Futuro bajo sospecha en el Camp Nou
La suerte del Barça depende de dos figuras, Messi y Luis Enrique, que todavía no han decidido si continuarán
Ramon Besa
Barcelona, El País
La estruendosa derrota del Barça en París no tendrá secuelas inmediatas por más que el resultado y el juego invitan a intervenir de forma decidida en el Camp Nou. Aunque los síntomas del equipo son muy preocupantes, queda por jugar el partido de vuelta y anticipar acontecimientos sería una falta de respeto, sobre todo a Messi, incluso con un marcador que ningún equipo ha remontado en Europa: 4-0. El futuro del Barcelona, al fin y al cabo, depende de dos figuras cuya continuidad no está precisamente asegurada: una es la del propio Messi, quien acaba contrato en 2018, igual que la del capitán Iniesta, y la segunda afecta a Luis Enrique. El entrenador tampoco se ha pronunciado a pesar de que su vínculo laboral expira el 30 de junio.
La directiva no piensa meterse de momento en el asunto, confundida como se siente por el partido del Parque de los Príncipes. “Ahora toca reflexionar y recuperarse para preparar los dos próximos partidos de Liga contra el Leganés y el Atlético”, afirman fuentes próximas a la junta del Barça. “Vamos a ver la tendencia del equipo después de la sorpresa que supuso el partido de París porque parecía haberse repuesto con la victoria contra el Alavés”. “A excepción de decidir si contratamos o no a un lateral”, remacharon, “no es el momento de tomar decisiones ni tampoco de forzar situaciones o hacer determinados requerimientos” como el de preguntar por su futuro a Luis Enrique. “Esperaremos. No tenemos prisa”, insisten en el Barcelona.
Aseguran en el consejo que el técnico nada les ha dicho, contrariamente a quienes dan a entender que difícilmente seguirá, y, por otra parte, están convencidos de que conseguirán la renovación de Messi. La continuidad del 10 sería la mejor noticia para combatir la peor crisis de los últimos años que se puede abrir en el Camp Nou. Los silencios del 10 son inescrutables y por tanto se supone que para renovar pide el dinero que cree justo, un equipo ganador y se entiende también que se le consultará sobre el entrenador, sea o no Luis Enrique. La sensación es que técnico y jugador decidirán por su cuenta, porque no se advierte ninguna figura del club con el liderazgo y autoridad suficiente para mediar, ni siquiera el presidente Josep Maria Bartomeu, quien ha asumido el caso Messi.
La mejor plantilla
Luis Enrique salió mal parado de París. No atinó con la alineación —jugaron futbolistas fuera de forma—, gestionó de mala manera el partido —siempre fue a remolque de Emery— y no supo corregir problemas estructurales —Sergi Roberto no es lateral sino centrocampista— a pesar de que en verano aseguró que contaba con la mejor plantilla desde que era entrenador del Barça. Incluso los jugadores expresaron su sorpresa por el plan del partido: “Nunca tuvimos las cosas claras”, afirmó Iniesta. “Nos han superado tácticamente”, añadió Busquets.
Muy desquiciado en su intervención en TV-3, el técnico azulgrana se sintió bajo sospecha, especialmente exigido en los partidos de la Champions, donde los errores penalizan, imposibles de corregir como en la Liga. El Barcelona ha perdido contra el City y el PSG, dos rivales entrenados por Guardiola y Emery, respectivamente, muy conocedores de Luis Enrique. El asturiano encontró en el tridente la fórmula de evolucionar al equipo de centrocampistas armado con Guardiola. La duda está en si la solución de Luis Enrique ya no tiene más recorrido y se impone otra vuelta de tuerca para reactivar a un plantel inconsistente e irregular, desalmado y manso en el Parque de los Príncipes, nada solidario, partido por la mitad por el PSG.
La virtuosidad azulgrana siempre se midió a partir de la velocidad de la pelota —o a veces de los jugadores— y de la presión, dos virtudes que se vinculaban tanto a Guardiola como a Luis Enrique. Lucho, sin embargo, se mostró tan desgastado como sus jugadores en la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones. El cansancio juega en contra de la continuidad de Luis Enrique, cabizbajo porque por un día su grupo no fue competitivo, no tuvo amor propio ni rebeldía, y tampoco contó con el amparo del resultado, que sí fue consecuente con el pletórico partido del PSG.
Aunque el partido traerá consecuencias, ahora se impone una tregua en el Camp Nou. “Hay que digerir lo que pasó en París, y actuar con serenidad”, insisten desde la directiva, conscientes de la situación de precariedad del Camp Nou. Asegurada la final de Copa, el Barça quiere sobrevivir en la Liga mientras aguarda el partido de vuelta contra el PSG. El remonte parece hoy una falsa esperanza, mal alimentada por Luis Enrique, quien habló de la necesidad de una “machada”, un término que nunca se asoció precisamente a la figura de Messi, santo y seña del Barça, un equipo que pareció estar de vuelta de todo cuando las apuestas le daban como favorito en la Champions.
