La muerte de Fidel y la victoria de Trump retan a Raúl Castro
La ausencia de su hermano facilita el cauto reformismo del presidente de Cuba pero la hostilidad de la próxima Casa Blanca podría atrincherar al régimen
Pablo de Llano
La Habana, El País
El proceso de apertura cubano ha recibido un doble shock traumático en tres semanas. La victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos, que promete tiempos difíciles para el deshielo con la isla iniciado por el presidente saliente Barack Obama, y la muerte de Fidel Castro. La ausencia de su hermano mayor, si bien deja un boquete simbólico, puede facilitar el moderado reformismo del presidente Raúl Castro, pero la amenaza de Trump de "liquidar el acuerdo" de promoción de relaciones diplomáticas y comerciales impulsado por Obama y por el menor de los Castro podría, al contrario, alentar el inmovilismo.
"Yo creo que Raúl es partidario del cambio", opina el profesor de Historia de la Universidad de La Habana Enrique López Oliva. "Si no hizo más cambios es porque Fidel estaba vivo y no se podía entrar en contradicción directa con sus principios. Pero Fidel ya no está". En un correo desde Miami, el director del Instituto de Estudios Cubanos de la Universidad Internacional de Florida, Jorge Duany, prevé que Castro "continúe el proceso de reformas económicas e intente seguir normalizando las relaciones con Estados Unidos, aun ante la llegada de una administración más beligerante con respecto a Cuba".
El general Raúl Castro fue el encargado de dar el viernes el mensaje televisivo de la muerte de Fidel. Desde entonces ha permanecido en silencio. Al revés que su hermano, nunca ha tenido gusto por la exposición pública y ha preferido operar con los códigos militares de discreción y sobriedad. El lunes apareció en la televisión en una guardia de honor ante la urna con las cenizas de Fidel Castro acompañado por la plana mayor del régimen. Flanqueado por los veteranos comandantes Ramiro Valdés y Guillermo García Frías, y con su supuesto delfín presidencial Miguel Díaz-Canel detrás, dio la voz de firmes y se guardó un minuto de silencio. Castro puso una flor blanca ante la urna de su hermano y firmó en un libro "el juramento de fidelidad al concepto de Revolución expresado por el comandante en jefe", describió el diario oficial Granma.
Castro, de 85 años y en aparente buen estado de salud, ha prometido dejar la presidencia en 2018. Pero el escenario no es el mismo con Trump anunciando que su Administración apretará las tuercas a La Habana. "El primer reto para Raúl será saber cómo sobrellevar este nuevo punto muerto, y podría resultar en la decisión de no retirarse dentro de dos años, como tenía planeado", dice el periodista experto en política cubana Jon Lee Anderson. "El tono bélico adoptado por Trump no le deja a Castro mucho margen de respuesta diplomática", añade el biógrafo del Che Guevara, que considera que en los diez años que lleva al mando de Cuba, Raúl se ha revelado como un político con olfato: "Es menos carismático que su hermano, pero se ha mostrado más intuitivo con los anhelos prácticos y cotidianos de los cubanos".
Reservado y pragmático –"No hay que olvidar que terminó la secundaria en Cuba en un colegio de metodistas americanos", apunta López Oliva–, Castro tendrá que observar con frialdad los pasos del Gobierno de Trump y mantener a los suyos cohesionados en torno a su línea reformista. "Él querrá seguir con su proceso gradual de apertura, incluso política, pero Trump podría revivir las posturas más duras en la cúpula burocrática del partido", avanza el académico.
Se desconoce si en lo que resta de semana de luto en memoria de Fidel, Raúl Castro se dirigirá a los cubanos. Para esta tarde está convocado un "acto de masas" en La Habana con asistencia de líderes internacionales en el que se da por sentada la presencia del presidente, pero no un discurso suyo.
Lo que pase estos días por la cabeza de Raúl Castro es un enigma. Tal vez lo más elocuente hasta ahora haya sido cómo cerró el mensaje del fallecimiento de su hermano. El presidente terminó su alocución cogiendo resuello para exclamar "¡Hasta la victoria siempre!". La cámara siguió grabando y la escena corrió unos segundos más. Sin nadie a su lado, el general se quedó en silencio, soltó los papeles sobre la mesa, se dejó caer contra el respaldo de la silla y resopló.
