El último pies secos
Yunieski Marcos es el último cubano que pudo beneficiarse de la ley de entrada a EE UU
Pablo de Llano
Miami, El País
Eran las ocho y media de la mañana del viernes pasado y Yunieski Marcos fumaba un cigarrillo en el porche de la casa de su primo en Westchester, un suburbio de Miami, balanceándose en una mecedora rústica. El primo Roberto había salido a llevar a su hijo al colegio. Yunieski vestía una camiseta Calvin Klein nueva, unos jeans ajustados y una pulsera de bolas verdes y amarillas que le preparó un santero en su ciudad natal de Cuba, Camagüey. “Yo soy hijo de Eleguá, el dios que abre los caminos”, dijo.
Una semana antes, Yunieski Marcos, de 33 años, había sido bendecido con un milagro estadístico. De las decenas de miles de cubanos que han llegado a través de los años a la aduana de Laredo, él y su hijo de siete años Kevin fueron los últimos a los que permitieron entrar sin visa por ese paso en EE UU el 12 de enero, el día que se anunció el final de la política pies secos, pies mojados, que daba acogida a los cubanos sin papeles.
Pasados unos minutos el primo Roberto regresó montado en un carrito de golf. Le chocó la mano a Yunieski con una palmada sonora y exclamó:
–¡El último mohicano!
Yunieski nació en Cuba pero fue concebido meses antes en Ostrava, en la antigua Checoslovaquia comunista. Sus padres, cubanos, habían sido enviados allí para formarse. Por teléfono desde Camagüey, su madre contó que le puso ese nombre “porque mi hermana parió primero y le puso a los suyos Yoel y Yoandi, así que me inventé otro que empezase por i griega”. Su padre trabajaba en la fábrica de acero de Ostrava.
–Mijo, ya vino tu amigo a arreglarme la lavadora –dijo la madre antes de colgar.
–Está bien mami –respondió él.
–¿Oíste? Ya me arregló la lavadora, vino bien rápido.
–Sí mami.
–Un beso mi amor.
–Un beso vieja. Te quiero.
–Ya mijo. Está bien. Yo estando lejos ustedes, estoy bien yo.
Si Yunieski y Kevin hubieran llegado a la aduana una hora más tarde, se habrían quedado a las puertas de EE UU, como un sinfín de cubanos que desde aquel día están varados en la frontera con México, en Centroamérica, en Sudamérica o en la propia Cuba, los que tenían todo listo para emigrar y la noticia del día 12 dejó allí, petrificados.
En su país, Yunieski era técnico en aparatos electrónicos. La madre de su hijo, de la que está separado, había emigrado a EE UU un año antes. Después de una fase de papeleo que definió como “unas Olimpiadas”, él logró una visa para México y voló allí con el niño el 11 de enero. Al llegar hicieron sus primeras compras fuera de Cuba. Un teléfono y un palo para selfies. El mismo día volaron a Nuevo Laredo y al siguiente pasaron la frontera gracias a lo que Yunieski llamó “una intervención divina”. El oficial que selló su pasaporte le dijo en español: “Felicidades. Sois los últimos cubanos que cruzan sin visa”. Al salir de la aduana estaba en shock. “No era capaz de marcar las teclas de mi teléfono”.
Un amigo los esperaba en Laredo. Pasó a recogerlos. De camino a casa compraron cerveza. Por la noche, Yunieski y su amigo bebieron. Al día siguiente los llevaron a un Wall-Mart. “Muchacho, tú no te imaginas lo que es eso para alguien que llega de Cuba. Yo no sabía ni para donde mirar”, recordó. También fueron al cine y se retrataron con su palo de selfie. “Mira”, explicó, “esos asientos eran como una cama. Tú le aprietas un botón y eso se reclina para atrás. Este país es un paraíso para los que nos gusta la técnica”.
El domingo 15 volaron a Miami. El viernes pasado Kevin ya estaba yendo al colegio y su padre arreglando papeles. Esa mañana, Yunieski Marcos tuvo que ir a una oficina de migración a corregir una fecha. “El oficial de Laredo se debió de poner tan nervioso como yo, porque me escribió en el pasaporte que mi permiso de residencia terminaba el 11 de 2017, ¡un día antes de que entré chico!”. Al salir a la calle con el documento rectificado, se puso las gafas de sol que le regaló un amigo al llegar a Miami y encendió otro cigarro, lleno de dicha: “Yo no sé, pero hasta parece que el sol aquí pica menos que en Cuba”.
