COLUMNA / Por qué el auge del autoritarismo es una catástrofe global

Los ciudadanos de 94 países están actualmente controladas por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios competitivos

Garry Kasparov / Thor Halvorssen
El País
El mes pasado, mientras el presidente chino Xi Jinping ofrecía el discurso principal en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, la élite del mundo lo escuchó muy educadamente. Por supuesto, el líder de la dictadura china no mencionó, cómo él y sus compinches, encarcelan y hacen desaparecer a activistas de derechos humanos, persiguen a minorías étnicas y grupos religiosos, y operan un vasto sistema de censura y vigilancia, entre otros males. Es sorprendente que un foro dedicado a "mejorar el estado del mundo" ofreciera un escenario tan importante al líder de un régimen represivo. Xi comenzó su discurso preguntando "¿Qué ha ido mal con el mundo?", pero el hecho es que él es parte del problema.


En la actualidad, el negocio del autoritarismo está en auge. Según la investigación de Human Rights Foundation, los ciudadanos de 94 países sufren bajo regímenes no democráticos, lo que significa que 3,97 mil millones de personas están actualmente controladas por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios competitivos. Esto es el 53 por ciento de la población mundial. Estadísticamente, entonces, el autoritarismo es uno de los mayores —si no el mayor— desafío que enfrenta la humanidad.

Veamos las estadísticas de las principales crisis del mundo. Cerca de 836 millones viven bajo pobreza extrema y 783 millones carecen de agua potable. La guerra y el conflicto han desplazado a 65 millones de sus hogares. Entre 1994 y 2013 un promedio anual de 218 millones de personas se vio afectada por desastres naturales. Estos son problemas terribles y de difícil solución, pero al menos hay organismos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), organizaciones de cooperación y ministerios de relaciones exteriores dedicados a cada una de dichas crisis.

Los dictadores y los autoritarios electos, sin embargo, están a sus anchas. El Banco Mundial regularmente subvenciona y rescata financieramente a regímenes represivos. No existe una misión anti-tiranía en la ONU, ni Metas de Desarrollo Sostenible contra la dictadura, ni una gran masa de activistas persiguiendo estas causas.

Nosotros, los columnistas, hemos experimentado personalmente las maldades del autoritarismo. Uno de nosotros ha sido golpeado, incluido en la lista negra y forzado al exilio por agentes del Kremlin. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha embestido implacablemente a la oposición política y se ha dedicado a aplastar la libertad de expresión, anexionar descaradamente Crimea e incrementar sus actividades militares globales de maneras que se remontan a la Guerra Fría. El otro autor ha visto a su madre ser víctima de un disparo por las fuerzas de seguridad venezolanas y a su primo hermano languidecer durante casi tres años en una cárcel militar como preso de conciencia. Hoy el presidente venezolano, Nicolás Maduro, dirige un régimen que regularmente encarcela a los disidentes, abusa de los manifestantes y es parte de un cartel de corrupción tan generalizado que el país hoy sufre un colapso económico catastrófico.

Putin y Maduro tienen co-conspiradores en todas partes del mundo, aspirantes a tiranos que están desmantelando la prensa libre, encarcelando opositores, manipulando elecciones y cometiendo violaciones sistemáticas de derechos humanos. En Turquía, una democracia que alguna vez fue prometedora está casi completamente sofocada. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, ha cerrado 149 medios de comunicación, más de 2.000 escuelas y universidades, despidió a más de 120.000 funcionarios y encarceló a más de 45.000 sospechosos de disidencia. En Corea del Norte, Kim Jong Un encabeza el gobierno más totalitario de la Tierra, lavando el cerebro a 25 millones de personas y aterrorizando a éstas con ejecuciones públicas, hambrunas forzadas y una vasta red de campos de concentración que recuerda a la Cambodia del Pol Pot y a la Polonia ocupada por la Alemania nazi.

También hay otros dictadores menos conocidos en países como Bahréin, Kazajistán y Guinea Ecuatorial, donde los tiranos roban los recursos naturales de sus países y se embolsillan las ganancias en sus cuentas privadas en el exterior. Para cubrir sus atrocidades, contratan a lobistas, empresas de relaciones públicas e incluso a grupos de políticos en el mundo libre para limpiar sus acciones.

Si la injusticia y la opresión no fueran suficientemente malas, los gobiernos autoritarios también ocasionan un enorme costo social. Los países dirigidos por dictadores tienen las tasas más altas de enfermedades mentales, niveles más bajos de salud y esperanza de vida, y, como sostuvo famosamente Amartya Sen, una mayor susceptibilidad a la hambruna. Sus ciudadanos son menos educados y registran menos patentes e invenciones. En 2016, se presentaron más patentes en Francia que en todo el mundo árabe, no porque los árabes sean menos emprendedores que los franceses, sino porque casi todos viven bajo un autoritarismo sofocante. Es evidente que la supresión de la libertad de expresión y la creatividad tiene efectos nocivos sobre la innovación y el crecimiento económico. Los ciudadanos de sociedades libres y abiertas como Alemania, Corea del Sur y Chile son testigos de avances en los negocios, la ciencia y la tecnología que los bielorrusos, los birmanos y los cubanos sólo pueden soñar.

