Matteo Renzi contra todos

El ex primer ministro de Italia vuelve a la carga tras dilapidar en tres meses un gran rédito político

Daniel Verdú
Roma, El País
Era insultantemente joven, directo en el discurso político y tenía siempre la última palabra. Llegó sin corbata y se presentó como el desguazador (rottamatore en la palabra italiana que tantas ampollas levantó) de la vieja política. Pero con el tiempo, la política también le ha desguazado a él. O, al menos, a su primera versión. Tocado de muerte tras fracasar el referéndum constitucional de diciembre que convirtió en un plebiscito sobre sus primeros 1.000 días de Gobierno —la primera de varias decisiones equivocadas—, Matteo Renzi se mantuvo como secretario general del Partido Democrático (PD). Tres meses más tarde, acorralado por la guerra abierta en su partido y las múltiples voces críticas contra su gestión personalista, ha abandonado también ese puesto y ha convocado primarias el 30 de abril.


Tres candidaturas de compañeros le disputarán el liderazgo: una de ellas, quizá la más dolorosa, es la de Andrea Orlando, el ministro de Justicia que él mismo nombró y que reúne condiciones peligrosamente similares a las suyas. Además, la corriente más a la izquierda del PD se ha escindido para formar su propio movimiento y ayer por la tarde se presentó en sociedad. Pese a todo, nadie duda de que el peor adversario de Matteo Renzi en su guerra contra todos volverá a ser el propio Renzi.

Los pasillos de la sede del PD, a dos calles del Parlamento, son todavía un homenaje a la gloria del expremier. Imágenes de manifestaciones, mítines en su Florencia natal y una masa de jóvenes rodeándole decoran el camino hasta el despacho de Debora Serracchiani, vicesecretaria general del PD y presidenta regional.

Abiertamente renziana, bromea sobre el impúdico espectáculo organizado por su partido en las últimas semanas: “Qué, ¿se entiende algo de todo esto?” Es difícil. Ni siquiera la propia militancia comprende cómo Renzi, el líder político que iba a transformar para siempre Italia, dilapidó en tan poco tiempo su rédito político. Ha habido errores, concede Serracchiani. Pero la guerra en las filas de su partido, opina, también ha sido “personal”. “Ahora vuelven las mismas caras del pasado, como la de Massimo D’Alema, las de esa izquierda que no gana, pero que asegura el rumbo de algunos. Nosotros escogimos otro camino, hicimos reformas complicadas como la de la Administración. Requerían coraje, como la reforma laboral. Somos una izquierda dinámica que quiere cambiar las cosas”, señala.

Pero no bastó con quererlo. Renzi perdió el 4 de diciembre el referéndum en el que puso su propia cabeza. Las reformas constitucionales que se votaban, entre las que había una nueva ley electoral para terminar con la inestabilidad de un país que ha tenido 64 gobiernos en 70 años, se fueron al garete. Durante su mandato, en el que la participación electoral se desplomó en históricos feudos de la izquierda como Emilia-Romagna, el sistema bancario no fue revisado a fondo —Monte dei Paschi di Siena y Unicredit son la prueba más evidente— y la gestión de la inmigración, una de las principales preocupaciones de los italianos, no aportó respuestas claras.

Todo eso, y una cierta inquina hacia un carácter particular, “un populismo de baja intensidad”, como le caricaturiza su enemigo íntimo, el exsecretario del PD Pier Luigi Bersani, formaba parte del cóctel del no que le costó el cargo. Sin embargo, la noche del 4 de diciembre de 2016 el expremier se marchó a su casa pensando que el 40% de los votos a favor del sí eran asimilables a su fuerza política, el mismo porcentaje que había logrado en las elecciones europeas de 2014. Así que su carrera, al fin y al cabo, podía no estar todavía amortizada.

Los suyos —la mayoría del aparato— le apoyan religiosamente. Pero donde ellos ven a un líder carismático que solo mira al futuro, sus rivales perciben a un estratega arrogante, o, en palabras de su ahora adversario y compañero de militancia, Andrea Orlando, al autor de las “políticas de la prepotencia”. ¿Ha pecado Renzi de cierta soberbia con los suyos? “No creo”, opina Serracchiani. “Es verdad que tiene un carácter muy decidido, es alguien que escucha, pero que toma sus propias decisiones. Y no decide en función de las poltronas, sino de lo que sirve a los italianos”.

Para Anna Ascani, una joven y renziana diputada del PD, todo sigue igual que en 2013 y el florentino es el mejor candidato para enfrentarse al Movimiento 5 Estrellas y al auge del populismo de la derecha xenófoba. Y entonces, ¿por qué una parte del partido ha dado un portazo? “El pueblo del PD permanece en el PD, son solo algunos dirigentes”, señala.

Miguel Gotor, brillante exponente de la llamada minoría de izquierdas escindida —que podría llevarse hasta un 8% de cuota electoral—, es uno de ellos. El senador considera que el PD se ha convertido en el partido de Renzi en los últimos meses. “El partido ya no es plural, es la formación de un jefe. Nuestra decisión es consecuencia del referéndum del 4 de diciembre”, señala apoyado en una de las ventanas de la imponente galería de los bustos del Palacio Madama. Muchos como él opinan que el PD es hoy un partido demasiado vinculado al establishment, un ente incapaz de responder a las fracturas generadas desde 2008 en la sociedad.

Nada distinto, en suma, al mal que asola a toda la socialdemocracia en Europa. “Durante 20 años, hemos vivido obsesionados con ganar el centro para ganar las elecciones, pero eso terminó. Hoy solo se vence si accedes a las periferias del sistema: culturales, geográficas, sociales, identitarias o religiosas. Pero el PD ya no está en esas periferias, solo en los barrios burgueses. En eso la derecha, con su mensaje trumpista nos lleva mucha ventaja”, afirma Gotor.

El PD, un partido con solo 10 años, buscará recomponerse en el próximo congreso para evitar su desguace en las probables elecciones de otoño. Justo aquello que la primera versión de Renzi pretendía hacer con lo que no funcionaba en Italia.

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