ANÁLISIS / Oportunistas del mundo, ¡uníos!

La atracción por el caos es la bandera de la causa sin valores ni ideas que es el trumpismo

Lluís Bassets
El País
Los mayores oportunistas del mundo están muy atentos a la jugada, con los nervios vivos y a flor de piel para reaccionar a tiempo y con el máximo provecho. Hay una nueva causa que levanta sus banderas estos días y que se anuncia como triunfante antes incluso de entrar en combate. Es el trumpismo.


Aunque algunos quieran disfrazarla, no es una causa moral o ideológica, en la que se defiendan valores e ideas. Al contrario, los valores y las ideas no tienen importancia alguna. Y si hay valores e ideas que cuentan son los de los otros, a los que hay que combatir y destruir, y que sirven además para definirse a uno mismo y federar todos los rencores y resentimientos. Valores propios no los hay: es la causa más cínica del mundo. Ideas tampoco: compra las que le convienen y tira las que no, aunque fundamentalmente se caracterice por su desinterés e incluso su ignorancia.

Lo único propio es el cuidado y la atención de sí mismo, según el interés más rastrero y cortoplacista: el resto no tiene importancia alguna. Situar lo mío ante todo. America First, que es lo mismo que Deutschland über alles. La fascinación por tal causa va más allá de la destrucción que proyecta sobre los valores y las ideas de los otros, y se concentra en el atractivo que ofrece el desorden. Su bandera es el caos. Es la magnífica oportunidad que maravilla a Mao Zedong cuando la ve ondear bajo las estrellas. Es la ocasión que no debe perder el príncipe virtuoso, según Maquiavelo. Equivale incluso a la destrucción creativa que necesita el capitalismo de Schumpeter. La mayor virtud del trumpismo, como del Brexit, es que no sabe ni quiere saber a dónde va, puesto que lo único que puede ofrecer a quienes le admiran es el mundo destruido que dejará a sus espaldas y el paisaje caótico que proyecta para beneficio de los oportunistas. No es revolucionario, vieja palabra de significado cada vez más discutido, sino disruptivo, más neutra ideológicamente.

Rompe con el pasado y en la ruptura concentra toda su virtualidad. Y lo hace, atención, de forma anticipada, antes de empezar a actuar. Sin necesidad de instalarse en el puente de mando de la Casa Blanca. A golpe de tuit. Una de las ventajas del trumpismo es que la sorpresa ya se ha producido, su capacidad disruptiva ya se ha puesto en marcha y los efectos sobre la realidad ya empiezan a notarse. Es el regreso al génesis, al caos inicial del que surgirá la luz en algún momento; un nuevo comienzo que abre nuevas esperanzas a quienes estaban cansados de esperar.

Trump es por sí solo toda una apelación a los aventureros. ¡Atención!: hay nuevo reparto de cartas. Quien no esté satisfecho con el juego que lleva que aproveche la oportunidad. Tiene toda la lógica que Putin, presidente de un país de difícil futuro, haya patrocinado tal maniobra para crear la oportunidad que haga a Rusia grande de nuevo. Quienes elogian al presidente electo, y son muchos, revelan el secreto de su íntimo deseo de ascenso; aunque probablemente hay muchos más que prudentemente prefieren ocultarlo todavía, a pesar de que ya se sienten directamente interpelados por la consigna: oportunistas del mundo, ¡uníos… a Donald Trump!

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