¿Y si en la tumba de Cristo encontrasen su cuerpo?
Pablo de Tarso, el apóstol postizo, que no conoció personalmente a Jesús, afirmaba: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”
Juan Arias
El País
La noticia de que un grupo de científicos del National Geographic estén abriendo de nuevo el supuesto Santo Sepulcro de Jesucristo después de casi quinientos años ha puesto en alarma a numerosos cristianos. Temen que los científicos puedan revelar algún misterio, como el de encontrar los restos del cadáver del Nazareno.
¿Qué ocurriría si así fuera? En primer lugar, sería imposible demostrar que se trata de la verdadera tumba de Cristo crucificado. El temor, sin embargo, de encontrar el cadáver de Jesús ha existido siempre. ¿Se tambalearía, en dicho caso, la fe de los seguidores del cristianismo, la mayor religión monoteísta del mundo con más de dos mil años de historia?
Pablo de Tarso, el apóstol postizo, que no conoció personalmente a Jesús, afirmaba: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”. Pablo fue un judío que persiguió a los primeros cristianos de casa en casa. Convertido al cristianismo, es hoy considerado el fundador de la actual Iglesia. Pablo creó la jerarquía Eclesiástica, formada exclusivamente por varones, y relegó a segundo plano a las mujeres que habían sido las mayores protagonistas del cristianismo del primer siglo. La Iglesia oficial y ortodoxa del Vaticano sigue defendiendo la resurrección de Jesús en “cuerpo y alma”. No habría pues posibilidad de hallar su cuerpo, que habría ascendido a los cielos apareciéndosele a los apóstoles atemorizados después de su atroz muerte de cruz.
Sin embargo, para los teólogos modernos, la resurrección habría sido más bien simbólica. Lo que hoy defienden, por ejemplo los perseguidos teólogos de la Liberación, a los que acaba de recuperar el papa Francisco de sus antiguas condenas por parte del Vaticano, es que la resurrección de Jesús simboliza que la vida no acaba con la muerte. Muere la carne, pero sigue vivo el espíritu. Así, Jesús seguiría vivo y entre los suyos a pesar de haber muerto como todos nosotros. “Allí donde os reunáis en mi nombre, yo estaré con vosotros”, les dijo a los apóstoles antes de morir. La muerte nunca es definitiva para los cristianos y ello poco o nada tiene que ver con la muerte física.
Los expertos dicen que los cuatro evangelios fueron escritos para narrar sobre todo la muerte y crucifixión de Jesús. Los cuatro autores de los evangelios narran con pormenores los últimos días y horas del final de su vida. Curiosamente, se trata de una narración donde encontramos las mayores contradicciones entre los cuatro evangelistas, por lo que resulta difícil, sino imposible, conocer la verdad completa de los hechos.
Es cierto que los cuatro concuerdan en que la Magdalena y las otras mujeres que estuvieron a los pies de la cruz vieron a Jesús resucitado, y así lo comunicaron a los apóstoles que, muertos de miedo, habían desaparecido.
Los evangelios fueron sin embargo escritos casi cien años después de la muerte de Cristo, y lo que aconteció en aquel sábado de pasión pasó por muchas versiones, como lo revelan las muchas diferencias entre los cuatro evangelistas. Para entonces, Jesús ya había sido glorificado, y la leyenda de su resurrección física había tomado cuerpo. Hoy la nueva teología es más prudente y prefiere defender la tesis de la resurrección simbólica.
Si es así, los cristianos no tienen por qué temer si en los trabajos arqueológicos que se estén realizando en su posible tumba, encontrasen los restos mortales del que, por cierto, nunca se llamó Dios sino simplemente “Hijo del hombre”, una expresión aramea que significa hombre a secas. Uno como nosotros. Un judío que provocó a la religión de Moisés al defender que todos somos hijos del mismo Dios Padre, tanto los judíos como los gentiles. Una osadía que pagó con la muerte de cruz, usada por los romanos para castigar a los rebeldes políticos.
