Sainz destapa en Montmeló un Toro Rosso STR12 espectacular
Manuel Franco
As
¿Es bonito eh…? En el caminar de herencia que lleva Carlos Sainz por la vida, como de ver sin mirar a veces se adivina la chulería madrileña innata, esa que vive en el muchacho aunque no quiera. “Bueno, parece un poco del Barça con esos colores nuevos ¿no?”, le responden. “Algo malo debía tener”, responde entre risas Carlos, madridista confeso, recuperando el espíritu de un chaval de 22 años y no el de un hombre que se juega la vida por los circuitos del mundo. Fue justo después de que, junto a su compañero Daniil Kvyat, quitara la manta al nuevo Toro Rosso para 2017. Antes se le veía caminar mirando al suelo, a un lado y a otro, justo detrás del panel que habían puesto delante del coche los miembros de su escudería, como detrás del telón de un teatro. Era su primer momento del año y estaba nervioso, torero antes de salir a la plaza con gorra de Benji Price, toda una mezcla misteriosa el hijo del Matador. Por allí andaba también Carlos padre, haciéndose fotos con algunos admiradores, pero lejos de los focos, como a el le gusta en estos casos, extrañamente ajeno a todo.
Cuando todos pudieron ver el coche, Carlos sonrió, Daniil sonrió, y sobre todo sonrió James Key, uno de los mejores ingenieros de la Fórmula 1, capaz de conseguir que Sauber lograse podios en su época en Suiza, el mismo que de haber tenido un motor Mercedes el año pasado hubiera incluso luchado por alguna victoria.
El británico es al autor de la criatura y el coche sorprende, aunque parezca sencillo, no ya solo por una preciosa decoración con nuevos colores y un azul más tirando a celeste sino por algunos detalles digno de un coche grande como el morro y la suspensión, similar a la del Mercedes y después una parte central del coche mucho más delgada cercana al size zero que casi ha abandonado McLaren. Por supuesto, como todos excepto Mercedes, incorpora una aleta de tiburón en la que ahora duerme el toro bravo del logotipo de Red Bull, el equipo al que sigue mirando de reojo un Carlos que pretende seguir en línea ascendente, aunque también tiene la vista fija en lo que hay bajo la cubierta del coche, un motor francés, un motor Renault.
As
¿Es bonito eh…? En el caminar de herencia que lleva Carlos Sainz por la vida, como de ver sin mirar a veces se adivina la chulería madrileña innata, esa que vive en el muchacho aunque no quiera. “Bueno, parece un poco del Barça con esos colores nuevos ¿no?”, le responden. “Algo malo debía tener”, responde entre risas Carlos, madridista confeso, recuperando el espíritu de un chaval de 22 años y no el de un hombre que se juega la vida por los circuitos del mundo. Fue justo después de que, junto a su compañero Daniil Kvyat, quitara la manta al nuevo Toro Rosso para 2017. Antes se le veía caminar mirando al suelo, a un lado y a otro, justo detrás del panel que habían puesto delante del coche los miembros de su escudería, como detrás del telón de un teatro. Era su primer momento del año y estaba nervioso, torero antes de salir a la plaza con gorra de Benji Price, toda una mezcla misteriosa el hijo del Matador. Por allí andaba también Carlos padre, haciéndose fotos con algunos admiradores, pero lejos de los focos, como a el le gusta en estos casos, extrañamente ajeno a todo.
Cuando todos pudieron ver el coche, Carlos sonrió, Daniil sonrió, y sobre todo sonrió James Key, uno de los mejores ingenieros de la Fórmula 1, capaz de conseguir que Sauber lograse podios en su época en Suiza, el mismo que de haber tenido un motor Mercedes el año pasado hubiera incluso luchado por alguna victoria.
El británico es al autor de la criatura y el coche sorprende, aunque parezca sencillo, no ya solo por una preciosa decoración con nuevos colores y un azul más tirando a celeste sino por algunos detalles digno de un coche grande como el morro y la suspensión, similar a la del Mercedes y después una parte central del coche mucho más delgada cercana al size zero que casi ha abandonado McLaren. Por supuesto, como todos excepto Mercedes, incorpora una aleta de tiburón en la que ahora duerme el toro bravo del logotipo de Red Bull, el equipo al que sigue mirando de reojo un Carlos que pretende seguir en línea ascendente, aunque también tiene la vista fija en lo que hay bajo la cubierta del coche, un motor francés, un motor Renault.