Atrapados en Alepo

Un médico, un cuidador de gatos, un cooperante y un contable cuentan el infierno diario bajo las bombas

Natalia Sancha
Beirut, El País
Atrapados entre dos frentes, los habitantes de la Alepo oriental se han quedado solos. Tras más de cuatro meses de cerco los civiles que más sufren la guerra están exhaustos, enfermos y hambrientos. Los 250.000 civiles, según el recuento de la ONU, o 100.000 según el de los observadores locales, tienen su particular batalla diaria: sobrevivir.


El pasado 15 de noviembre el Ejército sirio lanzó una ofensiva para acabar con las bolsas rebeldes de la que fuera la capital económica de la Siria de preguerra, donde se estima queda un remanente de 8.000 insurrectos. Los rescatadores ya no disponen ni de herramientas ni de gasolina para evacuar a los vecinos atrapados entre los escombros. Golpeados por el miedo, el frío y el hambre, los civiles relatan a EL PAÍS cómo esperan el anuncio de una apertura de corredores humanitarios que les permita huir al oeste a la zona gubernamental y al suroeste hacia Idlib, última capital de provincia en manos rebeldes.

Mohammed Alaa construyó un refugio para animales en Alepo pero las bombas lo han destruido. La mayoría de los gatos han muerto y los pocos que sobrevivieron deambulan entre los escombros. Son los únicos que lo hacen. Alaa asegura que ya nadie se aventura a rescatar a los heridos tras el colapso de un edificio porque los aviones detectan el movimiento desde el cielo y vuelven a atacar: "Sería un suicidio". Los cadáveres permanecen entre los escombros sin sepultura.

Mohamed conducía dos ambulancias con las que evacuaba a los heridos pero han quedado totalmente destrozadas. Las familias que tienen parientes en la zona del Gobierno, cuenta este hombres que antes de conductor fue electricista, aprovechan el caos para traspasar los controles rebeldes hacia zonas donde está el Ejército. Tras una criba de seguridad, los civiles que no han tenido relación con la insurgencia armada se dirigen a centros de acogida.

Del resto, nada se sabe. Si bien corren los rumores sobre encarcelamientos y ejecuciones, ningún testigo ha podido confirmarlo. Las familias de opositores armados, activistas o jóvenes en edad de ingresar el Ejército optan por dirigirse hacia el sur, dice Alaa. Lo hacen alternando de barrio en barrio según la dinámica de los combates y el avance de las tropas regulares sirias. “No se ha abierto ningún corredor aun para que salgan los civiles”, insiste. “Estamos a la espera de si Rusia y Estados Unidos sellan una tregua y en ese caso la gran mayoría de la población optará por salir”.

Más de cuatro años de batalla en Alepo

En 2010 Alepo contaba con cerca de tres millones de habitantes. Dividida desde 2012, entre 100.000 y 250.000 permanecen en la mitad este de la ciudad bajo control rebelde y cerca de millón y medio en la mitad bajo control de las tropas regulares sirias.

Cuna de la clase industrial, aliada del Gobierno de Damasco, y situada en la frontera con Turquía, retaguardia rebelde, Alepo guarda un importante valor geoestratégico para ambos bandos en la contienda siria.

En julio el Ejército sirio se hizo con la última ruta de avituallamiento rebelde, dejando a la población civil aislada y sin acceso a víveres. En 2014, el cerco fue inverso con las facciones rebeldes aislando a la población civil de la mitad occidental.

El 15 de noviembre las tropas sirias lanzaron una nueva ofensiva llegando a capturar este miércoles el 85% del territorio que mantenían los insurrectos y provocando la huida de más de 30.000 civiles a zona gubernamental.

Según el balance que hace el Observatorio Sirio Para los Derechos Humanos, 341 personas han muerto en Alepo este, entre ellos 44 menores, y otras 81 en la zona oeste, entre ellos 31 menores, desde el inicio de la ofensiva.

Más de 300.000 personas han perdido la vida desde que comenzara la guerra en marzo de 2011. Al menos 6.5 millones de personas han sido internamente deslazadas por lo combates y cerca de cinco han buscado refugio en el extranjero.

¿Quién combate en los frentes?

El Ejército sirio cuenta con el apoyo de la aviación rusa y de varias milicias en tierra como la libanesa Hezbolá, las fuerzas especiales iraníes o combatientes afganos.

