La agenda alternativa de Trump abre fisuras entre los republicanos

Los conservadores exigen al presidente que ataque el gasto en sanidad y seguridad social

Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Donald Trump siempre ha seguido su propio camino. Lo hizo como tiburón inmobiliario, luego como candidato y ahora como presidente de Estados Unidos. Previsible sólo en su imprevisibilidad, el mandatario acaba de sorprender a su propio partido. Lejos de emprender los esperados recortes en sanidad y seguridad social, las dos señas de identidad de los republicanos, el primer esbozo presupuestario de Trump ha pasado de puntillas sobre estas partidas e incluso se ha deslizado que evitará tocarlas. La sombra de una agenda alternativa ha sacudido a los republicanos. Perplejos, empiezan a ver al fenómeno Trump en toda su dimensión.


En el horizonte de Washington pesa una cifra: 20 billones de dólares. Es la inmensa deuda acumulada por Estados Unidos y el blanco favorito de la mayoría republicana. Aligerar esa carga, cuyos intereses absorben el 6% de todo el presupuesto, constituye para los conservadores la tarea fundamental de la Casa Blanca.

Hastiados por las tormentas que desata el presidente a su paso, el grueso de los republicanos desea que abandone sus peleas con la prensa y los servicios de inteligencia, y se centre en un programa de recortes lo suficientemente fuerte para sacar pecho ante sus electores. Los programas sanitarios y de la seguridad social, que representan casi el 50% de las cuentas, figurarían entre las primeras víctimas de esta purga.

Para sorpresa de sus correligionarios, liderados por el presidente de la Cámara de Representantes, Paul D. Ryan, la Casa Blanca se ha resistido, de momento, a tocar ninguno de estos capítulos. En su primer esbozo presupuestario Trump ha apostado por un fuerte incremento de la partida militar (9%, la mayor desde 2008) que pretende compensar con un difuso plan de recortes generales, donde la única poda conocida recae en el Departamento de Estado y sus programas de ayuda exterior.

Esa maniobra le ha distanciado del núcleo republicano. No entienden por qué no ha sacado el hacha contra sus objetivos preferidos. La respuesta aún está en el aire, pero los primeros indicios apuntan a un dilema.

El patriotismo económico de Trump, la teoría que comparte casi a ciegas con su estratega jefe, Steve Bannon, propugna la vuelta de Estados Unidos a sus fronteras, la retirada de la ayuda exterior, la persecución fiscal de las empresas que tercericen fuera y el fomento de la militarización como vector industrial. Este nacionalismo se alimenta de constantes apelaciones a la recuperación de la clase obrera, blanca y empobrecida, que le votó. A nadie se le escapa que atacar de frente los programas de sanidad y pensiones supone una decisión de escala mayor que puede a hacer oscilar la orientación del voto. Liquidar el Obamacare afectaría, de hecho, a 22 millones de personas que ya disponen de un seguro por esta vía. “Es un tema increíblemente complejo; nadie sabía que la sanidad pudiera ser tan complicada”, dijo Trump este lunes en una reunión de gobernadores.

El compás de espera se ha abierto. La división entre la Casa Blanca y los parlamentarios no es virulenta. Los primeros pasos presupuestarios siguen sin convencer, pero el margen es amplio. El hombre designado por Trump para dirigir la Oficina del Presupuesto, Mick Mulvaney, es un conocido defensor de los recortes en sanidad y seguridad social. “El presupuesto cumplirá con la palabra dada por el presidente”, ha dicho.

A esta garantía, los republicanos suman el mensaje que esperan que el presidente dirija en la noche del martes en su primera comparecencia ante el Congreso. “Queremos oír su agenda; hay mucho trabajo que hacer y esperamos una visión de optimismo”, advirtió Paul D. Ryan.

La Casa Blanca es consciente del reto. Tras 40 días de gobierno, Trump se presenta ante los senadores y congresistas con la valoración más baja de un presidente a estas alturas de mandato desde la Segunda Guerra Mundial (44% a favor frente a un 48%) . Tampoco ha logrado superar la polarización. Por el contrario, la ha ahondado. Habitualmente los mandatarios primerizos contaban con la simpatía de un tercio del electorado contrario, en el caso del multimillonario neoyorquino sólo un 9% de los demócratas le guarda respeto.

En esta cuerda floja, los republicanos desean que el presidente abandone el caos en el que se ha instalado y marque las grandes líneas de futuro. La rebaja fiscal, la desconstrucción de la reforma sanitaria y la reducción de la deuda son algunas de las propuestas que esperan ver esbozadas. En la mano de Trump está satisfacerlas o marcar su propio rumbo.

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