Así me salvé del atentado de Londres
El español Manuel Labrado, testigo directo del ataque por una curiosa afición, relata cómo vio al terrorista atropellar a gente a solo unos metros
MANUEL LABRADO
El País
Me llamo Manuel Labrado, tengo 43 años y vivo en París desde hace tres años. Estaba en Londres el día del atentado porque soy muy fan del Swinging London, de la música y la cultura del Londres de los sesenta. Con lo poco que se tarda en llegar a Londres con el Eurostar, todos los años me escapo dos o tres días a visitar lugares míticos de esa época, ir al Soho, al Marquee, a lugares que salen en las fotos de los discos de Jimmy Page, de Ray Davies, The Who, Pink Floyd.
El miércoles por la mañana fui caminando hasta Richmond. Es un barrio de las afueras, en un meandro del Támesis, una zona muy bonita donde hay algunas mansiones impresionantes, porque ahí están las casas de Mick Jagger, de los Rolling Stones, y de Pete Townshend, el líder de The Who. Los dos tienen su casa en la misma calle. Me tomé una coca-cola en el parque de Richmond y, como ya había caminado mucho, luego cogí el metro para volver al centro, hasta Westminster. Siempre que voy a Londres me gusta hacerme la foto mítica de My generation, de los Who, delante del Big Ben.
Cuando llegué a la estación, subí las escaleras y me dirigí a hacerme la foto. Fui a cruzar la calle, el semáforo se puso en rojo y los coches pararon. Enfilaba para cruzar y en ese momento vi pasar algo negro a toda velocidad y tres personas que salieron volando, y oí un sonido muy desagradable. Me faltaron unos segundos para que me pillara. El coche ya venía de atrás atropellando gente, pero con el ruido del tráfico y el resto de los coches yo no lo había visto. Esto ya era al final del puente, al lado del Big Ben. Los que han muerto por el atentado estaban antes, en mitad del puente.
Al irse el coche vi que había un chico tumbado justo delante de mí. Me dijo: “Ayúdame, por favor”, y me acerqué a él. A unos metros había otra chica que tenía la cabeza sangrando. Me puse a hablar con él y me dijo que era portugués. Le dije: “Te he visto dar vueltas en el aire”.
Creo que estuve con él 15 o 20 minutos, aunque es difícil calcularlo. Trataba de darle ánimos. Le decía: “Eres un héroe, te vas a poner bien”. Me impresionaba que no soltó ni una lágrima. A mí se me saltaban las lágrimas, pero él estaba muy tranquilo. Tenía las piernas reventadas, había tratado de saltar por encima del coche, pero le había golpeado en las piernas, tenía rajas y sangraba, también tenía heridas en una mano. Aún tengo manchas de sangre en mi cazadora de cuando estuve con él. También me parecía que tenía las piernas dobladas de una manera rara.
Me contó que se llamaba Francisco y que era portugués. Me dijo que su padre tenía un bar en Calalberche, una urbanización de Toledo. Yo soy de El Arenal, en Ávila, y paso no muy lejos de allí cuando voy desde Madrid al pueblo. Me dijo que había oído gritos, que había mirado atrás, que había visto un coche que venía a toda velocidad y que había tratado de protegerse o de saltar para evitar el choque, pero que no había podido esquivarlo. El coche también había alcanzado a otras dos chicas, creo que una era rumana y la otra italiana.
Había pasado a cuatro o cinco metros de mí. Fui el primero en llegar donde estaba Francisco. Al rato empezaron a llegar un montón de coches de policía, ambulancias, policías con ametralladoras.
De lo que pasó en el Parlamento no me enteré de nada hasta más tarde. Lo que sí vi es que antes, en el puente, había grupos de gente herida, pero en una calle con tanto tráfico, con dos o tres carriles para cada lado, no me enteré de que venía el coche. Cuando pasó, solo vi un coche negro, imposible decir la marca, el modelo o la matrícula, todo fue muy rápido.
Luego llegó la policía a donde yo estaba. Un bobby me pidió los datos. Yo le di mi nombre, Manuel Labrado, y mi teléfono. Me dijo: “A lo mejor te llamamos”, pero no me han llamado. La policía me dijo que ya me podía ir. Ya venían médicos y ambulancias.
Creo que el portugués al final solo tenía heridas leves. Le tuvieron que dar puntos en la mano y en una pierna, donde tenía el mayor golpe, pero estaba fuera de peligro y ya le han dado el alta.
Ese día no me hice la foto delante del Big Ben. Luego le conté a mi familia lo que había pasado. Y al día siguiente, como tenía previsto, me volví en el tren a París. Vivo allí desde hace tres años con mi mujer y mis dos niños. Trabajo en un hotel cerca de los Campos Elíseos.
A pesar del atentado, seguiré yendo a Londres. Todos los años necesito una dosis de Swinging London y recordar que hubo una época más romántica.