Ramon Besa
Barcelona, El País
La estruendosa derrota del Barça en París no tendrá secuelas inmediatas por más que el resultado y el juego invitan a intervenir de forma decidida en el Camp Nou. Aunque los síntomas del equipo son muy preocupantes, queda por jugar el partido de vuelta y anticipar acontecimientos sería una falta de respeto, sobre todo a Messi, incluso con un marcador que ningún equipo ha remontado en Europa: 4-0. El futuro del Barcelona, al fin y al cabo, depende de dos figuras cuya continuidad no está precisamente asegurada: una es la del propio Messi, quien acaba contrato en 2018, igual que la del capitán Iniesta, y la segunda afecta a Luis Enrique. El entrenador tampoco se ha pronunciado a pesar de que su vínculo laboral expira el 30 de junio.
La directiva no piensa meterse de momento en el asunto, confundida como se siente por el partido del Parque de los Príncipes. “Ahora toca reflexionar y recuperarse para preparar los dos próximos partidos de Liga contra el Leganés y el Atlético”, afirman fuentes próximas a la junta del Barça. “Vamos a ver la tendencia del equipo después de la sorpresa que supuso el partido de París porque parecía haberse repuesto con la victoria contra el Alavés”. “A excepción de decidir si contratamos o no a un lateral”, remacharon, “no es el momento de tomar decisiones ni tampoco de forzar situaciones o hacer determinados requerimientos” como el de preguntar por su futuro a Luis Enrique. “Esperaremos. No tenemos prisa”, insisten en el Barcelona.
Aseguran en el consejo que el técnico nada les ha dicho, contrariamente a quienes dan a entender que difícilmente seguirá, y, por otra parte, están convencidos de que conseguirán la renovación de Messi. La continuidad del 10 sería la mejor noticia para combatir la peor crisis de los últimos años que se puede abrir en el Camp Nou. Los silencios del 10 son inescrutables y por tanto se supone que para renovar pide el dinero que cree justo, un equipo ganador y se entiende también que se le consultará sobre el entrenador, sea o no Luis Enrique. La sensación es que técnico y jugador decidirán por su cuenta, porque no se advierte ninguna figura del club con el liderazgo y autoridad suficiente para mediar, ni siquiera el presidente Josep Maria Bartomeu, quien ha asumido el caso Messi.
La mejor plantilla
Luis Enrique salió mal parado de París. No atinó con la alineación —jugaron futbolistas fuera de forma—, gestionó de mala manera el partido —siempre fue a remolque de Emery— y no supo corregir problemas estructurales —Sergi Roberto no es lateral sino centrocampista— a pesar de que en verano aseguró que contaba con la mejor plantilla desde que era entrenador del Barça. Incluso los jugadores expresaron su sorpresa por el plan del partido: “Nunca tuvimos las cosas claras”, afirmó Iniesta. “Nos han superado tácticamente”, añadió Busquets.
Muy desquiciado en su intervención en TV-3, el técnico azulgrana se sintió bajo sospecha, especialmente exigido en los partidos de la Champions, donde los errores penalizan, imposibles de corregir como en la Liga. El Barcelona ha perdido contra el City y el PSG, dos rivales entrenados por Guardiola y Emery, respectivamente, muy conocedores de Luis Enrique. El asturiano encontró en el tridente la fórmula de evolucionar al equipo de centrocampistas armado con Guardiola. La duda está en si la solución de Luis Enrique ya no tiene más recorrido y se impone otra vuelta de tuerca para reactivar a un plantel inconsistente e irregular, desalmado y manso en el Parque de los Príncipes, nada solidario, partido por la mitad por el PSG.
La virtuosidad azulgrana siempre se midió a partir de la velocidad de la pelota —o a veces de los jugadores— y de la presión, dos virtudes que se vinculaban tanto a Guardiola como a Luis Enrique. Lucho, sin embargo, se mostró tan desgastado como sus jugadores en la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones. El cansancio juega en contra de la continuidad de Luis Enrique, cabizbajo porque por un día su grupo no fue competitivo, no tuvo amor propio ni rebeldía, y tampoco contó con el amparo del resultado, que sí fue consecuente con el pletórico partido del PSG.
Aunque el partido traerá consecuencias, ahora se impone una tregua en el Camp Nou. “Hay que digerir lo que pasó en París, y actuar con serenidad”, insisten desde la directiva, conscientes de la situación de precariedad del Camp Nou. Asegurada la final de Copa, el Barça quiere sobrevivir en la Liga mientras aguarda el partido de vuelta contra el PSG. El remonte parece hoy una falsa esperanza, mal alimentada por Luis Enrique, quien habló de la necesidad de una “machada”, un término que nunca se asoció precisamente a la figura de Messi, santo y seña del Barça, un equipo que pareció estar de vuelta de todo cuando las apuestas le daban como favorito en la Champions.