El enviado especial de la ONU para Siria, el italo-sueco Staffan de Mistura cifra en 8.000 los insurrectos que combaten en Alepo. Entre ellos habría unos 1.000 efectivos del Frente Fatá el Sham, antigua filian de Al Qaeda, y centenares de combatientes de varias facciones de mayor o menor corte islamista como Fatá Haleb, Jeish el Fatah, Ahrar el Sham, siendo Harakat Nour al-Din al-Zenki una de las más importantes.

Awad, antiguo trabajador de una ONG

Su teléfono vive gracias a la batería de un coche que los vecinos usan como estación de carga de móviles. Atrapados en la vorágine de los combates, están ansiosos por saber qué pasa fuera. No le queda comida aunque la verdad es que esa es la última de sus preocupaciones: "El miedo quita el hambre". Pero no el frío. Awad y las familias que comparten un refugio seguro entran en hogares abandonados para hacerse con puertas y marcos de las ventanas que usan para encender un fuego.

Awad cree que llegará un momento en el que no tengan donde ir. La marea humana cubierta de polvo y con olor a pólvora se desplaza a trompicones. Primero, la gente huyó de Hanano, un barrio reconquistado por el ejército sirio a finales de noviembre, y se dirigió hacia Shajur. Luego hacia Shaar, para más tarde ir a la ciudad vieja y ahora hacia Fardus. A diferencia de Mohamed, Awad asegura que los civiles temen salir hacia la zona del nizam (“régimen”, en árabe), como se refieren los opositores al territorio que controlan las tropas de Bachar el Asad.

Nisrine, madre de cuatro menores atrapada en Alepo oriental

“Vivimos, gracias a Dios”, es la muletilla que esta mujer de 30 años y madre de cuatro intercala sistemáticamente entre frases. “Sobrevivimos entre las bombas, el frío polar y la lluvia de morteros. No tenemos apenas reservas de comida, no hay pan, no hay medicamentos …no nos queda nada”, resume entre tosidos y sonándose los mocos. “Mi peor pesadilla es que mis hijos enfermen más o sean heridos. Mire usted, esto es un cerco, así que los heridos mueren porque no pueden llegar al hospital o no hay medicamentos”, recalca. Sus dos gemelos de cuatro años y los dos mayores de nueve y 12 también están enfermos, por lo que Nisrine ha optado por momificarlos en sucesivas capas con todas las ropas que ha encontrado en los armarios. “No les dejo salir de casa más que para buscar agua al pozo y traer astillas de madera. Llevan así cuatro meses y medio, desde que comenzó el cerco. Están psicológicamente agotados. Intento mantenerme fuerte delante de mis hijos, pero tengo mucho miedo”, admite. Hace tan solo dos días que un mortero aterrizó en el cuarto de sus hijos que “gracias a Dios” dormían con ella y su marido en el cuarto interior y más protegido. Pasan el día en penumbra, contando explosiones a la espera de los menos de 60 minutos diarios que logran rascar de un generador cuyos amperios se racionan entre los vecinos.

Con un marido enfermo que no aporta un salario al hogar desde hace más de cuatro años, Nisrine forma parte de esa bolsa de civiles que por falta de dinero no han podido abandonar el Alepo oriental. Han quedado atrapados en un doble cerco protagonizado por el último control rebelde y el perímetro militar sobre el que bombardean las aviaciones siria y rusa. Esta familia ha optado por regresar a su hogar en el barrio Al Ansari, tras haber recorrido siete viviendas diferentes en el último lustro. En dos ocasiones en casa de familiares en “el otro lado” aludiendo a mitad oeste de Alepo. “En casa de mis padres ya eran muchos y no tenían ni para ellos así que cuando las cosas se calmaron regresamos a este barrio. Luego comenzó el cerco y ya quedamos atrapados”. Viven en un edificio de cuatro plantas donde antes habitaban otras 12 familias. “Mire, se fueron todos. El que tenía algo ahorrado a zona del Gobierno, el que tenía más, a Europa. Nosotros no tenemos dinero. Ojalá abran corredores, y podamos salir. No es que fuera mejore la cosa económicamente porque no tenemos dinero, pero al menos estaremos seguros”, concluye.

