pirra cantar en coro– y bebió muchas latas de cerveza demasiado gaseosa.

Durante unos años, Booth convenció a su mujer y a sus dos hijos para vivir en Reino Unido, pero volvieron a Dinamarca hará cosa de cuatro años, cuando la fiebre nórdica había alcanzado su pico. El éxito de Stieg Larsson y Henning Mankell había abierto las puertas del mercado editorial a cualquier autor de novela negra con domicilio fiscal al norte de Alemania. The Killing, El puente y Borgen triunfaban en televisión. Lars von Trier y Thomas Vinterberg encontraban relevo en Susanne Bier y Nicolas Winding Refn en los festivales de cine. Arquitectos daneses como Bjarke Ingels se llevaban grandes encargos internacionales, Olafur Eliasson iluminaba la Turbine Hall de la Tate Modern, Rene Redzepi del restaurante Noma de Copenhague se coronaba como mejor chef del mundo desde la portada de Time, se consolidaban Skype y Spotify y por supuesto IKEA y H&M uniformaban nuestras vidas. Al fin y al cabo, si uno quiere distinguirse un poco, siempre tiene COS, &Other Stories o Ganni. Esta misma web nos ha advertido varias veces de que unas de las mujeres más estilosas del mundo son las escandinavas.

En el tiempo transcurrido, la fiebre nórdica no ha disminuido lo más mínimo. Todos, absolutamente, todos los hits del pop estadounidense siguen fabricándose en estudios de Suecia, a manos de los superproductores como Max Martin. Este invierno, además, se han puesto de moda los libros sobre el hygge, el concepto danés del bienestar a base de juntarse con los seres queridos y aplicar pequeños gestos domésticos. La editorial Zenith publicó Hygge. El secreto de los daneses, de Louisa Thomsen Brits y Meik Wiking, nada menos que el director del Instituto de la Felicidad de Copenhague firma Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas (Cúpula). El famoso hygge es uno de los caballos de batalla de Booth en Gente casi perfecta, donde va retratándose con humor como un inglés cínico que no acaba de entender la ingenuidad nórdica. Según Booth, la glorificación de los placeres sencillos conduce a “la satisfacción autocomplaciente, cómoda y pequeñoburguesa” y ejerce de mordaza social. Además, tanta insistencia en el recogimiento en comunidad tiene un punto xenófobo. El antropólogo Jeppe Trolle Linnet abunda que “el hygge actúa como vehículo para el control social y establece su propia jerarquía de actitudes e implica una estereotipificación negativa de los grupos sociales que se perciben como incapaces de crear hygge”. Booth lo traduce así: “La inferencia consiste en que como solo los daneses conocen realmente la manera de pasar un rato hyggelig, sienten lástima de los pobres extranjeros con sus pretenciosos cócteles, con sus cenas donde se llega a discutir con vehemencia y con sus fiestas y planes sofisticados”. Él ha aprendido a base de quedar mal en decenas de reuniones sociales (su explicación del complicado calendario festivo danés también tiene miga) que la zona de confort de los nórdicos en una fiesta pasa el consenso: “Prefieren ceñirse en gran medida a hablar sobre la vida y milagros de donde se compró cierta botella de vino, lo poco que costó y si la que están bebiendo ahora es mejor que la anterior”.

En realidad, hay un motivo por el que los países del Norte –Booth admite que usa “nórdicos” y “escandinavos” como sinónimos aunque no lo son: técnicamente ni los finlandeses ni los islandeses son scandi– suelen encabezar los ránkings de países más felices del mundo. Y no tiene tanto que ver con las velas aromáticas y los bollos de azafrán horneados en casa sino con la democracia y el sistema impositivo que produjo el milagro nórdico en los sesenta. Ahí, el autor saca a relucir sus tendencias neoliberales (admite que crecer en la Inglaterra de Thatcher puede haberle estropeado para siempre), cuando apunta a que, a su entender, ensanchar tanto la base de la clase media, sumado a la tendencia cultural a “no destacar” ha desactivado la excelencia y generado trabajadores poco productivos.

No, no todo el mundo puede permitirse presumir de ‘hygge’ en su hogar.

El país de su familia política, añade, tiene un secreto más oscuro que “lo que hizo el tío abuelo Olof en la guerra”: su deuda privada. “Los daneses deben, de media, el 310% de sus ingresos anuales, más del doble de lo que deben los portugueses o los españoles, y el cuádruple que los italianos”, apunta el autor de Gente casi perfecta. Vaya con los industriosos vikingos.

En sus viajes, Booth se dedica a mirar bajo las alfombras y señalar el aislacionismo noruego que raya, según él, en el ultranacionalismo, el sisu finlandés (el espíritu de resistencia y virilidad, que en realidad él traduce en machismo puro y duro) y el lagom sueco, la obsesión por ser moderado, razonable y modesto hasta el punto que la mediocridad es lo único aceptable, así como el racismo y el alcoholismo en distintos puntos de la región. Por supuesto, se cruza con gente estupenda que le invita a arenques y cangrejos y se detiene en reconocer los pequeños milagros de la vida nórdica, como el hecho de que (no es un mito) te persigan para darte la cartera si se te cae o que se aparque a los bebés en las terrazas de las cafeterías sin miedo alguno a que les ocurra algo malo. Gente casi perfecta no impedirá que los medios del resto de Europa sigan emitiendo con periodicidad también nórdica reportajes sobre el modelo educativo finlandés o publicando artículos sobre los envidiables permisos de paternidad suecos. Ante todo, lo importante es no reaccionar a esos documentos, ni al propio libro de Booth, a lo Ana Rosa Quintana, que tras la emisión del Salvados en Helsinki, tuiteó:

“Estupenda la educación en Finlandia, pero ¿y el frío y los suicidios y no poder sentarte a tomar unas tapas y unas cañas?”.

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