Pablo de Llano
La Habana, El País
El proceso de apertura cubano ha recibido un doble shock traumático en tres semanas. La victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos, que promete tiempos difíciles para el deshielo con la isla iniciado por el presidente saliente Barack Obama, y la muerte de Fidel Castro. La ausencia de su hermano mayor, si bien deja un boquete simbólico, puede facilitar el moderado reformismo del presidente Raúl Castro, pero la amenaza de Trump de "liquidar el acuerdo" de promoción de relaciones diplomáticas y comerciales impulsado por Obama y por el menor de los Castro podría, al contrario, alentar el inmovilismo.
"Yo creo que Raúl es partidario del cambio", opina el profesor de Historia de la Universidad de La Habana Enrique López Oliva. "Si no hizo más cambios es porque Fidel estaba vivo y no se podía entrar en contradicción directa con sus principios. Pero Fidel ya no está". En un correo desde Miami, el director del Instituto de Estudios Cubanos de la Universidad Internacional de Florida, Jorge Duany, prevé que Castro "continúe el proceso de reformas económicas e intente seguir normalizando las relaciones con Estados Unidos, aun ante la llegada de una administración más beligerante con respecto a Cuba".
El general Raúl Castro fue el encargado de dar el viernes el mensaje televisivo de la muerte de Fidel. Desde entonces ha permanecido en silencio. Al revés que su hermano, nunca ha tenido gusto por la exposición pública y ha preferido operar con los códigos militares de discreción y sobriedad. El lunes apareció en la televisión en una guardia de honor ante la urna con las cenizas de Fidel Castro acompañado por la plana mayor del régimen. Flanqueado por los veteranos comandantes Ramiro Valdés y Guillermo García Frías, y con su supuesto delfín presidencial Miguel Díaz-Canel detrás, dio la voz de firmes y se guardó un minuto de silencio. Castro puso una flor blanca ante la urna de su hermano y firmó en un libro "el juramento de fidelidad al concepto de Revolución expresado por el comandante en jefe", describió el diario oficial Granma.
Castro, de 85 años y en aparente buen estado de salud, ha prometido dejar la presidencia en 2018. Pero el escenario no es el mismo con Trump anunciando que su Administración apretará las tuercas a La Habana. "El primer reto para Raúl será saber cómo sobrellevar este nuevo punto muerto, y podría resultar en la decisión de no retirarse dentro de dos años, como tenía planeado", dice el periodista experto en política cubana Jon Lee Anderson. "El tono bélico adoptado por Trump no le deja a Castro mucho margen de respuesta diplomática", añade el biógrafo del Che Guevara, que considera que en los diez años que lleva al mando de Cuba, Raúl se ha revelado como un político con olfato: "Es menos carismático que su hermano, pero se ha mostrado más intuitivo con los anhelos prácticos y cotidianos de los cubanos".
Reservado y pragmático –"No hay que olvidar que terminó la secundaria en Cuba en un colegio de metodistas americanos", apunta López Oliva–, Castro tendrá que observar con frialdad los pasos del Gobierno de Trump y mantener a los suyos cohesionados en torno a su línea reformista. "Él querrá seguir con su proceso gradual de apertura, incluso política, pero Trump podría revivir las posturas más duras en la cúpula burocrática del partido", avanza el académico.
Se desconoce si en lo que resta de semana de luto en memoria de Fidel, Raúl Castro se dirigirá a los cubanos. Para esta tarde está convocado un "acto de masas" en La Habana con asistencia de líderes internacionales en el que se da por sentada la presencia del presidente, pero no un discurso suyo.
Lo que pase estos días por la cabeza de Raúl Castro es un enigma. Tal vez lo más elocuente hasta ahora haya sido cómo cerró el mensaje del fallecimiento de su hermano. El presidente terminó su alocución cogiendo resuello para exclamar "¡Hasta la victoria siempre!". La cámara siguió grabando y la escena corrió unos segundos más. Sin nadie a su lado, el general se quedó en silencio, soltó los papeles sobre la mesa, se dejó caer contra el respaldo de la silla y resopló.