Trump se lanza a dinamitar el legado de Obama
La política migratoria, el Obamacare, el cambio climático, Oriente Próximo y México reciben las andanas del presidente
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Donald Trump gobierna en negativo. En su primer mes de presidente, la mayoría de sus acciones han buscado desmontar el legado de su antecesor, Barack Obama. “He heredado un desastre”, dice frecuentemente. La política migratoria, el Obamacare, la lucha contra el cambio climático, las relaciones con México y Oriente Próximo muestran este giro.
Menos migrantes, más expulsiones. Obama fue un presidente duro en inmigración. Durante su mandato expulsó a 2,8 millones de personas, más que ninguno antes. Pero en su eterna realpolitik también creó programas destinados a favorecer la regularización, incluyendo a los jóvenes sin papeles que llegaron de niños a EEUU, los famosos dreamers. Todo ello ha empalidecido frente a Trump. El presidente ha prometido expulsiones masivas y ha ordenado la creación de un muro con México. Pero donde más virulento se ha mostrado ha sido con el mundo musulmán. Una de sus primeras órdenes ejecutivas iba destinada a vetar las entradas procedentes de siete países de mayoría musulmana. Los tribunales han bloqueado el intento. Pero Trump ya ha anunciado que esta semana vuelve a la carga. “No queremos que entre gente con malos pensamientos”, ha clamado.
Obamacare, muerte a cámara lenta. La gran criatura de Obama vive días crepusculares. Ya antes de la investidura, la mayoría republicana en el Senado aprobó el primer paso para derogar la reforma sanitaria del demócrata. Pero lo que parecía que iba ser un proceso rápido se ha frenado. Tanto Trump como su partido se han percatado que para eliminar el Obacamacare necesitan un sistema alternativo. Lo contrario afectaría a 22 millones de personas que han contratado un seguro sanitario por esta vía y, sobre todo, aumentaría el déficit federal en 353.000 millones de dólares en 10 años.
México humillado. Con Obama no existía conflicto. La relación entre ambos países era tan fluida que, a veces, rozaba lo anodino. Con Trump todo ha cambiado. El presidente, que llegó al poder humillando a su vecino del sur y amenazando a quienes invirtiesen en él, se estrenó con la orden de construir el muro e insistiendo en que lo pagaría México. El insulto fue de tal magnitud que obligó al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, a suspender su visita oficial a Washington. Desde entonces, Trump ha moderado sus referencias a México y para esta semana ha ordenado un viaje de sus secretarios de Estado y de Interior. “La relación ha tenido que absorber muchas tensiones y eso hará la cooperación más difícil, pero la pregunta es cuánto cambiará cuando empiece la negociación final”, señala Shannon K. O’Neil, experta del think tank Consejo de Relacones Internacionales.
Oriente Próximo: fin de los dos Estados. Todo con Trump es más agresivo. Y el avispero israelí no podía ser menos. Antes de llegar a la presidencia, el multimillonario prometió llevar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén y dio un apoyo irrestricto a los asentamientos ilegales en Cisjordania. Ahora, enfrentado a las consecuencias de sus palabras, ha dejado en el congelador sus tonos airados y ha optado por un camino menos expeditivo: romper con la tradicional política de los dos Estados para solucionar el conflicto palestino-israelí y abrir la puerta a un solo Estado, una de las peticiones de los halcones de Benjamin Netanyahu.
Escéptico del cambio climático. Trump se ha sumado a la corriente más peligrosa. En contra de todas las evidencias científicas, ha puesto en duda que el cambio climático se deba a la acción humana. En concordancia, ha tomado medidas para favorecer la minería de carbón (uno de los principales emisores), prometido acabar con las regulaciones de Obama y dado la dirección de la Agencia de Protección del Medio Ambiente a Scott Pruitt, un escéptico del cambio climático y fiel aliado de las petroleras.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Donald Trump gobierna en negativo. En su primer mes de presidente, la mayoría de sus acciones han buscado desmontar el legado de su antecesor, Barack Obama. “He heredado un desastre”, dice frecuentemente. La política migratoria, el Obamacare, la lucha contra el cambio climático, las relaciones con México y Oriente Próximo muestran este giro.
Menos migrantes, más expulsiones. Obama fue un presidente duro en inmigración. Durante su mandato expulsó a 2,8 millones de personas, más que ninguno antes. Pero en su eterna realpolitik también creó programas destinados a favorecer la regularización, incluyendo a los jóvenes sin papeles que llegaron de niños a EEUU, los famosos dreamers. Todo ello ha empalidecido frente a Trump. El presidente ha prometido expulsiones masivas y ha ordenado la creación de un muro con México. Pero donde más virulento se ha mostrado ha sido con el mundo musulmán. Una de sus primeras órdenes ejecutivas iba destinada a vetar las entradas procedentes de siete países de mayoría musulmana. Los tribunales han bloqueado el intento. Pero Trump ya ha anunciado que esta semana vuelve a la carga. “No queremos que entre gente con malos pensamientos”, ha clamado.
Obamacare, muerte a cámara lenta. La gran criatura de Obama vive días crepusculares. Ya antes de la investidura, la mayoría republicana en el Senado aprobó el primer paso para derogar la reforma sanitaria del demócrata. Pero lo que parecía que iba ser un proceso rápido se ha frenado. Tanto Trump como su partido se han percatado que para eliminar el Obacamacare necesitan un sistema alternativo. Lo contrario afectaría a 22 millones de personas que han contratado un seguro sanitario por esta vía y, sobre todo, aumentaría el déficit federal en 353.000 millones de dólares en 10 años.
México humillado. Con Obama no existía conflicto. La relación entre ambos países era tan fluida que, a veces, rozaba lo anodino. Con Trump todo ha cambiado. El presidente, que llegó al poder humillando a su vecino del sur y amenazando a quienes invirtiesen en él, se estrenó con la orden de construir el muro e insistiendo en que lo pagaría México. El insulto fue de tal magnitud que obligó al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, a suspender su visita oficial a Washington. Desde entonces, Trump ha moderado sus referencias a México y para esta semana ha ordenado un viaje de sus secretarios de Estado y de Interior. “La relación ha tenido que absorber muchas tensiones y eso hará la cooperación más difícil, pero la pregunta es cuánto cambiará cuando empiece la negociación final”, señala Shannon K. O’Neil, experta del think tank Consejo de Relacones Internacionales.
Oriente Próximo: fin de los dos Estados. Todo con Trump es más agresivo. Y el avispero israelí no podía ser menos. Antes de llegar a la presidencia, el multimillonario prometió llevar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén y dio un apoyo irrestricto a los asentamientos ilegales en Cisjordania. Ahora, enfrentado a las consecuencias de sus palabras, ha dejado en el congelador sus tonos airados y ha optado por un camino menos expeditivo: romper con la tradicional política de los dos Estados para solucionar el conflicto palestino-israelí y abrir la puerta a un solo Estado, una de las peticiones de los halcones de Benjamin Netanyahu.
Escéptico del cambio climático. Trump se ha sumado a la corriente más peligrosa. En contra de todas las evidencias científicas, ha puesto en duda que el cambio climático se deba a la acción humana. En concordancia, ha tomado medidas para favorecer la minería de carbón (uno de los principales emisores), prometido acabar con las regulaciones de Obama y dado la dirección de la Agencia de Protección del Medio Ambiente a Scott Pruitt, un escéptico del cambio climático y fiel aliado de las petroleras.