México, un asunto de política interior y exterior para Estados Unidos

La relación es estratégica con el país de donde proviene el 11% de la población y que es el segundo socio comercial americano

Jan Martínez Ahrens
México, El País
Estados Unidos y México están descubriendo que ya no son vecinos. Son hermanos. Ambos países no sólo comparten 3.142 kilómetros de frontera y una intensa actividad económica, sino que sus ciudadanos, mal que le pese a Donald Trump, están desarrollando una genética común. Más de 34 millones de personas de origen mexicano habitan al norte del río Bravo. Un 11% de la población de Estados Unidos. El encaje político de este fenómeno es uno de los grandes retos del próximo presidente de Estados Unidos.


Trump, con su intuición de escualo, ha sido el primero en advertirlo. Consciente de que la respuesta al desafío sigue pendiente, ha optado por una solución apriorística. Expulsiones masivas, muro y estrangulamiento comercial. De consumarse su victoria y su programa, el planeta asistiría a una de las mayores deportaciones del siglo XXI y, casi con seguridad, al colapso financiero de una nación de 120 millones de habitantes. Nunca, desde la guerra de anexión de Texas de 1846, se habría llegado a un punto de tensión mayor entre las dos naciones.

Hillary Clinton ha apostado por un discurso tranquilo e integrador. Sus palabras hacen prever una continuación de las líneas maestras de Obama y un juego de negociaciones moderadas. Mejora de la inmigración y debate sobre el Tratado de Libre Comercio. Pero la cuestión de fondo no la ha resuelto. México, ese país con un PIB per cápita cinco veces menor que el estadounidense, hace tiempo que dejó de ser un vecino distante. La relación con sus ciudadanos ya no se puede confinar al área de política exterior. Es también un asunto nacional.

Eso mismo ha descubierto, desde el otro lado del espejo, Enrique Peña Nieto. Escarmentado con los mandobles propinados por Trump, su Gobierno ha concluido que ya no puede ser exclusivamente un observador externo, callado y servicial. El monstruo xenófobo que el republicano ha despertado en esta campaña seguirá vivo incluso si Clinton gana las elecciones. Y cualquier día puede volver al asalto de la Casa Blanca. Con este cálculo, el Ejecutivo mexicano ha decidido reorganizar todos sus recursos en el interior de Estados Unidos y empezar a actuar como lobby. Son muchos votos y, a fin de cuentas, controlan un potentísimo surtidor de beneficios para Washington. México es el segundo socio comercial de Estados Unidos y el primer destino de las exportaciones de Texas, Arizona y California, además del segundo mercado para otros 20 estados. Seis millones de puestos de trabajo dependen del comercio con México y el flujo entre ambos es de un millón de dólares por minuto.

En este escenario, el próximo presidente de Estados Unidos tendrá que tomar una decisión estratégica. La renegociación del Tratado de Libre Comercio, la continuidad del jugoso negocio del tráfico de armas o de la política antidroga, con más de 100.000 tumbas abiertas en México, se resolverán en función de cómo se responda a la pregunta: ¿qué son los mexicanos para Estados Unidos?

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