El Glorioso tiene su final de Copa

Un golazo de Edgar mete al Alavés en la pelea por el título ante el Barcelona. El Celta sólo amenazó media hora. Pellegrino ganó la partida de ajedrez.


Nika Cuenca
As
El Glorioso ya tiene la segunda final de su historia. Las escoge bien. Si la de 2001 de la UEFA fue ante el Liverpool, en mayo se medirá al Barcelona por el título de Copa. Noqueó con justicia, gracias a un golazo de Edgar, a un Celta que había engullido al Real Madrid, que se vio sometido por el orden, la paciencia y el ímpetu del Deportivo Alavés y su animosa afición. Hay un gran proyecto en Vitoria: ha sido ascender y alcanzar esta cima. Bordalás hizo el trabajo duro y fue despedido. Hacía falta un salto de calidad. Lo ha dado Pellegrino, que derrotó a un superado y decepcionante Berizzo.


El partido fue una partida de ajedrez, pero sin la obsesión del reloj de arena. No había prisa. Meterse en la final podía estar en un detalle, un fallo rival, una acción aislada. Y así fue. Los locales fueron haciéndose con el tablero y Edgar, a los tres minutos de entrar en el campo, vio una vía de agua tras una peinada de Camarasa. Se coló y definió con clase. Toquero había hecho el desgaste, su relevo salió fresco y definió con clase canaria. El Celta murió colgando balones, lejos de su estilo.

Berizzo ordenó soportar la salida fuerte del Alavés y para el minuto diez, movió ficha en el tablero. Aspas,el alfil celeste, cayó a la mediapunta para dejar sin referencia a los centrales de Pellegrino, poderosos en el cuerpo a cuerpo, rígidos al girar. El moañés estaba señalado como el hombre del partido, pero el Alavés tenía una dama blanca: el meta Pacheco. Portero de Selección en el futuro, evitó el 0-1 con una parada de gran dimensión. El Alavés era peor con balón y estiró el cuello con Deyverson, que forzó una falta al borde del área. El tiro del hábil Ibai lamió el larguero.

El alfil Aspas estaba en todas partes, era el único que hacía callar al bullicioso Mendizorroza, que parecía una cancha argentina. Y en el 26’, volvió a meter miedo. Se sacó una gran vaselina que se fue alta por poco. La mano de Pacheco estaba ahí. Feddal le arrugó, y de repente, desapareció.

Había tanta gloria en juego, una final de Copa 16 años después, que los futbolistas empezaron a sentir el vértigo a equivocarse. Los laterales apenas se desdoblaban, los medios guardaban su parcela. Debieron pensar como en el fútbol de barrio que era un mete-gana. Así fue. Tras el descanso, el Alavés impuso su juego. Dio un paso adelante, más poderoso físicamente en la presión, y empezó a acorralar al Celta con córners.

Emergió Marcos Llorente, que pasada la hora rompió líneas en el frente rival como un emperador y habilitó a Deyverson. Su centro fue desviado a los pies de Ibai, que no marcó por una gran estirada de Sergio Álvarez. El brasileño malograría luego una contra. El Celta estaba contra las cuerdas. El gol local se mascaba y llegó en una acción directa. Mendizorroza defendió hasta el último pitido final del mejor Mateu del año.

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