La UE negocia contrarreloj para salvar su política comercial
Los Veintiocho presionan a la región belga de Valonia para que acepte el acuerdo con Canadá en las próximas horas
Claudi Pérez
Lucía Abellán
Bruselas, El País
Reuniones in extremis, suspense inacabable y acuerdos al borde del abismo: lo que valía para la fase más aguda de la crisis del euro vuelve a servir para la política comercial de la UE, metida en una suerte de estado de excepción permanente. El bloqueo de la región belga de Valonia al acuerdo con Canadá obligó anoche a la Unión a convocar una reunión de emergencia. El primer ministro belga, Charles Michel, aventuró que habrá una solución “en las próximas horas o días”, pero las instituciones son más pesimistas. Arrecia la presión: “Está en juego la credibilidad de Europa”, ha apuntado el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. "Las negociaciones no son fáciles", ha explicado de madrugada la canciller Angela Merkel. Los líderes de la UE, junto con el Gobierno canadiense, seguirán negociando con el Ejecutivo valón para desbloquear el acuerdo comercial con el país norteamericano en las próximas horas.
Los líderes europeos se reunieron a mediados de septiembre en Bratislava y trazaron un plan maestro: avanzar en lo que haya acuerdo y dejar de lado todo lo que divida a la Unión en un momento de crisis existencial, tras el referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE. Un mes después, la declaración de Bratislava queda en suspenso hasta nuevo aviso. No hay avances en ningún capítulo, al menos de momento. E incluso la política comercial, una de las banderas de la Unión durante décadas, genera controversia. El Parlamento valón mantenía anoche, a pesar de la tensión, el bloqueo al pacto comercial con Canadá. Las concesiones que ofrece Bruselas no son suficientes. "Es un poco de suspense, nada más", decía una alta fuente europea en privado. En público, la presión es máxima para Valonia, una pequeña región en franco declive industrial de apenas 3,5 millones de habitantes que impide un pacto que afectaría a más de 500 millones de personas con una mezcla de argumentos antiglobalización, suspicacias respecto a los beneficios de la liberalización comercial y razones más oscuras, relacionadas con la política belga. "Si no logramos ese pacto comercial con Canadá no veo cómo vamos a lograr un solo acuerdo más en otras partes del mundo", ha explicado ante la prensa el jefe de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker.
Uno de cada siete empleos en Europa depende de las exportaciones, pero los acuerdos comerciales en la UE, el mayor bloque económico del mundo, se han convertido en la nueva víctima del descontento ciudadano con el poder. La política comercial, enseña de la Europa comunitaria durante años, es ahora un claro síntoma de que algo no funciona. Los jefes de Estado y de Gobierno han intentado este jueves poner la artillería pesada para desbloquear un asunto que en otros momentos no habría suscitado más interés que el de los ministros de Comercio. Levantar los vetos al acuerdo urge para evitar la embarazosa situación de tener que anular la cumbre de la próxima semana con Canadá, en la que estaba prevista la firma del pacto. “El de Canadá será el último acuerdo comercial de la UE si no convencemos a los europeos de que esto les favorece”, ha asegurado Tusk, en la línea de Juncker. Los Veintiocho redoblan la presión: todos los líderes suscribieron ayer una última propuesta de Bruselas, que ofrece una declaración jurídicamente vinculante en los asuntos más sensibles para evitar el cortocircuito. El Gobierno valón se resiste a firmar, aunque reunirá al Parlamento el viernes para fijar una posición. Las ONG y un nutrido grupo de europarlamentarios apoyan el veto valón, en contra de acuerdos como el canadiense, antesala del TTIP con Estados Unidos.
La batalla sobre el CETA —el acuerdo con Canadá, por sus siglas en inglés— ha robado protagonismo a la mayor singularidad de esta cumbre: la presencia, por primera vez, de la dirigente británica, Theresa May, en la reunión de los todavía Veintiocho. El perfil bajo que se quiso dar a la intervención de May, decidida a explicar a sus socios que el proceso del Brexit es irreversible, no es casual. El Consejo Europeo busca cierto mutismo en este terreno para no dar ventaja a Londres antes de que inicie el proceso de salida de la UE, a partir del próximo mes de marzo. Tusk ha explicado que Reino Unido "sigue siendo miembro de pleno derecho de la UE", y los líderes han repetido las recetas precocinadas respecto a Londres: no habrá negociación antes de la notificación de la salida (en marzo), y no habrá acceso al mercado único para los británicos si no respetan las cuatro libertades (incluida la libre circulación de personas, que May ha puesto en cuarentena) y no respetan la jurisdicción del Tribunal europeo. "Los británicos tienen derecho a defender sus intereses, pero May ha repetido esta noche lo que ya había dicho antes", ha resumido Merkel.
