Christine Lagarde se juega en Francia su reputación
La Corte de la República se pronuncia este lunes sobre la presunta negligencia de la directora del FMI en la adjudicación de 403 millones a un empresario amigo de Sarkozy
Gabriela Cañas
París, El País
Christine Lagarde ha acudido con gesto digno cada día al Palacio de Justicia de París. Impecable en el atuendo, tomando nota, ha estado muy sola durante una semana sentada en el banquillo de los acusados. En la gran sala primera del palacio, solo sus hijos y un hermanos han acompañado a Lagarde ante una semana tan dura. Ausentes han estado sus correligionarios e incluso alguno de sus máximos colaboradores.
Su alegato final, el viernes pasado, de pie, frente al tribunal, corto y escrito de antemano, estuvo cargado de emoción. "Acuté en conciencia y en confianza. Siempre defendí los intereses de Francia. Analicé todos los riesgos de esta operación, pero no contemplé la posibilidad de un fraude".
La imagen de gestora competente de Christine Lagarde se ha puesto en entredicho esta semana en París. La Corte de Justicia de la República ha valorado las pruebas y ha escuchado los testimonios que la señalan como la ministra que actuó negligentemente favoreciendo al empresario amigo de Nicolas Sarkozy Bernard Tapie con 403 millones euros de fondos públicos. En su descargo, Lagarde señala que estaba muy ocupada al frente de un macroministerio y gestionando la crisis mundial y apunta a que todo se hizo a sus espaldas y fue quizá víctima de un fraude. La condena es improbable, pero no imposible. Su puesto al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI), en caso de veredicto en su contra, se tambalearía.
La Corte de Justicia de la República que ha visto su caso prevé hacer público su veredicto este lunes. La prensa es escéptica. Este tribunal especial que solo juzga a aforados, formado por tres jueces y doce parlamentarios, tiende a ser benevolente con los encausados; con sus pares. El fiscal Jean-Claude Marin ha pedido la absolución de la exministra por la debilidad de las pruebas que, dice, denotarían una falta política, pero no penal.
En este caso, sin embargo, los magistrados de la comisión de instrucción de este mismo tribunal, así como la presidenta que la juzga, Martine Ract-Madou, han sido duros con Lagarde. “Su comportamiento”, dice la instrucción, “no comporta solo una incuria y una precipitación criticables, sino que también reúne una conjunción de faltas que, por su naturaleza, su número y su gravedad, sobrepasan el nivel de simple negligencia”.
Este caso data de 2007. Nicolas Sarkozy ganaba las presidenciales y nombraba a Christine Lagarde ministra de Economía, Finanzas, Industria y Empleo. Era un macroministerio, ha alegado ahora la directora del FMI, que requería confiar la gestión en sus más estrechos colaboradores. Tapie, tras vender Adidas a través del Crédit Lyonnais por 318 millones de euros en 1992, llevaba años exigiendo otros 229 millones por las plusvalías logradas por la entidad pública. Lagarde, inmediatamente después de aterrizar en el ministerio, dio luz verde al arbitraje privado desatendiendo las voces críticas de su propio ministerio y un año después aprobaba la fabulosa adjudicación a Tapie de 403 millones.
La entonces ministra, asegura ahora, no sabía que el empresario, un exsocialista que apoyó la campaña de Sarkozy, era íntimo de este y del director de su propio gabinete, Stéphane Richard, auténtico hacedor del arbitraje que costó tanto dinero al Estado. Hoy Richard es presidente ejecutivo de Orange y se ha negado a testificar en este caso.
La justicia francesa anuló el año pasado el arbitraje y la jurisdicción penal analiza si hubo un fraude en el ministerio para favorecer a Tapie. Richard está imputado en esa causa. De ahí que Lagarde se haya preguntado quién o quiénes abusaron de su confianza. Pero en la vista también ha quedado al descubierto el punto más débil de su acción. En los 403 millones de euros se incluyeron 45 en concepto de perjuicio moral a Tapie. Fue un detalle que escandalizó a Francia y también a la propia Lagarde, que desechó, sin embargo, la posibilidad de recurrir el acuerdo. “¿Qué habría cambiado por ello? Intenté entenderlo, pero no era el único asunto en el que yo trabajaba entonces”, ha declarado ahora.
