Brasil detiene a uno de sus hombres más ricos
Eike Batista es arrestado como sospechoso de simular la venta de una mina de oro para transferir 16,5 millones a un político
María Martín
Río de Janeiro, El País
Eike Batista, el que fue el hombre más rico de Brasil y el séptimo del mundo, fue detenido el lunes, acusado de alimentar una millonaria trama corrupta en Río de Janeiro. El nombre del empresario estaba en la lista de forajidos de la Interpol desde el jueves, cuando la Policía Federal intentó detenerlo en su lujosa casa de Río de Janeiro: él se encontraba en Nueva York en un viaje de negocios. Ahora que ha vuelto a pisar Brasil, Eike ha sido detenido como sospechoso de simular la venta de una mina de oro para transferir 16,5 millones de dólares al exgobernador de Río, Sergio Cabral. Este último está en prisión desde noviembre, acusado de recibir sobornos de constructoras responsables por obras públicas en Río.
Pocas personas encarnan la rápida ascensión y declive de Brasil tan bien como Eike Batista. Cuando el país estaba en racha, él adquiría y derrochaba millones, conquistaba accionistas de todo el mundo con sus negocios petroleros, de construcción naval y sus minas de oro, hizo fortuna a un ritmo de vértigo y, en fin, ganó poder. Dueño de 34.000 millones de dólares, el empresario fue en 2012 el séptimo hombre más rico del mundo, según Forbes. Nunca ocultó que su meta era ser el más rico del planeta. Un año más tarde, en 2013, como presagio de lo que se le venía encima a la economía brasileña, su ambición y optimismo lo arrastraron a una bancarrota multimillonaria: había prometido tres veces más petróleo del que era capaz de producir. En los últimos meses, Eike intentaba resucitar como emprendedor de éxito en un país que atraviesa su peor recesión en 30 años y que enfrenta por primera vez la corrupción institucional.
Durante una época, parecía que Batista podía venderlo todo. Hasta a sí mismo: se vendía con sabiduría como un empresario hecho a sí mismo, alguien que había hecho su primera fortuna extrayendo oro en la Amazonia con 22 años. No decía que su padre, exministro de Minas y Energía y expresidente de la segunda mayor empresa minera del mundo, la antes pública Vale do Rio Doce, a lo mejor tenía algo que ver con su suerte.
Fama y dinero
Pero Batista tenía una de esas personalidades que seducen a los biógrafos, y así, el personaje fue ganando a la persona real. Los políticos se lo rifaban y eran comunes sus fotos con los expresidentes del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Ellos querían sus millones y él necesitaba su beneplácito y contratos públicos. Batista fue generoso con todos, independientemente de la ideología. Acabó convertido en un fenómeno. Amado por Wall Street, agasajado por ministros, jaleado por la prensa local, parado en la calle por seguidores que le pedían autógrafos.
En 1990 comenzó a ser conocido por su vida sentimental, más concretamente por romper su compromiso con una rica heredera de Río de Janeiro y casarse con Luma Oliveira, que se había hecho famosa por haber desfilado en toples en un carnaval de finales de los ochenta. Se casaron cuatro meses después, el día del cumpleaños de aquella primera prometida: Luma estaba ya embarazada. Se especuló mucho sobre los celos que le torturaban. En la fiesta de lanzamiento de un ejemplar de Playboy en el que Luma salía desnuda en la portada, él mandó coser sus iniciales en la ropa interior de ella. En el carnaval de 1998, ella volvió a desfilar, esta vez con un collar de gata con el nombre Eike dibujado en diamantes. Al final fue una infidelidad lo que puso fin a su matrimonio. Para entonces, Eike parecía haber olvidado lo que era la discreción. Usaba constantemente su Twitter para promocionarse. Decoró su salón con un Lamborghini y un Mercedes.
Hoy, el brasileño "que todos los brasileños quieren ser", como fue llamado por una revista hace años, ha sido rapado a su entrada a prisión. Y ahí, calvo como un reo cualquiera, estará en el futuro cercano, marcado por la corrupción y cegado por un éxito que, como el de su país, nadie pensó que un día llegaría a su fin.
