Distintas prioridades en el avispero autoritario de Oriente Próximo

El nuevo inquilino de la Casa Blanca tendrá que afrontar guerras, inestabilidad y el fin del ISIS

Ángeles Espinosa
Juan Carlos Sanz
Dubai / Jerusalén, El País
Oriente Próximo, en sentido amplio, es sin duda la parte del mundo con más conflictos abiertos y que previsiblemente dará más dolores de cabeza al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Además de las guerras siria y libia o la inestabilidad egipcia, las patatas calientes son obviamente acabar con el Estado Islámico y estabilizar Irak, la guerra en Yemen y el futuro del acuerdo nuclear con Irán. Sin embargo, tras la mayor parte de ellos subyacen asuntos esenciales:


1. ¿Qué equilibrio de poderes interesa a Estados Unidos en torno al golfo Pérsico?

La rivalidad entre Irán y Arabia Saudí aunque no sea la causa inmediata o única de los conflictos en la zona ha contribuido a agravarlos y obstaculizar su resolución. La desvergonzada utilización del islam como instrumento político y la explotación de las diferencias confesionales para avanzar intereses tácticos han emponzoñado las relaciones regionales, e incluso dentro de las sociedades de cada país convirtiendo la menor discrepancia en un agravio histórico e incluso existencial.

Ante esa polarización, Washington no tiene más salida que fomentar un mínimo entendimiento, pero su capacidad de actuar de árbitro se encuentra muy mermada por la desconfianza que genera a ambos lados del Golfo, y tanto entre los dirigentes como entre las poblaciones. Así que su diplomacia tendrá que idear medidas de confianza que le permitan recuperar no ya el liderazgo sino el respeto de todos los implicados.

Algunos analistas apuntan al acuerdo nuclear como modelo de negociación de futuros pactos (en especial con Irán, pero también para diferentes asuntos que ahora parecen irresolubles). Otros destacan la superioridad de su industria armamentística (de la que dependen las petromonarquías) como una palanca de influencia.

2. ¿Puede lograrse una relación de mejor vecindad mientras los países implicados carezcan de sistemas representativos que los legitimen?

La democratización por las bombas que se intentó en Irak ha sido un fracaso. El tímido apoyo a las primaveras árabes, también. Cuando EE UU interviene, se le critica por inmiscuirse. Cuando no lo hace, por permitir una matanza. Washington siempre ha declarado que apoya los sistemas democráticos, pero no ha tenido empacho en entenderse con tiranos que sirvan a sus intereses. La duplicidad ha quedado expuesta (y simplificada sin matices) por la explosión de las redes sociales que, en esta parte del mundo donde no existe libertad de expresión, se han convertido en una plaza pública para aventar injusticias y frustraciones (incluso con el riesgo de las draconianas leyes promulgadas para controlar su contenido).

Mientras se mantenga la naturaleza autoritaria de los regímenes de la zona, todos seguirán interpretando los problemas regionales en clave local. Para el nuevo presidente de EE UU y su equipo será un difícil reto romper ese círculo vicioso sin provocar el estallido de un nuevo conflicto. Apostar por la estabilidad como única carta, solo retrasa el momento de la verdad.

3. ¿Cómo se enfrentan los dos candidatos al mayor conflicto regional, la interminable guerra en Siria?

El republicano Donald Trump se ha declarado ferviente partidario del rearme de EE UU, pero parece reacio a emprender intervenciones militares. La demócrata Hillary Clinton, aparentemente más dispuesta a actuar, defiende la creación de una zona de exclusión aérea y de áreas seguras para los civiles, aunque sin enviar fuerzas terrestres. Para ello se muestra partidaria de ejercer mayor presión sobre Rusia, e incluso de investigar los crímenes de guerra cometidos en los bombardeos sobre Alepo. Trump, sin embargo, no oculta sus simpatías por la mano dura con el yihadismo del régimen del presidente Bachar el Asad. “No me gusta, pero está matando milicianos del ISIS", ha reconocido. "Rusia e Irán también están luchando contra el Estado Islámico”

Ambos contendientes discrepan también en su visión sobre el hombre fuerte de Egipto, Abdelfatá el Sisi, al frente de un país al que EE UU aporta cada año 1.300 millones de dólares en ayuda militar. Trump alaba al exmariscal por haber derrocado a los Hermanos Musulmanes. Clinton expresa su preocupación por el acoso a las organizaciones que defienden los derechos humanos en Egipto.

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