El optimismo del Gobierno choca con la inquietud de los griegos ante el rescate
La posibilidad de medidas adicionales a partir de 2018 se suma al duro impacto de las reformas y la elevada presión fiscal
María Antonia Sánchez-Vallejo
Atenas, El País
El escenario de medidas adicionales que a partir de 2018 deberá adoptar Grecia si no cumple los objetivos previstos (3,5% del PIB de superávit primario) ha caído como una losa sobre una población extenuada por siete años de crisis y un alud de reformas. Porque, aunque el Gobierno esté haciendo los deberes del tercer rescate (hasta lograr el 2,5% de superávit primario en 2016, muy por encima de la meta del 0,5%), en la calle hay señales que enfrían el optimismo, como si las cuentas del país discurrieran por dos carriles paralelos, ajenos: la macroeconomía y el ábaco.
Los datos tampoco invitan a relajarse. En el último trimestre de 2016 el PIB registró una leve contracción; el pasado enero se produjo la mayor pérdida de empleo privado en dicho mes desde 2001 (casi 30.000 puestos de trabajo); la retracción del consumo (por estos datos y el temor a un accidente en el rescate) ha provocado una pérdida de recaudación por IVA de 55 millones y, este martes, entrará en vigor una nueva medida de ajuste: vence el primer pago del Efka, la contribución única a la Seguridad Social para todos los sectores (en realidad, una vieja exigencia de los socios arrastrada desde el primer rescate, en 2010: unificar los fondos sectoriales para evitar agujeros negros de dinero y corruptelas).
Pese al regalo de una primavera anticipada, y la expansión festiva y del consumo en los últimos días de carnaval, se percibe una inquietud real, de miedo al mañana. De poco sirve el optimismo del primer ministro, Alexis Tsipras, el viernes en el Parlamento, al valorar el acuerdo de mínimos logrado el lunes en el Eurogrupo. “Es un acuerdo honroso. Por primera vez en siete años dejamos atrás la senda de la austeridad”, dijo. Sin necesidad de lupa para leer la letra pequeña, muchos saben que las medidas adicionales —que el mismo Gobierno tildaba de inconstitucionales hasta que se vio obligado a aceptarlas para desbloquear la revisión del rescate— implican la enésima reforma fiscal (reducción de la base mínima imponible de 8.600 euros a 6.000); un nuevo recorte, de entre el 7% y el 30%, a 1,4 millones de pensiones, y la liberalización de los despidos colectivos, según los medios locales. El Gobierno insiste en que tendrán “un impacto fiscal cero”, pero casi todos en la calle traducen al revés lo que quiera que esto signifique.
“¿El fin de la austeridad? Eso no se lo cree nadie, los Gobiernos nos tratan como a clientes, siempre quieren hacernos pensar que tenemos la razón. No nos hablan como a ciudadanos con cabeza. Solo nos endulzan la píldora para que traguemos”, cuenta Yanis Avlanitis, pequeño empresario; "pero no hay mañana, nadie que nos muestre un camino para salir de la crisis”. Su hija mayor, de 28 años, periodista con dos posgrados, encadena dos trabajos “para juntar un sueldo de miseria, con el que ni siquiera puede independizarse”. Y él mismo, con tres tiendas en Atenas y El Pireo, dice quedarse en tablas, económicamente hablando. “Solo cubro gastos. No gano nada, pero tampoco debo”, dice, en alusión a la abultada deuda privada del país (240.000 millones de euros en 2016, el 133% del PIB; la mitad, impagos de pymes). El volumen es de tal calibre que el Gobierno lanzó esta semana una campaña especial, con la apertura de 120 oficinas hasta junio, para asesorar en su gestión.
Deuda privada
Panayotis Argiropulos, autónomo a punto de la jubilación si le salen las cuentas, se arrepiente de haber cedido a los cantos de sirena de los bancos, que con machacona insistencia le ofrecían hace solo una década dinero a espuertas. “Para vacaciones, para un coche nuevo, para reformas o porque sí, porque sonaba el teléfono y te lo metían por los ojos sin necesidad de salir de casa”, explica en el bar que regenta en la pequeña localidad agrícola de Vathy, 100 kilómetros al norte de Atenas; un negocio que, con el nuevo impuesto unificado, entrará en números rojos. “La historia de mi vida podría resumirse así: empecé de cero, y acabaré con cero. Nada que dejarle a los hijos, que sobreviven con sueldos de miseria. Una casa hipotecada y una vida de esfuerzo primero en el campo, luego en la fábrica (porque los partidos hace décadas compraban nuestro voto con un puesto de trabajo) y, tras la quiebra de la factoría, ahora con un negocio cada día más ruinoso”. Los posibles cambios normativos en la edad de jubilación también le afectan, y duda que pueda retirarse en breve.
