Mauricio Macri quiere cambiar por ley calles y edificios públicos dedicados a Néstor Kirchner
El Centro Cultural Kirchner, que se ha convertido en el lugar clave de la era macrista, pasaría a llamarse del Bicentenario
Carlos E. Cué
Buenos Aires, El País
Mauricio Macri lleva 10 meses en una permanente contradicción. Casi cada día habla de una Argentina nueva y trata de borrar cualquier rescoldo de kirchnerismo, el movimiento que dominó el país durante casi 13 años. El presidente ya ha cambiado por completo la Casa Rosada, ha bajado los cuadros del Che Guevara, Perón y Allende y del propio Kirchner que presidían los patios del lugar donde trabaja, ha remodelado la Quinta De Olivos, su residencia oficial, ha dado un giro radical a la política exterior, ha abierto los brazos a EEUU y el Fondo Monetario Internacional ha vuelto a Argentina después de 10 años de ruptura. Pero el epicentro de esa apertura al mundo, de esa ruptura con la línea kirchnerista, no es ni más ni menos que el Centro Cultural Kirchner, donde el macrismo organiza todos sus actos clave.
Por eso ahora Macri quiere cambiarle el nombre y tiene que hacerlo a través de una ley promovida por Hernán Lombardi, su ministro de Medios Públicos, que tiene sus oficinas precisamente en el Centro Kirchner. Lombardi quiere además aprovechar para que la ley prohíba que cualquier edificio público o calle se dedique a un presidente hasta que hayan pasado 20 años de su muerte. Kirchner murió en 2010, por lo que hasta 2030 no podría ponerse nada a su nombre. La norma tendría efecto retroactivo y forzaría a cambiar el Centro Kirchner por Centro Cultural del Bicentenario, que era la idea inicial antes de que Cristina Fernández de Kirchner decidiera dedicar este edificio a su marido.
Este imponente palacio neoclásico construido en la época de esplendor de Buenos Aires para albergar la sede de Correos y restaurado por el Gobierno de Fernández de Kirchner con una obra de 275 millones dólares, es a la vez el más claro recuerdo visible de la impronta del kirchnerismo en el centro de la capital y el más claro epicentro del giro macrista. Allí agasajó Macri a Barack Obama y a François Hollande. Allí organiza sus grandes encuentros con su propio Gobierno, y sus grandes anuncios. Y allí se celebró el gran foro de inversores que supuso un hito en el apoyo del mundo de las grandes multinacionales a Macri, con el CEO mundial de la Coca Cola como protagonista principal. Y sin embargo, cada vez que entra en ese lugar e incluso cada vez que se asoma a las ventanas de la Casa Rosada –está a pocos metros- Macri puede ver las letras enormes que dominan la fachada principal: Centro Cultural Kirchner.
El macrismo ha intentado resolver este conflicto por vía indirecta: ninguno de los responsables le llama centro Kirchner, se impone el término “CCK”. Pero no basta. Macri quiere borrar ese recordatorio diario del poder que tuvo su antecesor, que llegó a controlar todos los resortes hasta el punto de que según el Gobierno hay 1.300 lugares públicos en Argentina dedicados a su memoria y tendrían que cambiarse. El mausoleo en el que reposan sus restos, en Río Gallegos, es un descomunal cubo de 11 metros de alto que sobresale entre las discretas tumbas de esta pequeña ciudad patagónica. El culto a Kirchner está muy vivo, y en cada acto kirchnerista el público vibra cuando los más jóvenes cantan “Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo la puta madre que te parió”.
Muchos macristas exigían que el Gobierno cambiara el nombre del CCK desde el primer día. Lombardi lo intentó, pero la polémica que desató aconsejó retrasar un poco la decisión. Macri ya tenía por entonces suficientes problemas y buscaba el apoyo de varios exkirchneristas en la Cámara de Diputados y el Senado para aprobar su pacto con los fondos buitre. Pero ahora se va a cumplir un año de la victoria electoral del macrismo y parece al fin llegada la hora para esta decisión que es algo más que simbólica.
Lombardi argumenta para su proyecto que lo que se pretende es “unir a los argentinos” eliminando la división que genera dedicar obras públicas o calles al líder de un sector. Con esta ley también quedaría prohibido dedicar a Macri ningún hito de su mandato hasta 20 años después de su muerte. Pero los kirchneristas no piensan lo mismo y la polémica está garantizada, por lo que habrá que ver si tiene apoyos para sacarla adelante. Lombardi ofrece un argumento de peso para cambiar el Centro Kirchner tal como está ahora: una de las placas de su inauguración lleva el nombre del entonces secretario de Obras Públicas, José López, ahora en la cárcel después de que fuera pillado in fraganti mientras intentaba esconder nueve millones de dólares en billetes en un convento.