Este texto ha sido redactado por Miguel Jiménez a partir del testimonio de Manuel Labrado.
MANUEL LABRADO
El País
Me llamo Manuel Labrado, tengo 43 años y vivo en París desde hace tres años. Estaba en Londres el día del atentado porque soy muy fan del Swinging London, de la música y la cultura del Londres de los sesenta. Con lo poco que se tarda en llegar a Londres con el Eurostar, todos los años me escapo dos o tres días a visitar lugares míticos de esa época, ir al Soho, al Marquee, a lugares que salen en las fotos de los discos de Jimmy Page, de Ray Davies, The Who, Pink Floyd.
El miércoles por la mañana fui caminando hasta Richmond. Es un barrio de las afueras, en un meandro del Támesis, una zona muy bonita donde hay algunas mansiones impresionantes, porque ahí están las casas de Mick Jagger, de los Rolling Stones, y de Pete Townshend, el líder de The Who. Los dos tienen su casa en la misma calle. Me tomé una coca-cola en el parque de Richmond y, como ya había caminado mucho, luego cogí el metro para volver al centro, hasta Westminster. Siempre que voy a Londres me gusta hacerme la foto mítica de My generation, de los Who, delante del Big Ben.
Cuando llegué a la estación, subí las escaleras y me dirigí a hacerme la foto. Fui a cruzar la calle, el semáforo se puso en rojo y los coches pararon. Enfilaba para cruzar y en ese momento vi pasar algo negro a toda velocidad y tres personas que salieron volando, y oí un sonido muy desagradable. Me faltaron unos segundos para que me pillara. El coche ya venía de atrás atropellando gente, pero con el ruido del tráfico y el resto de los coches yo no lo había visto. Esto ya era al final del puente, al lado del Big Ben. Los que han muerto por el atentado estaban antes, en mitad del puente.
Al irse el coche vi que había un chico tumbado justo delante de mí. Me dijo: “Ayúdame, por favor”, y me acerqué a él. A unos metros había otra chica que tenía la cabeza sangrando. Me puse a hablar con él y me dijo que era portugués. Le dije: “Te he visto dar vueltas en el aire”.
Creo que estuve con él 15 o 20 minutos, aunque es difícil calcularlo. Trataba de darle ánimos. Le decía: “Eres un héroe, te vas a poner bien”. Me impresionaba que no soltó ni una lágrima. A mí se me saltaban las lágrimas, pero él estaba muy tranquilo. Tenía las piernas reventadas, había tratado de saltar por encima del coche, pero le había golpeado en las piernas, tenía rajas y sangraba, también tenía heridas en una mano. Aún tengo manchas de sangre en mi cazadora de cuando estuve con él. También me parecía que tenía las piernas dobladas de una manera rara.
Me contó que se llamaba Francisco y que era portugués. Me dijo que su padre tenía un bar en Calalberche, una urbanización de Toledo. Yo soy de El Arenal, en Ávila, y paso no muy lejos de allí cuando voy desde Madrid al pueblo. Me dijo que había oído gritos, que había mirado atrás, que había visto un coche que venía a toda velocidad y que había tratado de protegerse o de saltar para evitar el choque, pero que no había podido esquivarlo. El coche también había alcanzado a otras dos chicas, creo que una era rumana y la otra italiana.
Había pasado a cuatro o cinco metros de mí. Fui el primero en llegar donde estaba Francisco. Al rato empezaron a llegar un montón de coches de policía, ambulancias, policías con ametralladoras.
De lo que pasó en el Parlamento no me enteré de nada hasta más tarde. Lo que sí vi es que antes, en el puente, había grupos de gente herida, pero en una calle con tanto tráfico, con dos o tres carriles para cada lado, no me enteré de que venía el coche. Cuando pasó, solo vi un coche negro, imposible decir la marca, el modelo o la matrícula, todo fue muy rápido.
Luego llegó la policía a donde yo estaba. Un bobby me pidió los datos. Yo le di mi nombre, Manuel Labrado, y mi teléfono. Me dijo: “A lo mejor te llamamos”, pero no me han llamado. La policía me dijo que ya me podía ir. Ya venían médicos y ambulancias.
Creo que el portugués al final solo tenía heridas leves. Le tuvieron que dar puntos en la mano y en una pierna, donde tenía el mayor golpe, pero estaba fuera de peligro y ya le han dado el alta.
Ese día no me hice la foto delante del Big Ben. Luego le conté a mi familia lo que había pasado. Y al día siguiente, como tenía previsto, me volví en el tren a París. Vivo allí desde hace tres años con mi mujer y mis dos niños. Trabajo en un hotel cerca de los Campos Elíseos.
A pesar del atentado, seguiré yendo a Londres. Todos los años necesito una dosis de Swinging London y recordar que hubo una época más romántica.
Este texto ha sido redactado por Miguel Jiménez a partir del testimonio de Manuel Labrado.