Lagarde no leyó las notas contra el arbitraje que le enviaban los servicios del ministerio y desestimó las que le indicaban que podía recurrir el resultado. Estaba demasiado ocupada con la crisis económica mundial, alega, para atender un asunto que no era prioritario. A renglón seguido, admite haber comido un día con Tapie cuando era ministra por curiosidad hacia el personaje. “Dije que no hablaríamos del arbitraje. No hubo conflicto de intereses”, explica.
Lagarde ha defendido su desconocimiento de los hilos que unían a unos y otros en el Elíseo y en su propio equipo recordando que aterrizó en el Ministerio de Economía desde Chicago, donde ejercía la abogacía, lo que no es del todo cierto, pues ya en 2005 se mudó a París para ser ministra de Jacques Chirac. La presidenta del tribunal le recordó que el cambio de peones en puestos clave para luego lograr un arbitraje favorable a Tapie era tan público que lo predijo con todo acierto en 2007 la revista Le Canard Enchainé. “No lo leí”, dice Lagarde. “Me recomendaron que no leyera la prensa y, sobre todo, Le Canard”.
En un registro realizado en su casa por este asunto la policía encontró en su ordenador un borrador de carta a Sarkozy. “Utilízame durante el tiempo que te convenga a ti, a tu acción y a tu casting”, decía Lagarde. “Lo del casting”, ha explicado ahora, “es porque soy una mujer y ellos querían un gobierno paritario”… “Este borrador no lo reescribiría ahora”.
Formalmente, el riesgo que corre Christine Lagarde es menor: un año de cárcel (probablemente con suspensión de pena) y 15.000 euros de multa. Su sueldo anual, según ha recordado esta semana pasada en París es de 450.000 dólares.
Gabriela Cañas
París, El País
Christine Lagarde ha acudido con gesto digno cada día al Palacio de Justicia de París. Impecable en el atuendo, tomando nota, ha estado muy sola durante una semana sentada en el banquillo de los acusados. En la gran sala primera del palacio, solo sus hijos y un hermanos han acompañado a Lagarde ante una semana tan dura. Ausentes han estado sus correligionarios e incluso alguno de sus máximos colaboradores.
Su alegato final, el viernes pasado, de pie, frente al tribunal, corto y escrito de antemano, estuvo cargado de emoción. "Acuté en conciencia y en confianza. Siempre defendí los intereses de Francia. Analicé todos los riesgos de esta operación, pero no contemplé la posibilidad de un fraude".
La imagen de gestora competente de Christine Lagarde se ha puesto en entredicho esta semana en París. La Corte de Justicia de la República ha valorado las pruebas y ha escuchado los testimonios que la señalan como la ministra que actuó negligentemente favoreciendo al empresario amigo de Nicolas Sarkozy Bernard Tapie con 403 millones euros de fondos públicos. En su descargo, Lagarde señala que estaba muy ocupada al frente de un macroministerio y gestionando la crisis mundial y apunta a que todo se hizo a sus espaldas y fue quizá víctima de un fraude. La condena es improbable, pero no imposible. Su puesto al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI), en caso de veredicto en su contra, se tambalearía.
La Corte de Justicia de la República que ha visto su caso prevé hacer público su veredicto este lunes. La prensa es escéptica. Este tribunal especial que solo juzga a aforados, formado por tres jueces y doce parlamentarios, tiende a ser benevolente con los encausados; con sus pares. El fiscal Jean-Claude Marin ha pedido la absolución de la exministra por la debilidad de las pruebas que, dice, denotarían una falta política, pero no penal.