Las naciones libres tampoco van a la guerra entre sí. La historia ha demostrado que ésta es la única ley inmutable de la teoría política. Por su parte, los dictadores están siempre en guerra, a menudo con una potencia extranjera y siempre con su propio pueblo. Si usted está preocupado por la salud pública, la pobreza o la paz, su mandato es claro: opóngase a la tiranía.

Trágicamente, las instituciones y organizaciones mundiales no han logrado abordar adecuadamente el autoritarismo. Los gobiernos occidentales a veces protestan contra las violaciones de los derechos humanos en países como Rusia, Irán y Corea del Norte, pero rutinariamente las ignoran en lugares como China y Arabia Saudita, a razón de mantener acuerdos comerciales y acuerdos de seguridad. La ONU, creada para lograr la paz y la justicia en el mundo, tiene a Cuba, Egipto y Ruanda en su Consejo de Derechos Humanos. Allí, el representante de una democracia electo en elecciones libres y justas, tiene la misma legitimidad que el representante de una dictadura que no fue electa por nadie. El primero actúa en nombre de sus ciudadanos, mientras que el segundo actúa para silenciarlos. El resultado es que, entre junio de 2006 y agosto de 2015, el Consejo de Derechos Humanos no emitió condena alguna a los regímenes represivos en China, Cuba, Egipto, Rusia, Arabia Saudita y Turquía.

A pesar del hecho de que la dictadura está en la raíz de muchos problemas globales —mala salud, sistemas educativos fallidos y la pobreza global entre otros— el autoritarismo, como tal, casi nunca es abordado en importantes conferencias en el mundo. Y no es de extrañar: muchos, incluyendo el Foro Económico Mundial y la ya desaparecida Clinton Global Initiative, reciben una amplia financiación de autoritarios. Pocos grupos de derechos humanos se centran exclusivamente en el autoritarismo, y los grupos del establishment de los derechos humanos dedican gran parte de sus presupuestos a criticar a los gobiernos democráticos y sus políticas. De manera que los dictadores rara vez son el centro de la atención.

La lucha noble contra la tiranía ha recaído sobre activistas y disidentes individuales que viven bajo regímenes autoritarios o que trabajan desde el exilio. Los periodistas ciudadanos Abdalaziz Alhamza y Meron Estefanos descubrieron que pocas personas en países pacíficos y libres estaban interesadas en informar sobre Siria y Eritrea, por lo que se tomaron la responsabilidad de hacerlo, a pesar del enorme peligro que esto les causó. Hyeonseo Lee desertó de Corea del Norte para encontrar que las víctimas del tráfico sexual en China son a menudo abandonadas e ignoradas, por lo que comenzó a presionar al gobierno chino por sí misma. Cuando el padre de Rosa María Payá, el líder democrático cubano Oswaldo Payá, murió en circunstancias misteriosas en el 2012, ella misma asumió como responsabilidad propia exigir una investigación formal y un trato justo para los disidentes en Cuba. Tales individuos están en constante necesidad de apoyo, porque en sus países de origen no hay forma legal de protestar, no hay ACLU, no hay Washington Post y no hay un partido de la oposición para defender sus derechos.

Si el autoritarismo y la dictadura van a ser debidamente impugnados —y si tantas crisis resultantes, incluyendo el conflicto militar, la pobreza y el extremismo, van a ser atacados desde la raíz— estos disidentes necesitan financiación, asesoramiento estratégico, capacitación técnica, atención y solidaridad. Para cambiar esta tendencia represiva global, la gente de todas las partes y rubros en el mundo necesitan unirse al movimiento contra las dictaduras. Artistas, empresarios, tecnólogos, inversionistas, diplomáticos, estudiantes —no importa quién sea— deben tratar de comunicarse con organizaciones de la sociedad civil en riesgo y preguntar cómo pueden ayudar usando sus conocimientos, recursos o habilidades.

Hoy en día, los autoritarios gobiernan una parte cada vez más grande del globo, mientras que los líderes del mundo libre pierden terreno porque carecen de la motivación y avidez para crear una nueva ONU que sea más bien una Liga de las Democracias. Mientras tanto, como individuos que vivimos en una sociedad libre, creemos que es nuestra obligación moral actuar para exponer las violaciones de los derechos humanos y usar nuestra libertad para ayudar a otros a alcanzar la suya.

Garry Kasparov es el secretario general de Human Rights Foundation. Thor Halvorssen es su presidente y director ejecutivo. Lea el artículo original en el Washington Post.

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