Carlos E. Cué
Buenos Aires, El País
Mauricio Macri lleva 10 meses en una permanente contradicción. Casi cada día habla de una Argentina nueva y trata de borrar cualquier rescoldo de kirchnerismo, el movimiento que dominó el país durante casi 13 años. El presidente ya ha cambiado por completo la Casa Rosada, ha bajado los cuadros del Che Guevara, Perón y Allende y del propio Kirchner que presidían los patios del lugar donde trabaja, ha remodelado la Quinta De Olivos, su residencia oficial, ha dado un giro radical a la política exterior, ha abierto los brazos a EEUU y el Fondo Monetario Internacional ha vuelto a Argentina después de 10 años de ruptura. Pero el epicentro de esa apertura al mundo, de esa ruptura con la línea kirchnerista, no es ni más ni menos que el Centro Cultural Kirchner, donde el macrismo organiza todos sus actos clave.
Por eso ahora Macri quiere cambiarle el nombre y tiene que hacerlo a través de una ley promovida por Hernán Lombardi, su ministro de Medios Públicos, que tiene sus oficinas precisamente en el Centro Kirchner. Lombardi quiere además aprovechar para que la ley prohíba que cualquier edificio público o calle se dedique a un presidente hasta que hayan pasado 20 años de su muerte. Kirchner murió en 2010, por lo que hasta 2030 no podría ponerse nada a su nombre. La norma tendría efecto retroactivo y forzaría a cambiar el Centro Kirchner por Centro Cultural del Bicentenario, que era la idea inicial antes de que Cristina Fernández de Kirchner decidiera dedicar este edificio a su marido.
Este imponente palacio neoclásico construido en la época de esplendor de Buenos Aires para albergar la sede de Correos y restaurado por el Gobierno de Fernández de Kirchner con una obra de 275 millones dólares, es a la vez el más claro recuerdo visible de la impronta del kirchnerismo en el centro de la capital y el más claro epicentro del giro macrista. Allí agasajó Macri a Barack Obama y a François Hollande. Allí organiza sus grandes encuentros con su propio Gobierno, y sus grandes anuncios. Y allí se celebró el gran foro de inversores que supuso un hito en el apoyo del mundo de las grandes multinacionales a Macri, con el CEO mundial de la Coca Cola como protagonista principal. Y sin embargo, cada vez que entra en ese lugar e incluso cada vez que se asoma a las ventanas de la Casa Rosada –está a pocos metros- Macri puede ver las letras enormes que dominan la fachada principal: Centro Cultural Kirchner.
El macrismo ha intentado resolver este conflicto por vía indirecta: ninguno de los responsables le llama centro Kirchner, se impone el término “CCK”. Pero no basta. Macri quiere borrar ese recordatorio diario del poder que tuvo su antecesor, que llegó a controlar todos los resortes hasta el punto de que según el Gobierno hay 1.300 lugares públicos en Argentina dedicados a su memoria y tendrían que cambiarse. El mausoleo en el que reposan sus restos, en Río Gallegos, es un descomunal cubo de 11 metros de alto que sobresale entre las discretas tumbas de esta pequeña ciudad patagónica. El culto a Kirchner está muy vivo, y en cada acto kirchnerista el público vibra cuando los más jóvenes cantan “Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo la puta madre que te parió”.
Muchos macristas exigían que el Gobierno cambiara el nombre del CCK desde el primer día. Lombardi lo intentó, pero la polémica que desató aconsejó retrasar un poco la decisión. Macri ya tenía por entonces suficientes problemas y buscaba el apoyo de varios exkirchneristas en la Cámara de Diputados y el Senado para aprobar su pacto con los fondos buitre. Pero ahora se va a cumplir un año de la victoria electoral del macrismo y parece al fin llegada la hora para esta decisión que es algo más que simbólica.
Lombardi argumenta para su proyecto que lo que se pretende es “unir a los argentinos” eliminando la división que genera dedicar obras públicas o calles al líder de un sector. Con esta ley también quedaría prohibido dedicar a Macri ningún hito de su mandato hasta 20 años después de su muerte. Pero los kirchneristas no piensan lo mismo y la polémica está garantizada, por lo que habrá que ver si tiene apoyos para sacarla adelante. Lombardi ofrece un argumento de peso para cambiar el Centro Kirchner tal como está ahora: una de las placas de su inauguración lleva el nombre del entonces secretario de Obras Públicas, José López, ahora en la cárcel después de que fuera pillado in fraganti mientras intentaba esconder nueve millones de dólares en billetes en un convento.