Las prisas de Rajoy para aprobar el Ceta
MIGUEL GONZÁLEZ
Mariano Rajoy mantiene en el cajón más de 40 tratados internacionales con el argumento de que, al estar en funciones como presidente, no puede aprobarlos. Ni siquiera ha remitido a las Cortes el acuerdo contra el cambio climático de París, pese a que cuenta con el respaldo unánime de las fuerzas políticas. Sin embargo, el Consejo de Ministros del pasado viernes aprobó la firma del acuerdo comercial entre la UE y Canadá (CETA, por sus siglas en inglés). Aunque la referencia oficial no lo indicaba, el secretario de Estado para la UE, Fernando Eguidazu, aseguró en el Congreso que la decisión del Ejecutivo fue doble: autorizar la firma del CETA y remitirlo a las Cortes y que solo cuando haya ratificación parlamentaria, tendrá consecuencias jurídicas.
Pero la firma permitirá su entrada en vigor provisional. El Gobierno asegura disponer de informes que avalan su competencia para aprobarlo, pero no explica por qué este caso es distinto al de los otros 40 tratados. La diferencia estriba en la urgencia. Estaba previsto que el CETA fuese firmado por los ministros de Comercio el pasado martes y que Canadá y la UE lo hicieran el próximo día 27. El rechazo del Parlamento valón desbarató los planes.
El Brexit, el bloqueo de Valonia al pacto con Canadá y la negativa de Holanda a un acuerdo anterior con Ucrania, que también se debatirá en la cumbre, son tres señales de un mismo problema: los riesgos asociados a un proyecto europeo que vive sus horas más bajas tras una sucesión interminable de crisis de las que nunca ha acabado de salir.
Fuera de la sala, algunos líderes han querido dejar patente su disgusto con las posiciones iniciales de Londres en la negociación. “Si Theresa May quiere un Brexit duro, la negociación será dura”, ha advertido el presidente francés, François Hollande. Fuentes diplomáticas avanzaron que, tras los duros mensajes lanzados por la premier británica ante su partido, May intenta en esta cumbre contrarrestar y convencer a sus colegas de que su intención no es debilitar a la UE. Está por ver que el resto de líderes lo crean. “Reino Unido se irá de la UE, pero seguiremos desempeñando plenamente nuestro papel hasta entonces”, avisó May a su llegada. Destacados dirigentes europeos exigen en privado que Londres deje de bloquear asuntos medulares de la UE porque su destino inmediato es abandonarla.
El debate más encendido ha sido el referido a Rusia, y ahí May ha reclamado —paradójicamente— unidad para endurecer las sanciones a Moscú. Con las imágenes de los bombardeos sobre Alepo en la retina de todos los líderes comunitarios, la mayoría aboga por subir un peldaño la agresividad hacia Rusia. “Lo que pasa en Alepo con apoyo ruso es totalmente inhumano”, ha sentenciado Merkel antes de iniciar la reunión. La canciller no ha descartado ni una sola medida, pero ha subrayado que no hay consenso para activar nuevas sanciones y ha puesto de manifiesto que Berlín no quiere líos. "Rusia forma parte del espacio euroasiático; una gran parte de Rusia está en Europa", ha dicho. Hace solo 24 horas, Merkel había calificado a Moscú de "socio estratégico e importante vecino".
La traducción práctica de ese renovado ímpetu europeo resulta, a la vista de la posición alemana, muy moderada: los líderes no tienen la intención de aplicar sanciones porque necesitan que Rusia vuelva a la mesa de negociación para reconducir la crisis en Siria. “La UE está estudiando todas las opciones, incluida la adopción de medidas restrictivas adicionales contra personas y entidades que apoyan al régimen, si prosiguen las actuales atrocidades”, recogía el borrador de las conclusiones que los líderes pretenden adoptar hoy. La alusión a sanciones contra personas y entidades debilita su alcance porque parece desestimar la adopción del castigo que más daño puede hacer a Moscú: restricciones económicas hacia sectores estratégicos como las adoptadas hace algo más de dos años, tras la anexión que hizo Rusia de Crimea.
Por primera vez en mucho tiempo, la migración ha quedado en un segundo plano. Más allá de opciones políticas, los socios coinciden en que el foco debe ponerse ahora en controlar mejor las fronteras exteriores para reducir las llegadas y desarrollar al máximo los acuerdos con países terceros (principalmente africanos) destinados a frenar los flujos.
