Trump canta solo, a capela

Los mítines del empresario son el reflejo de su campaña: solitaria, personal, rebosante de idolatría

Amanda Mars
Hershey, Pensilvania, El País
Hunter Tirpak corretea perseguido por su madre por el foso del Centro Giant con un refresco gigante en la mano mientras le llueven las fotografías hechas con teléfonos móviles y las cámaras de los profesionales. Pasará a la posteridad de estas elecciones bautizado por la prensa como “mini-Trump”, el niño de apenas dos años que se viste como Donald Trump: traje negro, camisa blanca, corbata roja y un infantil cabello rubio que apunta maneras. Se ha dejado ver en varios mítines a los que Jessie le lleva con orgullo. Ella le deja jugar dentro del perímetro de seguridad, que en la disciplina de los Tirpak no es el que marca el servicio secreto, sino aquel que queda dentro del alcance de los ojos de ella.


El problema de vigilar al pequeño Trump son las sorpresas; parece que se queda quieto mientras la madre responde preguntas a este periódico, y de repente dribla y se lanza en una nueva escapada. ¿Cómo no preguntar si al Trump mayor, el candidato republicano, la eclosión del partido conservador hecha carne, le ocurre lo mismo? “Él no es un político”, explica, un argumento repetido hasta la extenuación por los seguidores del empresario. ¿Es malo ser político? “Tenemos a malos políticos en el Gobierno, además, los políticos pierden el contacto con la realidad”, sostiene.

Las palabras de Jessie revelan una de las paradojas más interesantes de la campaña, que un magnate inmobiliario, hijo de millonario, que vive en la Quinta Avenida de Nueva York, dé la sensación de tener más los pies en el suelo que cualquier otro político de clase media. Ella, dice, siempre vota a quien cree "que va a cuidar mejor” a su familia “y es Donald Trump”. No hay tiempo de plantearle por cómo se le ocurrió eso de disfrazar al crío del candidato —la imagen del empresario abrazando al niño ha recorrido medio mundo—. Hunter vuelve a correr.

Es viernes por la noche y faltan unos minutos para que comience un mitin del republicano, ya en la cuenta atrás de la campaña. El lugar es Hershey, la pequeña ciudad de Pensilvania donde tiene su sede el principal productor de chocolate de Estados Unidos. No hay músicos ni estrellas del Partido Republicano actuando de teloneros. Trump va solo, ningún expresidente le apoya, ningún referente del partido ha hecho campaña con él, a diferencia de lo que ocurre con Hillary Clinton. Pero le han seguido los republicanos en masa. “Y yo no tengo que traer a Jay Z [el rapero que el viernes cantó por la candidata demócrata] ni a J-Lo [Jennifer Lopez] para llenar”, sacó pecho. “Estoy solo yo, ni guitarra, ni piano ni nada”.

Riqueza perdida

Trump toca solo, apenas tiene orquesta, canta a capela, y su público le sigue con adoración, casi idolatría. “Es diferente a cualquier otro candidato que hayamos visto nunca, es un hombre de negocios de éxito y quiere ayuda, va a llevar el éxito a este país”, dice un joven de 25 años que lleva una gorra blanca con la palabra “magnate” en mayúsculas.

Lauren Collins escribió hace unos meses en The New Yorker que “si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él”. Hay quien interpreta su éxito en los negocios, su fortuna, como una señal de que devolverá a Estados Unidos una riqueza que ven perdida, unos puestos de trabajo bien pagados que desaparecieron por la globalización. “Yo trabajo en Manhattan, he visto sus negocios crecer, he visto lo que hace, y sé que lo conseguirá, sabrá poner los intereses de América por delante”, apunta Kyle, un bombero de 33 años procedente de Nueva York.

El trumpismo ha identificado muy bien el malestar, ha simplificado los motivos —los inmigrantes ilegales, los tratados de libre comercio— y no se ha extendido en las soluciones: “Renegociaremos el NAFTA [el tratado comercial con México y Canada] para que sea bueno y, si no, lo romperemos”; “lo primero que voy a hacer es poner en marcha un plan para acabar con la corrupción”; “Clinton quiere un país sin fronteras…"

El grueso del discurso siempre es el mismo, con ligeras variaciones territoriales: ataques a la reforma sanitaria de Obama, a la política de inmigración o el terrorismo islámico del ISIS. El público también es fiel al papel, habrá un momento en el que pidan prisión para Clinton: “A la cárcel, a la cárcel…”. En otro, abuchearán a la prensa. “Son la gente más deshonesta del mundo”, dice su candidato.

La brecha se ha estrechado entre ambos, pero Trump sigue por detrás de Clinton en las encuestas. Nadie en Hershey se imaginaba, sin embargo, un escenario distinto del de la victoria. Otro de los clásicos de la campaña de Trump es la música, en los mítines siempre suena Turandot, la arrebatadora Nessum dorma y ese poderoso “Vincerò, vincerò, vincerò…”

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