Tras el ISIS, las campanas vuelven a sonar en Bartella
Las fuerzas iraquíes se consolidan en poblaciones cristianas en su ofensiva hacia Mosul
Juan Diego Quesada
Bartella (Enviado especial), El País
El padre David tiene el aspecto de un santo antiguo. Una barba larga y canosa, una actitud solemne y un caminar delicado a pesar de que está pisando un terreno polvoriento. En unos minutos volverá a visitar su parroquia en la ciudad cristiana de Bartella, de la que huyó hace dos años cuando el Estado Islámico la ocupó. El ejército iraquí ha avanzado, los yihadistas han retrocedido. Padre, le advierten, no vaya a entrar ahí sin chaleco antibalas ni casco, todavía es peligroso. El de arriba me protege, contesta, no os preocupéis. De todos modos, por si su Dios no está al tanto de la letra pequeña, donde dice que los radicales huyen pero van dejando atrás explosivos caseros y suicidas escondidos bajo tierra, el cura entra en la ciudad protegido por las fuerzas especiales, la tropa de élite entrenada por Estados Unidos.
En el séptimo día de ofensiva sobre Mosul, el ejército de Bagdad logró consolidarse en Bartella, una de las poblaciones más importantes de la región asiria de Nivia. A solo 20 kilómetros del bastión del ISIS. El cerco se estrecha. La batalla final está más cerca. El avance de kurdos e iraquíes sobre los yihadistas en el norte de Irak está dejando a su paso pueblos devastados, algunos al borde de la extinción. Bartela, aunque sigue en pie, parece una ciudad a la que le han dado un gran mordisco.
La entrada es un gran paraje desolado. No se ve ni un alma. Kilómetros de naturaleza muerta. Los edificios derruidos se suceden a uno y otro lado. Estos son los estragos más visibles de la guerra. Las tropas, después de varios días de intensa lucha, por fin se han establecido en uno de los distritos de la entrada. Algunos soldados lavan la ropa sudada y llena de arena después de varios días de guerrear en este desierto rodeado de montañas, pero otros siguen alerta porque los yihadistas han huido dejando un reguero de bombas caseras, las mismas con las que la insurgencia iraquí minó la moral de los marines estadounidenses hace diez años.
En Bartella había cinco iglesias y los yihadistas han echado a bajo las dos más antiguas. Por lo que quedan tres. Una de ellas es la de Mart Shmony, a la que se llega después de recorrer varias calles recién liberas. Se lee en un graffiti de la pared una afirmación ya refutada: “El Estado Islámico permanecerá por la gracia de Dios”. Caminen por el centro, no toquen nada, los explosivos están escondidos en cualquier sitio, advierte el coronel iraquí que guía la visita a la iglesia. Al llegar, un intenso olor a incienso recibe a los visitantes.
Cuando llegaron hasta aquí espoleados por la toma de Mosul, los radicales les dieron varias opciones a los 15.000 cristianos que vivían en la ciudad. Podían convertirse a su idea extremista y violenta del islam o pagar unos impuestos con los que aportar a la causa. La gran mayoría optó por la última opción y en la ciudad se quedaron los vecinos mahometanos más conservadores y nuevas familias venidas de fuera. El ISIS impuso su doctrina.
Ahora, tras su derrota en esta ciudad, han dejado atrás una iglesia cuya primera imagen es un santo desconocido decapitado. El edificio está quemado, el atrio destruido y las páginas de la Biblia en árabe están desperdigadas por el suelo. Varios rosarios están pisoteados. En un sótano hay un cadáver momificado, nadie sabe decir de quién. Las campanas vuelven a sonar pero viendo el panorama no es exagerado decir que todavía queda un buen rato para que aquí se vaya a celebrar misa. Aunque los iraquíes se han hecho con este territorio, estos dejarán pasos a unas milicias cristianas que se encargarán de la seguridad local, tuteladas por la administración kurda. Como antes de la llegada de los barbudos.
La victoria en Bartella constata que el avance, apoyado desde el aire por la coalición liderada por EE UU, sigue adelante. En la misma jornada los kurdos anunciaron que, por fin, después de cuatro días de combate a cara de perro, habían conseguido hacerse en otro frente con la ciudad de Bashiqa. Los medios kurdos llegaron a anunciar por la mañana que había tropas entrando en Mosul pero no hay evidencias de que haya sido así.
El padre David volvió sano y sano de su primera visita a la vieja parroquia. Él dirá públicamente que contó con ayuda divina, pero los hechos comprobados es que un escuadrón chií, del ejército iraquí, se ocupó por completo de su seguridad. La fe puede que ayude mucho pero nunca están de más las ayudas terrenales.
