Arte canario y final feliz
Silva y Vitolo, que marcó un gol, desactivaron el muro levantado por Macedonia. Monreal y Aduriz también anotaron. La Selección concedió demasiadas ocasiones.
Luis Nieto
As
Con una exposición de arte canario, de Silva y Vitolo, y un notable ejercicio de paciencia, España se tragó el sapo de Macedonia, que con poca inventiva llegó demasiado ante De Gea.
Y es que con un muro que cumpliría las extravagantes exigencias de Trump, Macedonia se alzó en moderada molestia para esta España neoclásica y obligadamente recompuesta por las lesiones. Faltó Iniesta y jugó Thiago. La misma carrocería y diferente tapicería. Se echó en falta la omnipresencia del azulgrana y esos movimientos de patinador tan útiles para partidos herméticos, y hasta antipáticos, como el de Los Cármenes.
Macedonia pasó el partido poniendo ladrillos, obra que sólo tuvo sentido durante la primera media hora, en la que se sostuvo en el marcador. Una presión rabiosa, una defensa de ayudas y una reducción extrema de espacios que resultaron ante una España que tardó en adentrarse en ese frondoso partido.
Aclaró de forma imprevista, en un centro de Carvajal que Velkovski, incomodado a partes iguales por Morata y su compañero Ristovski, remató a la puerta de Dimitrevski, titular por accidente. Aleksovski, el elegido, se lesionó en el calentamiento. La cadena de desdichas macedonias ya apuntaba a lo peor. Sobre todo porque el propio Velkovski, a tres metros de De Gea y sin oposición, no fue capaz de batirle a los cuatro minutos de partido. Otro cabezazo de Pandev también se fue por el desagüe. Macedonia siempre tuvo claro que su oportunidad estaba a dos metros del suelo.
El gol sosegó a España, que fue lo que quiso David Silva, siempre en la puerta giratoria, entrando y saliendo como cuarto centrocampista o como tercer punta. Con la música de su pierna izquierda se movió la Selección. Un jugador de alta costura muy por encima de Thiago y Koke. Morata ofreció un apasionamiento contagioso. No hay tipo con más ganas en el grupo, pero le falta finura en la definición, esa frialdad que acompaña a los goleadores para ser precisos donde llueve metralla. Mucha actividad, mucho compromiso, demasiadas protestas y poca puntería. Se marchó tocado después de un rodillazo de Velkovski en una jugada en la que el impronunciable Schörgenhofer pudo pitar penalti.
Vitolo sí reafirmó su papel de jugador relevante en la España de Lopetegui, con desborde por ambos costados y con gol a pase de Silva. Un gol con mojo canario. Busquets, que conoció tiempos mejores, fue de menos a más. Carvajal y Monreal se quedaron un poco cortos de recorrido, pero se repartieron el tercer gol. Los centrales sufrieron más de lo conveniente en el juego aéreo. Ahí bajan mucho Bartra y Nacho respecto a los titularísimos. Aduriz metió el gol que se le negó a Morata. Nadie a su edad lo había hecho con La Roja. Granada enloqueció con Isco y Callejón. Y De Gea hizo dos paradas cruciales, imprescindibles para el final feliz.
Luis Nieto
As
Con una exposición de arte canario, de Silva y Vitolo, y un notable ejercicio de paciencia, España se tragó el sapo de Macedonia, que con poca inventiva llegó demasiado ante De Gea.
Y es que con un muro que cumpliría las extravagantes exigencias de Trump, Macedonia se alzó en moderada molestia para esta España neoclásica y obligadamente recompuesta por las lesiones. Faltó Iniesta y jugó Thiago. La misma carrocería y diferente tapicería. Se echó en falta la omnipresencia del azulgrana y esos movimientos de patinador tan útiles para partidos herméticos, y hasta antipáticos, como el de Los Cármenes.
Macedonia pasó el partido poniendo ladrillos, obra que sólo tuvo sentido durante la primera media hora, en la que se sostuvo en el marcador. Una presión rabiosa, una defensa de ayudas y una reducción extrema de espacios que resultaron ante una España que tardó en adentrarse en ese frondoso partido.
Aclaró de forma imprevista, en un centro de Carvajal que Velkovski, incomodado a partes iguales por Morata y su compañero Ristovski, remató a la puerta de Dimitrevski, titular por accidente. Aleksovski, el elegido, se lesionó en el calentamiento. La cadena de desdichas macedonias ya apuntaba a lo peor. Sobre todo porque el propio Velkovski, a tres metros de De Gea y sin oposición, no fue capaz de batirle a los cuatro minutos de partido. Otro cabezazo de Pandev también se fue por el desagüe. Macedonia siempre tuvo claro que su oportunidad estaba a dos metros del suelo.
El gol sosegó a España, que fue lo que quiso David Silva, siempre en la puerta giratoria, entrando y saliendo como cuarto centrocampista o como tercer punta. Con la música de su pierna izquierda se movió la Selección. Un jugador de alta costura muy por encima de Thiago y Koke. Morata ofreció un apasionamiento contagioso. No hay tipo con más ganas en el grupo, pero le falta finura en la definición, esa frialdad que acompaña a los goleadores para ser precisos donde llueve metralla. Mucha actividad, mucho compromiso, demasiadas protestas y poca puntería. Se marchó tocado después de un rodillazo de Velkovski en una jugada en la que el impronunciable Schörgenhofer pudo pitar penalti.
Vitolo sí reafirmó su papel de jugador relevante en la España de Lopetegui, con desborde por ambos costados y con gol a pase de Silva. Un gol con mojo canario. Busquets, que conoció tiempos mejores, fue de menos a más. Carvajal y Monreal se quedaron un poco cortos de recorrido, pero se repartieron el tercer gol. Los centrales sufrieron más de lo conveniente en el juego aéreo. Ahí bajan mucho Bartra y Nacho respecto a los titularísimos. Aduriz metió el gol que se le negó a Morata. Nadie a su edad lo había hecho con La Roja. Granada enloqueció con Isco y Callejón. Y De Gea hizo dos paradas cruciales, imprescindibles para el final feliz.