Claudi Pérez
Lucía Abellán
Bruselas, El País
Reuniones in extremis, suspense inacabable y acuerdos al borde del abismo: lo que valía para la fase más aguda de la crisis del euro vuelve a servir para la política comercial de la UE, metida en una suerte de estado de excepción permanente. El bloqueo de la región belga de Valonia al acuerdo con Canadá obligó anoche a la Unión a convocar una reunión de emergencia. El primer ministro belga, Charles Michel, aventuró que habrá una solución “en las próximas horas o días”, pero las instituciones son más pesimistas. Arrecia la presión: “Está en juego la credibilidad de Europa”, ha apuntado el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. "Las negociaciones no son fáciles", ha explicado de madrugada la canciller Angela Merkel. Los líderes de la UE, junto con el Gobierno canadiense, seguirán negociando con el Ejecutivo valón para desbloquear el acuerdo comercial con el país norteamericano en las próximas horas.
Los líderes europeos se reunieron a mediados de septiembre en Bratislava y trazaron un plan maestro: avanzar en lo que haya acuerdo y dejar de lado todo lo que divida a la Unión en un momento de crisis existencial, tras el referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE. Un mes después, la declaración de Bratislava queda en suspenso hasta nuevo aviso. No hay avances en ningún capítulo, al menos de momento. E incluso la política comercial, una de las banderas de la Unión durante décadas, genera controversia. El Parlamento valón mantenía anoche, a pesar de la tensión, el bloqueo al pacto comercial con Canadá. Las concesiones que ofrece Bruselas no son suficientes. "Es un poco de suspense, nada más", decía una alta fuente europea en privado. En público, la presión es máxima para Valonia, una pequeña región en franco declive industrial de apenas 3,5 millones de habitantes que impide un pacto que afectaría a más de 500 millones de personas con una mezcla de argumentos antiglobalización, suspicacias respecto a los beneficios de la liberalización comercial y razones más oscuras, relacionadas con la política belga. "Si no logramos ese pacto comercial con Canadá no veo cómo vamos a lograr un solo acuerdo más en otras partes del mundo", ha explicado ante la prensa el jefe de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker.
Uno de cada siete empleos en Europa depende de las exportaciones, pero los acuerdos comerciales en la UE, el mayor bloque económico del mundo, se han convertido en la nueva víctima del descontento ciudadano con el poder. La política comercial, enseña de la Europa comunitaria durante años, es ahora un claro síntoma de que algo no funciona. Los jefes de Estado y de Gobierno han intentado este jueves poner la artillería pesada para desbloquear un asunto que en otros momentos no habría suscitado más interés que el de los ministros de Comercio. Levantar los vetos al acuerdo urge para evitar la embarazosa situación de tener que anular la cumbre de la próxima semana con Canadá, en la que estaba prevista la firma del pacto. “El de Canadá será el último acuerdo comercial de la UE si no convencemos a los europeos de que esto les favorece”, ha asegurado Tusk, en la línea de Juncker. Los Veintiocho redoblan la presión: todos los líderes suscribieron ayer una última propuesta de Bruselas, que ofrece una declaración jurídicamente vinculante en los asuntos más sensibles para evitar el cortocircuito. El Gobierno valón se resiste a firmar, aunque reunirá al Parlamento el viernes para fijar una posición. Las ONG y un nutrido grupo de europarlamentarios apoyan el veto valón, en contra de acuerdos como el canadiense, antesala del TTIP con Estados Unidos.
La batalla sobre el CETA —el acuerdo con Canadá, por sus siglas en inglés— ha robado protagonismo a la mayor singularidad de esta cumbre: la presencia, por primera vez, de la dirigente británica, Theresa May, en la reunión de los todavía Veintiocho. El perfil bajo que se quiso dar a la intervención de May, decidida a explicar a sus socios que el proceso del Brexit es irreversible, no es casual. El Consejo Europeo busca cierto mutismo en este terreno para no dar ventaja a Londres antes de que inicie el proceso de salida de la UE, a partir del próximo mes de marzo. Tusk ha explicado que Reino Unido "sigue siendo miembro de pleno derecho de la UE", y los líderes han repetido las recetas precocinadas respecto a Londres: no habrá negociación antes de la notificación de la salida (en marzo), y no habrá acceso al mercado único para los británicos si no respetan las cuatro libertades (incluida la libre circulación de personas, que May ha puesto en cuarentena) y no respetan la jurisdicción del Tribunal europeo. "Los británicos tienen derecho a defender sus intereses, pero May ha repetido esta noche lo que ya había dicho antes", ha resumido Merkel.