La progresiva presión fiscal, una exigencia de los acreedores para remediar la ingente evasión fiscal —según la OCDE, la economía informal oscila entre el 20% y el 25% del PIB—, puede tener, según algunas fuentes, el efecto contrario. Así lo cree Dimitris Tsamópulos, presidente de la Asociación de Asesores Fiscales del Ática. “Si la gente tiene que elegir entre alimentar a sus hijos o pagar impuestos, obviamente hará lo primero. Solo el año pasado cesaron en su actividad 120.000 autónomos, lo cual debería notarse en las cifras del paro. Pero no se nota, lo que significa que muchos siguen trabajando en negro”, explica Tsamópulos, que ha recurrido a los tribunales la legalidad del nuevo impuesto unificado. “Estamos a la espera del fallo de la justicia, pero creemos que no se ajusta a derecho. Y además es mucho peor que todos los impuestos anteriores”.
Con el único balón de oxígeno del turismo, y escasos brotes verdes como el de la industria biotecnológica, el tejido económico griego exhibe jirones por todas partes tras siete años de crisis (la misma que ha obligado al 40% de las familias a recortar su gasto en alimentación). La geografía urbana de Atenas es un libro abierto que explica la fragilidad de su principal sector, un comercio de dimensiones raquíticas: el centro se estructura aún por gremios, cordeleros en esta calle, joyeros en aquella otra; pañeros, sastrerías, fontaneros… Una reliquia de un sistema arrumbado por el tsunami incesante de la globalización y la competencia de las manufacturas chinas. Unas calles, unos gremios, donde reverberan, hoy más que nunca, los agoreros: si no se cierra la revisión del rescate, todo, empezando por esos viejos negocios, se derrumbará como un castillo de naipes.
María Antonia Sánchez-Vallejo
Atenas, El País
El escenario de medidas adicionales que a partir de 2018 deberá adoptar Grecia si no cumple los objetivos previstos (3,5% del PIB de superávit primario) ha caído como una losa sobre una población extenuada por siete años de crisis y un alud de reformas. Porque, aunque el Gobierno esté haciendo los deberes del tercer rescate (hasta lograr el 2,5% de superávit primario en 2016, muy por encima de la meta del 0,5%), en la calle hay señales que enfrían el optimismo, como si las cuentas del país discurrieran por dos carriles paralelos, ajenos: la macroeconomía y el ábaco.
Los datos tampoco invitan a relajarse. En el último trimestre de 2016 el PIB registró una leve contracción; el pasado enero se produjo la mayor pérdida de empleo privado en dicho mes desde 2001 (casi 30.000 puestos de trabajo); la retracción del consumo (por estos datos y el temor a un accidente en el rescate) ha provocado una pérdida de recaudación por IVA de 55 millones y, este martes, entrará en vigor una nueva medida de ajuste: vence el primer pago del Efka, la contribución única a la Seguridad Social para todos los sectores (en realidad, una vieja exigencia de los socios arrastrada desde el primer rescate, en 2010: unificar los fondos sectoriales para evitar agujeros negros de dinero y corruptelas).
Pese al regalo de una primavera anticipada, y la expansión festiva y del consumo en los últimos días de carnaval, se percibe una inquietud real, de miedo al mañana. De poco sirve el optimismo del primer ministro, Alexis Tsipras, el viernes en el Parlamento, al valorar el acuerdo de mínimos logrado el lunes en el Eurogrupo. “Es un acuerdo honroso. Por primera vez en siete años dejamos atrás la senda de la austeridad”, dijo. Sin necesidad de lupa para leer la letra pequeña, muchos saben que las medidas adicionales —que el mismo Gobierno tildaba de inconstitucionales hasta que se vio obligado a aceptarlas para desbloquear la revisión del rescate— implican la enésima reforma fiscal (reducción de la base mínima imponible de 8.600 euros a 6.000); un nuevo recorte, de entre el 7% y el 30%, a 1,4 millones de pensiones, y la liberalización de los despidos colectivos, según los medios locales. El Gobierno insiste en que tendrán “un impacto fiscal cero”, pero casi todos en la calle traducen al revés lo que quiera que esto signifique.