Atrapados en Alepo

Este grupo de voluntarios se ha hecho cargo durante los últimos meses del rescate de los vecinos atrapados entre escombros en la Alepo oriental. Afines a los rebeldes, fueron nominados para el Premio Nobel de la Paz. “No podemos hacer nada. Hay 21 personas atrapadas en un barrio donde acaba de entrar el Ejército [sirio]. No podemos hacer nada. No nos quedan herramientas para rescates ni gasolina para los coches. Otras 15 personas están bajo los escombros de un edificio en el barrio de Asker, pero tampoco podremos salvarles. El que no muere bajo las bombas, muere de hambre. Nos van a matar a todos”, alcanza a decir con un hilo de voz.

Doctor Abu Odey

Las conexiones en el este de Alepo son muy débiles y una conversación de diez minutos puede alargarse durante horas. Por lo que el doctor Abu Obeid, en la treintena, opta por comunicarse con mensajes de voz a través de WhatsApp. Una voz exhausta y derrotista intenta imponerse sobre el caos sonoro que reina de fondo. “Se nos han muerto tres pacientes enfermos este domingo. No nos queda medicación, ni oxígeno y el número de heridos no hace más que aumentar”.

Según el puñado de doctores que aun permanecen en Alepo, tan solo dos hospitales y tres centros de salud permanecen parcialmente en funcionamiento para asistir a los civiles que permanecen atrapados entre los frentes que sellan los barrios de la zona oriental de la ciudad. En esos hospitales cinco cirujanos, la mayoría jóvenes que nunca finalizaron los estudios, atienden en salas de operaciones con pocos recursos. Impotentes, los médicos alternan entre la aspirina y la amputación.

Krzysiek los ve llegar envueltos en polvo. Los desplazados acaban de superar los controles militares huyendo del Alepo oriental. "Es sobrecogedor ver el estado en el que llegan", describe al teléfono desde Damasco, donde está hoy.

Son en su mayoría mujeres, ancianos, enfermos y niños. Más de 2.500 de ellos han sido atendidos en los centros móviles por heridas graves sufridas durante los combates o por enfermedades y desnutrición. “En las primeras horas recibimos 16.000 personas saturando el centro de acogida que se instaló en el barrio de Yibrin. El Gobierno sirio nos cedió una fábrica de algodón en el área de Mahalej donde vamos acomodando a los nuevos”. Allí, y todavía en shock, estas personas reciben asistencia médica, un plato caliente y el tan necesitado descanso. A las puertas de ambos centros se apelotonan los familiares en busca de sus parientes para llevárselos a casa.

Krzysiek recuerda que la parte de Alepo occidental está saturada tras recibir diversas oleadas de desplazados. Entre los meses de agosto y noviembre otros 40.000 civiles se desplazaron al hemisferio oeste de la urbe. Por lo que CICR ya ha comenzado a identificar la posible rehabilitación de los barrios recién capturados por las tropas sirias, como Hanano, para poder facilitar el retorno de sus habitantes. “La gran mayoría de los desplazados quieren regresar a sus hogares, pero ahora mismo el escenario de esos barrios se asemeja a un paisaje lunar en el que no existen unas infraestructuras mínimas. Estamos valorando la forma en la que proporcionar acceso a agua y electricidad y rehabilitar las viviendas”.

Abu Mahmud, vecino de la Alepo occidental

“Los corredores no solo dependen del Ejército sirio que está apostado en el exterior de la zona bajo control de los armados, sino que la primera puerta de salida está bajo control de los rebeldes. Son ellos quienes tienen que autorizar la salida de los civiles, y cuando ha estallado el caos es cuando ya no han podido retener más a los civiles como escudos humanos que, despavoridos, han salido en masa hacia las zonas del Gobierno. Si todos los civiles huyen, los rebeldes quedaran aislados y saben que será su fin”, analiza también al teléfono y desde la Alepo occidental Abu Mahmud, seudónimo que elige este contable en la cuarentena que ha logrado encontrar entre la marabunta de desplazados a su hermana y tres sobrinos. Abu Mahmud asegura que cada día los ciudadanos de la mitad oeste de la ciudad están sometidos a la lluvia de morteros rebeldes, intensificada en los últimos días como represalia a la pérdida de terreno. “No es como lo cuentan los medios, son terroristas radicales de Al Qaeda, nada de rebeldes moderados”.

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