* Juan Arias, es autor de Jesús, ese gran desconocido y La Biblia y sus secretos, publicados en Brasil por la editorial Objetiva.
Juan Arias
El País
La noticia de que un grupo de científicos del National Geographic estén abriendo de nuevo el supuesto Santo Sepulcro de Jesucristo después de casi quinientos años ha puesto en alarma a numerosos cristianos. Temen que los científicos puedan revelar algún misterio, como el de encontrar los restos del cadáver del Nazareno.
¿Qué ocurriría si así fuera? En primer lugar, sería imposible demostrar que se trata de la verdadera tumba de Cristo crucificado. El temor, sin embargo, de encontrar el cadáver de Jesús ha existido siempre. ¿Se tambalearía, en dicho caso, la fe de los seguidores del cristianismo, la mayor religión monoteísta del mundo con más de dos mil años de historia?
Pablo de Tarso, el apóstol postizo, que no conoció personalmente a Jesús, afirmaba: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”. Pablo fue un judío que persiguió a los primeros cristianos de casa en casa. Convertido al cristianismo, es hoy considerado el fundador de la actual Iglesia. Pablo creó la jerarquía Eclesiástica, formada exclusivamente por varones, y relegó a segundo plano a las mujeres que habían sido las mayores protagonistas del cristianismo del primer siglo. La Iglesia oficial y ortodoxa del Vaticano sigue defendiendo la resurrección de Jesús en “cuerpo y alma”. No habría pues posibilidad de hallar su cuerpo, que habría ascendido a los cielos apareciéndosele a los apóstoles atemorizados después de su atroz muerte de cruz.
Sin embargo, para los teólogos modernos, la resurrección habría sido más bien simbólica. Lo que hoy defienden, por ejemplo los perseguidos teólogos de la Liberación, a los que acaba de recuperar el papa Francisco de sus antiguas condenas por parte del Vaticano, es que la resurrección de Jesús simboliza que la vida no acaba con la muerte. Muere la carne, pero sigue vivo el espíritu. Así, Jesús seguiría vivo y entre los suyos a pesar de haber muerto como todos nosotros. “Allí donde os reunáis en mi nombre, yo estaré con vosotros”, les dijo a los apóstoles antes de morir. La muerte nunca es definitiva para los cristianos y ello poco o nada tiene que ver con la muerte física.
Los expertos dicen que los cuatro evangelios fueron escritos para narrar sobre todo la muerte y crucifixión de Jesús. Los cuatro autores de los evangelios narran con pormenores los últimos días y horas del final de su vida. Curiosamente, se trata de una narración donde encontramos las mayores contradicciones entre los cuatro evangelistas, por lo que resulta difícil, sino imposible, conocer la verdad completa de los hechos.
Es cierto que los cuatro concuerdan en que la Magdalena y las otras mujeres que estuvieron a los pies de la cruz vieron a Jesús resucitado, y así lo comunicaron a los apóstoles que, muertos de miedo, habían desaparecido.
Los evangelios fueron sin embargo escritos casi cien años después de la muerte de Cristo, y lo que aconteció en aquel sábado de pasión pasó por muchas versiones, como lo revelan las muchas diferencias entre los cuatro evangelistas. Para entonces, Jesús ya había sido glorificado, y la leyenda de su resurrección física había tomado cuerpo. Hoy la nueva teología es más prudente y prefiere defender la tesis de la resurrección simbólica.
Si es así, los cristianos no tienen por qué temer si en los trabajos arqueológicos que se estén realizando en su posible tumba, encontrasen los restos mortales del que, por cierto, nunca se llamó Dios sino simplemente “Hijo del hombre”, una expresión aramea que significa hombre a secas. Uno como nosotros. Un judío que provocó a la religión de Moisés al defender que todos somos hijos del mismo Dios Padre, tanto los judíos como los gentiles. Una osadía que pagó con la muerte de cruz, usada por los romanos para castigar a los rebeldes políticos.
* Juan Arias, es autor de Jesús, ese gran desconocido y La Biblia y sus secretos, publicados en Brasil por la editorial Objetiva.