María Martín
Río de Janeiro, El País
Eike Batista, el que fue el hombre más rico de Brasil y el séptimo del mundo, fue detenido el lunes, acusado de alimentar una millonaria trama corrupta en Río de Janeiro. El nombre del empresario estaba en la lista de forajidos de la Interpol desde el jueves, cuando la Policía Federal intentó detenerlo en su lujosa casa de Río de Janeiro: él se encontraba en Nueva York en un viaje de negocios. Ahora que ha vuelto a pisar Brasil, Eike ha sido detenido como sospechoso de simular la venta de una mina de oro para transferir 16,5 millones de dólares al exgobernador de Río, Sergio Cabral. Este último está en prisión desde noviembre, acusado de recibir sobornos de constructoras responsables por obras públicas en Río.
Pocas personas encarnan la rápida ascensión y declive de Brasil tan bien como Eike Batista. Cuando el país estaba en racha, él adquiría y derrochaba millones, conquistaba accionistas de todo el mundo con sus negocios petroleros, de construcción naval y sus minas de oro, hizo fortuna a un ritmo de vértigo y, en fin, ganó poder. Dueño de 34.000 millones de dólares, el empresario fue en 2012 el séptimo hombre más rico del mundo, según Forbes. Nunca ocultó que su meta era ser el más rico del planeta. Un año más tarde, en 2013, como presagio de lo que se le venía encima a la economía brasileña, su ambición y optimismo lo arrastraron a una bancarrota multimillonaria: había prometido tres veces más petróleo del que era capaz de producir. En los últimos meses, Eike intentaba resucitar como emprendedor de éxito en un país que atraviesa su peor recesión en 30 años y que enfrenta por primera vez la corrupción institucional.
Durante una época, parecía que Batista podía venderlo todo. Hasta a sí mismo: se vendía con sabiduría como un empresario hecho a sí mismo, alguien que había hecho su primera fortuna extrayendo oro en la Amazonia con 22 años. No decía que su padre, exministro de Minas y Energía y expresidente de la segunda mayor empresa minera del mundo, la antes pública Vale do Rio Doce, a lo mejor tenía algo que ver con su suerte.
Fama y dinero
Pero Batista tenía una de esas personalidades que seducen a los biógrafos, y así, el personaje fue ganando a la persona real. Los políticos se lo rifaban y eran comunes sus fotos con los expresidentes del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Ellos querían sus millones y él necesitaba su beneplácito y contratos públicos. Batista fue generoso con todos, independientemente de la ideología. Acabó convertido en un fenómeno. Amado por Wall Street, agasajado por ministros, jaleado por la prensa local, parado en la calle por seguidores que le pedían autógrafos.
En 1990 comenzó a ser conocido por su vida sentimental, más concretamente por romper su compromiso con una rica heredera de Río de Janeiro y casarse con Luma Oliveira, que se había hecho famosa por haber desfilado en toples en un carnaval de finales de los ochenta. Se casaron cuatro meses después, el día del cumpleaños de aquella primera prometida: Luma estaba ya embarazada. Se especuló mucho sobre los celos que le torturaban. En la fiesta de lanzamiento de un ejemplar de Playboy en el que Luma salía desnuda en la portada, él mandó coser sus iniciales en la ropa interior de ella. En el carnaval de 1998, ella volvió a desfilar, esta vez con un collar de gata con el nombre Eike dibujado en diamantes. Al final fue una infidelidad lo que puso fin a su matrimonio. Para entonces, Eike parecía haber olvidado lo que era la discreción. Usaba constantemente su Twitter para promocionarse. Decoró su salón con un Lamborghini y un Mercedes.
Hoy, el brasileño "que todos los brasileños quieren ser", como fue llamado por una revista hace años, ha sido rapado a su entrada a prisión. Y ahí, calvo como un reo cualquiera, estará en el futuro cercano, marcado por la corrupción y cegado por un éxito que, como el de su país, nadie pensó que un día llegaría a su fin.