Donald Trump sacude Estados Unidos en una semana

El repliegue de Trump amenaza los pilares de la hegemonía estadounidense

Marc Bassets
Washington, El País
Estados Unidos, un país que ha oscilado en su historia entre momentos de apertura al mundo y otros de cerrazón, ha entrado en una fase de repliegue que sacude algunos de los pilares que han sustentado su hegemonía. En su primera semana en la Casa Blanca, Donald Trump ha decretado el cierre de las fronteras a las personas que huyen de la miseria económica, la persecución política o las guerras civiles, y ha abierto una crisis diplomática con el vecino del sur, México. Todo en medio de una actividad frenética, mientras rompía normas y paradigmas propios de la mayoría de democracias modernas.


Trump no defrauda. Ni a los suyos ni a quienes temían que llevase a la Casa Blanca su peor versión, la del tribuno populista y nacionalista que en campaña cruzó límites y rompió tabúes que muy pocos candidatos habían cruzado. Trump prometió construir un muro en la frontera con México —frontera que desde los años noventa ya está ampliamente protegida por vallas y otros obstáculos— y una de sus primeras decisiones fue firmar un decreto que ordena comenzar a construirlo. Prometió mano dura con los inmigrantes y ha dado poderes a las fuerzas del orden para detener a los sin papeles y lanzar una batalla política y judicial contra las grandes ciudades que los acogen. Prometió vetar la entrada de los musulmanes y, aunque el decreto firmado el viernes reduce el alcance del veto a siete países, no sólo discrimina contra una religión sino que castiga a los sirios víctimas de las matanzas en su país cerrándoles la puerta de Estados Unidos. Prometió otro muro simbólico a la globalización, y una de sus primeras decisiones fue retirar a su país del TPP, un tratado de libre comercio entre países de la cuenca del Pacífico que representan el 40% de la economía mundial. Prometió revolucionar la manera de gobernar en Washington, y, por el ritmo de las decisiones en estos primeros nueve días, la simultaneidad de los mensajes y los frentes abiertos, y la voluntad de seguir ofendiendo a los adversarios y manipulando la verdad, ha demostrado que Washington no le cambiará a él sino que él cambiará Washington.

Trump, como escribía ayer The New York Times, no parece querer someterse al juicio tradicional de los cien primeros días, sino al de las cien primeras horas. “Ningún presidente en tiempos modernos, quizá nunca, ha empezado con tal ráfaga de iniciativas en tantos frentes y en tan poco tiempo”, decía el diario.

En su primera semana ha firmado 15 órdenes ejecutivas y memorándums presidenciales, documentos legales comparables con decretos. Algunos son más simbólicos que inmediatamente efectivos —está por ver, por ejemplo, cuándo comenzará la construcción del muro—, pero casi todos están diseñados para desmontar el legado de su antecesor, el demócrata Barack Obama, y dinamitar consensos —sobre la buena vecindad con México, o el cuidado a la hora de discriminar a religiones u hostigar a las minorías— hasta ahora dominantes en Washington.

La primera semana de Trump ha sido un shock and awe, el equivalente político de la doctrina militar del impacto y la intimidación que EE UU aplicó cuando invadió Irak en 2003. Desde que el 20 de enero, en el discurso inaugural, Trump proclamó que aquel día terminaba “la carnicería americana”, quedó claro que la retórica apocalíptica de la campaña definiría su acción política. El cierre temporal de la frontera a los refugiados e inmigrantes de varios países de mayoría musulmana, o el acoso a los inmigrantes sin papeles, no responden, en contra de lo que afirma el presidente, a una crisis migratoria o de refugiados inminente, ni a un ambiente de inseguridad causado general por estas personas.

Hechos alternativos

En contra de lo que sostiene el presidente —y es probable que muy pronto él lo descubra y se atribuya el mérito—, EE UU es hoy, con todos sus problemas de desigualdad, pobreza y violencia, un país con una economía en marcha y un paro con niveles próximos al pleno empleo, y una mayor estabilidad geopolítica que hace diez años.

La tendencia a la tergiversación ha definido los primeros días de la Administración Trump. Se inaugura la era de los “hechos alternativos”, el concepto acuñado por la asesora Kellyanne Conway. O directamente de la mentira, clave en el ascenso de Trump, que dio sus primeros pasos hacia la Casa Blanca en 2011 al erigirse en portavoz de la teoría racista y falsa según la cual Obama, primer presidente afroamericano, no había nacido en el país. Esta semana el presidente ha recuperado otra teoría descabellada: la de un fraude masivo que dio la victoria en noviembre a su rival demócrata Hillary Clinton en votos.

Trump ya no es un candidato heterodoxo, ni un showman de los reality shows, un chiste para los programas de entretenimiento. Es el presidente de Estados Unidos, el país que desde su fundación se ha presentado como una nación diferente, un modelo para la humanidad. Con sus decisiones Al señalar a mexicanos y musulmanes, al colocar los “hechos alternativos” en el núcleo de decisión de la Casa Blanca, al retomar teorías conspiratorias que desacreditan el sistema democrático estadounidense, puede convertir en aceptables comportamientos e ideologías que hasta hace poco se situaban en los márgenes de esta sociedad. Los homologa. El mundo —los líderes autoritarios y los aspirantes a serlo, y los aliados democráticos— toma nota.

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