“¿El fin de la austeridad? Eso no se lo cree nadie, los Gobiernos nos tratan como a clientes, siempre quieren hacernos pensar que tenemos la razón. No nos hablan como a ciudadanos con cabeza. Solo nos endulzan la píldora para que traguemos”, cuenta Yanis Avlanitis, pequeño empresario; "pero no hay mañana, nadie que nos muestre un camino para salir de la crisis”. Su hija mayor, de 28 años, periodista con dos posgrados, encadena dos trabajos “para juntar un sueldo de miseria, con el que ni siquiera puede independizarse”. Y él mismo, con tres tiendas en Atenas y El Pireo, dice quedarse en tablas, económicamente hablando. “Solo cubro gastos. No gano nada, pero tampoco debo”, dice, en alusión a la abultada deuda privada del país (240.000 millones de euros en 2016, el 133% del PIB; la mitad, impagos de pymes). El volumen es de tal calibre que el Gobierno lanzó esta semana una campaña especial, con la apertura de 120 oficinas hasta junio, para asesorar en su gestión.
Deuda privada
Panayotis Argiropulos, autónomo a punto de la jubilación si le salen las cuentas, se arrepiente de haber cedido a los cantos de sirena de los bancos, que con machacona insistencia le ofrecían hace solo una década dinero a espuertas. “Para vacaciones, para un coche nuevo, para reformas o porque sí, porque sonaba el teléfono y te lo metían por los ojos sin necesidad de salir de casa”, explica en el bar que regenta en la pequeña localidad agrícola de Vathy, 100 kilómetros al norte de Atenas; un negocio que, con el nuevo impuesto unificado, entrará en números rojos. “La historia de mi vida podría resumirse así: empecé de cero, y acabaré con cero. Nada que dejarle a los hijos, que sobreviven con sueldos de miseria. Una casa hipotecada y una vida de esfuerzo primero en el campo, luego en la fábrica (porque los partidos hace décadas compraban nuestro voto con un puesto de trabajo) y, tras la quiebra de la factoría, ahora con un negocio cada día más ruinoso”. Los posibles cambios normativos en la edad de jubilación también le afectan, y duda que pueda retirarse en breve.
La progresiva presión fiscal, una exigencia de los acreedores para remediar la ingente evasión fiscal —según la OCDE, la economía informal oscila entre el 20% y el 25% del PIB—, puede tener, según algunas fuentes, el efecto contrario. Así lo cree Dimitris Tsamópulos, presidente de la Asociación de Asesores Fiscales del Ática. “Si la gente tiene que elegir entre alimentar a sus hijos o pagar impuestos, obviamente hará lo primero. Solo el año pasado cesaron en su actividad 120.000 autónomos, lo cual debería notarse en las cifras del paro. Pero no se nota, lo que significa que muchos siguen trabajando en negro”, explica Tsamópulos, que ha recurrido a los tribunales la legalidad del nuevo impuesto unificado. “Estamos a la espera del fallo de la justicia, pero creemos que no se ajusta a derecho. Y además es mucho peor que todos los impuestos anteriores”.
Con el único balón de oxígeno del turismo, y escasos brotes verdes como el de la industria biotecnológica, el tejido económico griego exhibe jirones por todas partes tras siete años de crisis (la misma que ha obligado al 40% de las familias a recortar su gasto en alimentación). La geografía urbana de Atenas es un libro abierto que explica la fragilidad de su principal sector, un comercio de dimensiones raquíticas: el centro se estructura aún por gremios, cordeleros en esta calle, joyeros en aquella otra; pañeros, sastrerías, fontaneros… Una reliquia de un sistema arrumbado por el tsunami incesante de la globalización y la competencia de las manufacturas chinas. Unas calles, unos gremios, donde reverberan, hoy más que nunca, los agoreros: si no se cierra la revisión del rescate, todo, empezando por esos viejos negocios, se derrumbará como un castillo de naipes.