En este caso, sin embargo, los magistrados de la comisión de instrucción de este mismo tribunal, así como la presidenta que la juzga, Martine Ract-Madou, han sido duros con Lagarde. “Su comportamiento”, dice la instrucción, “no comporta solo una incuria y una precipitación criticables, sino que también reúne una conjunción de faltas que, por su naturaleza, su número y su gravedad, sobrepasan el nivel de simple negligencia”.
Este caso data de 2007. Nicolas Sarkozy ganaba las presidenciales y nombraba a Christine Lagarde ministra de Economía, Finanzas, Industria y Empleo. Era un macroministerio, ha alegado ahora la directora del FMI, que requería confiar la gestión en sus más estrechos colaboradores. Tapie, tras vender Adidas a través del Crédit Lyonnais por 318 millones de euros en 1992, llevaba años exigiendo otros 229 millones por las plusvalías logradas por la entidad pública. Lagarde, inmediatamente después de aterrizar en el ministerio, dio luz verde al arbitraje privado desatendiendo las voces críticas de su propio ministerio y un año después aprobaba la fabulosa adjudicación a Tapie de 403 millones.
La entonces ministra, asegura ahora, no sabía que el empresario, un exsocialista que apoyó la campaña de Sarkozy, era íntimo de este y del director de su propio gabinete, Stéphane Richard, auténtico hacedor del arbitraje que costó tanto dinero al Estado. Hoy Richard es presidente ejecutivo de Orange y se ha negado a testificar en este caso.
La justicia francesa anuló el año pasado el arbitraje y la jurisdicción penal analiza si hubo un fraude en el ministerio para favorecer a Tapie. Richard está imputado en esa causa. De ahí que Lagarde se haya preguntado quién o quiénes abusaron de su confianza. Pero en la vista también ha quedado al descubierto el punto más débil de su acción. En los 403 millones de euros se incluyeron 45 en concepto de perjuicio moral a Tapie. Fue un detalle que escandalizó a Francia y también a la propia Lagarde, que desechó, sin embargo, la posibilidad de recurrir el acuerdo. “¿Qué habría cambiado por ello? Intenté entenderlo, pero no era el único asunto en el que yo trabajaba entonces”, ha declarado ahora.
Lagarde no leyó las notas contra el arbitraje que le enviaban los servicios del ministerio y desestimó las que le indicaban que podía recurrir el resultado. Estaba demasiado ocupada con la crisis económica mundial, alega, para atender un asunto que no era prioritario. A renglón seguido, admite haber comido un día con Tapie cuando era ministra por curiosidad hacia el personaje. “Dije que no hablaríamos del arbitraje. No hubo conflicto de intereses”, explica.
Lagarde ha defendido su desconocimiento de los hilos que unían a unos y otros en el Elíseo y en su propio equipo recordando que aterrizó en el Ministerio de Economía desde Chicago, donde ejercía la abogacía, lo que no es del todo cierto, pues ya en 2005 se mudó a París para ser ministra de Jacques Chirac. La presidenta del tribunal le recordó que el cambio de peones en puestos clave para luego lograr un arbitraje favorable a Tapie era tan público que lo predijo con todo acierto en 2007 la revista Le Canard Enchainé. “No lo leí”, dice Lagarde. “Me recomendaron que no leyera la prensa y, sobre todo, Le Canard”.
En un registro realizado en su casa por este asunto la policía encontró en su ordenador un borrador de carta a Sarkozy. “Utilízame durante el tiempo que te convenga a ti, a tu acción y a tu casting”, decía Lagarde. “Lo del casting”, ha explicado ahora, “es porque soy una mujer y ellos querían un gobierno paritario”… “Este borrador no lo reescribiría ahora”.
Formalmente, el riesgo que corre Christine Lagarde es menor: un año de cárcel (probablemente con suspensión de pena) y 15.000 euros de multa. Su sueldo anual, según ha recordado esta semana pasada en París es de 450.000 dólares.