Las prisas de Rajoy para aprobar el Ceta
MIGUEL GONZÁLEZ
Mariano Rajoy mantiene en el cajón más de 40 tratados internacionales con el argumento de que, al estar en funciones como presidente, no puede aprobarlos. Ni siquiera ha remitido a las Cortes el acuerdo contra el cambio climático de París, pese a que cuenta con el respaldo unánime de las fuerzas políticas. Sin embargo, el Consejo de Ministros del pasado viernes aprobó la firma del acuerdo comercial entre la UE y Canadá (CETA, por sus siglas en inglés). Aunque la referencia oficial no lo indicaba, el secretario de Estado para la UE, Fernando Eguidazu, aseguró en el Congreso que la decisión del Ejecutivo fue doble: autorizar la firma del CETA y remitirlo a las Cortes y que solo cuando haya ratificación parlamentaria, tendrá consecuencias jurídicas.
Pero la firma permitirá su entrada en vigor provisional. El Gobierno asegura disponer de informes que avalan su competencia para aprobarlo, pero no explica por qué este caso es distinto al de los otros 40 tratados. La diferencia estriba en la urgencia. Estaba previsto que el CETA fuese firmado por los ministros de Comercio el pasado martes y que Canadá y la UE lo hicieran el próximo día 27. El rechazo del Parlamento valón desbarató los planes.
El Brexit, el bloqueo de Valonia al pacto con Canadá y la negativa de Holanda a un acuerdo anterior con Ucrania, que también se debatirá en la cumbre, son tres señales de un mismo problema: los riesgos asociados a un proyecto europeo que vive sus horas más bajas tras una sucesión interminable de crisis de las que nunca ha acabado de salir.
Fuera de la sala, algunos líderes han querido dejar patente su disgusto con las posiciones iniciales de Londres en la negociación. “Si Theresa May quiere un Brexit duro, la negociación será dura”, ha advertido el presidente francés, François Hollande. Fuentes diplomáticas avanzaron que, tras los duros mensajes lanzados por la premier británica ante su partido, May intenta en esta cumbre contrarrestar y convencer a sus colegas de que su intención no es debilitar a la UE. Está por ver que el resto de líderes lo crean. “Reino Unido se irá de la UE, pero seguiremos desempeñando plenamente nuestro papel hasta entonces”, avisó May a su llegada. Destacados dirigentes europeos exigen en privado que Londres deje de bloquear asuntos medulares de la UE porque su destino inmediato es abandonarla.
El debate más encendido ha sido el referido a Rusia, y ahí May ha reclamado —paradójicamente— unidad para endurecer las sanciones a Moscú. Con las imágenes de los bombardeos sobre Alepo en la retina de todos los líderes comunitarios, la mayoría aboga por subir un peldaño la agresividad hacia Rusia. “Lo que pasa en Alepo con apoyo ruso es totalmente inhumano”, ha sentenciado Merkel antes de iniciar la reunión. La canciller no ha descartado ni una sola medida, pero ha subrayado que no hay consenso para activar nuevas sanciones y ha puesto de manifiesto que Berlín no quiere líos. "Rusia forma parte del espacio euroasiático; una gran parte de Rusia está en Europa", ha dicho. Hace solo 24 horas, Merkel había calificado a Moscú de "socio estratégico e importante vecino".
La traducción práctica de ese renovado ímpetu europeo resulta, a la vista de la posición alemana, muy moderada: los líderes no tienen la intención de aplicar sanciones porque necesitan que Rusia vuelva a la mesa de negociación para reconducir la crisis en Siria. “La UE está estudiando todas las opciones, incluida la adopción de medidas restrictivas adicionales contra personas y entidades que apoyan al régimen, si prosiguen las actuales atrocidades”, recogía el borrador de las conclusiones que los líderes pretenden adoptar hoy. La alusión a sanciones contra personas y entidades debilita su alcance porque parece desestimar la adopción del castigo que más daño puede hacer a Moscú: restricciones económicas hacia sectores estratégicos como las adoptadas hace algo más de dos años, tras la anexión que hizo Rusia de Crimea.
Por primera vez en mucho tiempo, la migración ha quedado en un segundo plano. Más allá de opciones políticas, los socios coinciden en que el foco debe ponerse ahora en controlar mejor las fronteras exteriores para reducir las llegadas y desarrollar al máximo los acuerdos con países terceros (principalmente africanos) destinados a frenar los flujos.