Pablo de Llano
Miami, El País
Eran las ocho y media de la mañana del viernes pasado y Yunieski Marcos fumaba un cigarrillo en el porche de la casa de su primo en Westchester, un suburbio de Miami, balanceándose en una mecedora rústica. El primo Roberto había salido a llevar a su hijo al colegio. Yunieski vestía una camiseta Calvin Klein nueva, unos jeans ajustados y una pulsera de bolas verdes y amarillas que le preparó un santero en su ciudad natal de Cuba, Camagüey. “Yo soy hijo de Eleguá, el dios que abre los caminos”, dijo.
Una semana antes, Yunieski Marcos, de 33 años, había sido bendecido con un milagro estadístico. De las decenas de miles de cubanos que han llegado a través de los años a la aduana de Laredo, él y su hijo de siete años Kevin fueron los últimos a los que permitieron entrar sin visa por ese paso en EE UU el 12 de enero, el día que se anunció el final de la política pies secos, pies mojados, que daba acogida a los cubanos sin papeles.
Pasados unos minutos el primo Roberto regresó montado en un carrito de golf. Le chocó la mano a Yunieski con una palmada sonora y exclamó:
–¡El último mohicano!
Yunieski nació en Cuba pero fue concebido meses antes en Ostrava, en la antigua Checoslovaquia comunista. Sus padres, cubanos, habían sido enviados allí para formarse. Por teléfono desde Camagüey, su madre contó que le puso ese nombre “porque mi hermana parió primero y le puso a los suyos Yoel y Yoandi, así que me inventé otro que empezase por i griega”. Su padre trabajaba en la fábrica de acero de Ostrava.
–Mijo, ya vino tu amigo a arreglarme la lavadora –dijo la madre antes de colgar.
–Está bien mami –respondió él.
–¿Oíste? Ya me arregló la lavadora, vino bien rápido.
–Sí mami.
–Un beso mi amor.
–Un beso vieja. Te quiero.
–Ya mijo. Está bien. Yo estando lejos ustedes, estoy bien yo.
Si Yunieski y Kevin hubieran llegado a la aduana una hora más tarde, se habrían quedado a las puertas de EE UU, como un sinfín de cubanos que desde aquel día están varados en la frontera con México, en Centroamérica, en Sudamérica o en la propia Cuba, los que tenían todo listo para emigrar y la noticia del día 12 dejó allí, petrificados.
En su país, Yunieski era técnico en aparatos electrónicos. La madre de su hijo, de la que está separado, había emigrado a EE UU un año antes. Después de una fase de papeleo que definió como “unas Olimpiadas”, él logró una visa para México y voló allí con el niño el 11 de enero. Al llegar hicieron sus primeras compras fuera de Cuba. Un teléfono y un palo para selfies. El mismo día volaron a Nuevo Laredo y al siguiente pasaron la frontera gracias a lo que Yunieski llamó “una intervención divina”. El oficial que selló su pasaporte le dijo en español: “Felicidades. Sois los últimos cubanos que cruzan sin visa”. Al salir de la aduana estaba en shock. “No era capaz de marcar las teclas de mi teléfono”.
Un amigo los esperaba en Laredo. Pasó a recogerlos. De camino a casa compraron cerveza. Por la noche, Yunieski y su amigo bebieron. Al día siguiente los llevaron a un Wall-Mart. “Muchacho, tú no te imaginas lo que es eso para alguien que llega de Cuba. Yo no sabía ni para donde mirar”, recordó. También fueron al cine y se retrataron con su palo de selfie. “Mira”, explicó, “esos asientos eran como una cama. Tú le aprietas un botón y eso se reclina para atrás. Este país es un paraíso para los que nos gusta la técnica”.
El domingo 15 volaron a Miami. El viernes pasado Kevin ya estaba yendo al colegio y su padre arreglando papeles. Esa mañana, Yunieski Marcos tuvo que ir a una oficina de migración a corregir una fecha. “El oficial de Laredo se debió de poner tan nervioso como yo, porque me escribió en el pasaporte que mi permiso de residencia terminaba el 11 de 2017, ¡un día antes de que entré chico!”. Al salir a la calle con el documento rectificado, se puso las gafas de sol que le regaló un amigo al llegar a Miami y encendió otro cigarro, lleno de dicha: “Yo no sé, pero hasta parece que el sol aquí pica menos que en Cuba”.