Juan Diego Quesada
Bartella (Enviado especial), El País
El padre David tiene el aspecto de un santo antiguo. Una barba larga y canosa, una actitud solemne y un caminar delicado a pesar de que está pisando un terreno polvoriento. En unos minutos volverá a visitar su parroquia en la ciudad cristiana de Bartella, de la que huyó hace dos años cuando el Estado Islámico la ocupó. El ejército iraquí ha avanzado, los yihadistas han retrocedido. Padre, le advierten, no vaya a entrar ahí sin chaleco antibalas ni casco, todavía es peligroso. El de arriba me protege, contesta, no os preocupéis. De todos modos, por si su Dios no está al tanto de la letra pequeña, donde dice que los radicales huyen pero van dejando atrás explosivos caseros y suicidas escondidos bajo tierra, el cura entra en la ciudad protegido por las fuerzas especiales, la tropa de élite entrenada por Estados Unidos.
En el séptimo día de ofensiva sobre Mosul, el ejército de Bagdad logró consolidarse en Bartella, una de las poblaciones más importantes de la región asiria de Nivia. A solo 20 kilómetros del bastión del ISIS. El cerco se estrecha. La batalla final está más cerca. El avance de kurdos e iraquíes sobre los yihadistas en el norte de Irak está dejando a su paso pueblos devastados, algunos al borde de la extinción. Bartela, aunque sigue en pie, parece una ciudad a la que le han dado un gran mordisco.
La entrada es un gran paraje desolado. No se ve ni un alma. Kilómetros de naturaleza muerta. Los edificios derruidos se suceden a uno y otro lado. Estos son los estragos más visibles de la guerra. Las tropas, después de varios días de intensa lucha, por fin se han establecido en uno de los distritos de la entrada. Algunos soldados lavan la ropa sudada y llena de arena después de varios días de guerrear en este desierto rodeado de montañas, pero otros siguen alerta porque los yihadistas han huido dejando un reguero de bombas caseras, las mismas con las que la insurgencia iraquí minó la moral de los marines estadounidenses hace diez años.
En Bartella había cinco iglesias y los yihadistas han echado a bajo las dos más antiguas. Por lo que quedan tres. Una de ellas es la de Mart Shmony, a la que se llega después de recorrer varias calles recién liberas. Se lee en un graffiti de la pared una afirmación ya refutada: “El Estado Islámico permanecerá por la gracia de Dios”. Caminen por el centro, no toquen nada, los explosivos están escondidos en cualquier sitio, advierte el coronel iraquí que guía la visita a la iglesia. Al llegar, un intenso olor a incienso recibe a los visitantes.
Cuando llegaron hasta aquí espoleados por la toma de Mosul, los radicales les dieron varias opciones a los 15.000 cristianos que vivían en la ciudad. Podían convertirse a su idea extremista y violenta del islam o pagar unos impuestos con los que aportar a la causa. La gran mayoría optó por la última opción y en la ciudad se quedaron los vecinos mahometanos más conservadores y nuevas familias venidas de fuera. El ISIS impuso su doctrina.
Ahora, tras su derrota en esta ciudad, han dejado atrás una iglesia cuya primera imagen es un santo desconocido decapitado. El edificio está quemado, el atrio destruido y las páginas de la Biblia en árabe están desperdigadas por el suelo. Varios rosarios están pisoteados. En un sótano hay un cadáver momificado, nadie sabe decir de quién. Las campanas vuelven a sonar pero viendo el panorama no es exagerado decir que todavía queda un buen rato para que aquí se vaya a celebrar misa. Aunque los iraquíes se han hecho con este territorio, estos dejarán pasos a unas milicias cristianas que se encargarán de la seguridad local, tuteladas por la administración kurda. Como antes de la llegada de los barbudos.
La victoria en Bartella constata que el avance, apoyado desde el aire por la coalición liderada por EE UU, sigue adelante. En la misma jornada los kurdos anunciaron que, por fin, después de cuatro días de combate a cara de perro, habían conseguido hacerse en otro frente con la ciudad de Bashiqa. Los medios kurdos llegaron a anunciar por la mañana que había tropas entrando en Mosul pero no hay evidencias de que haya sido así.
El padre David volvió sano y sano de su primera visita a la vieja parroquia. Él dirá públicamente que contó con ayuda divina, pero los hechos comprobados es que un escuadrón chií, del ejército iraquí, se ocupó por completo de su seguridad. La fe puede que ayude mucho pero nunca están de más las ayudas terrenales.