Donald Trump se estrella contra el muro del voto femenino

Hillary Clinton consolida su ventaja en los sondeos a 24 días de las elecciones presidenciales

Marc Bassets
Washington, El País
Si en Estados Unidos sólo votasen los hombres, como ocurría hasta 1920, el republicano Donald Trump sería el próximo presidente. La victoria sería aplastante e inapelable. Si sólo votasen las mujeres, Hillary Clinton ganaría con facilidad. La división por sexos a la hora de votar no es nueva, pero se ha acentuado en la campaña para las elecciones del 8 de noviembre, la primera en la que una mujer está en condiciones de llegar a la Casa Blanca. Las acusaciones por agresión sexual contra Trump, y sus comentarios machistas, han dañado sus aspiraciones.


La sucesión de testimonios sobre el comportamiento sexista y quizá delictivo de Trump ha ido en paralelo, en la última semana, con un goteo de sondeos que reflejan una ventaja cada vez más sólida de Clinton. La demócrata aventaja con un 5,5% al republicano, según la media que elabora la publicación Real Clear Politics. Los sondeos publicados el domingo por The Washington Post y The Wall Street Journal confirmar la tendencia.

Si Trump no amplía sus apoyos más allá de la base de republicanos fieles, lo tendrá difícil para ganar. Es posible, como ha escrito Nate Silver, el especialista en estadística que dirige la publicación 538, que “las mujeres estén derrotando a Donald Trump”.

Los sondeos dibujan dos países distintos en función de si se observa el voto masculino o el femenino. Clinton saca una ventaja media de 15 puntos sobre Trump entre las mujeres, casi el doble de la que el presidente Barack Obama le sacó a su rival republicano Mitt Romney en las elecciones presidenciales de 2012. Entre los hombres, Trump obtiene 5 puntos más que Clinton. Romney le sacó siete a Obama.

“Sin fanfarria, casi en silencio, América se ha convertido en feminocéntrica, y esto ha alcanzado su máxima expresión en la primera década del siglo XXI. Una mayoría no silenciosa de mujeres —desde jubiladas a miembros del baby boom a las generaciones X e Y— afrontan el desafío singular de remodelar la nación a su imagen, y al hacerlo están sacudiendo a cultura en su núcleo”, escribieron hace una década las estrategas electorales Celinda Lake y Kellyanne Conway en el libro What women really want (Qué quieren de verdad las mujeres). Conway es hoy la mano derecha de Trump y día a día la realidad que describía en el libro es su principal problema.

Hombres y mujeres votan distinto en las presidenciales desde 1980, pero la ventaja de Clinton sobre Trump en el voto femenino supera los precedentes y puede acabar siendo la clave del resultado en noviembre. Si sólo votasen las mujeres, la demócrata lograría 458 de los 538 votos electorales en juego, y el republicano 80 (cada estado tiene asignado un número determinado de votos electorales: quien obtiene 270 o más es presidente).

Según el sondeo de The Washington Post, Clinton aventaja a Trump entre el segmento clave de las mujeres blancas con título universitario, grupo que optó abrumadoramente por Romney hace cuatro años. Que, entre las mujeres blancas sin título universitario, Trump siga siendo el favorito muestra que la división no es sólo de género, sino también de clase social y nivel educativo.

La difusión de una grabación de hace 11 años con comentarios lascivos de Trump y la avalancha de mujeres que han revelado episodios pasados de acoso sexual por parte de Trump agrava su problema con el voto femenino. El machismo —y no las declaraciones contra los inmigrantes hispanos ni los planes para discriminar a los musulmanes— puede acabar siendo el muro en el que se estrellen sus ambiciones.

Los musulmanes representan un 1% de la población de EE UU. Los hispanos, un 17%. Las mujeres representan el 53% de votantes y, ya en pasadas elecciones presidenciales, algunos comentarios desafortunados —mucho más suaves que los de Trump ahora— costaron un precio a los candidatos que los pronunciaban.

Hace cuatro años Romney dijo que, al buscar personas para su gabinete cuando era gobernador de Massachusetts, le presentaron “carpetas llenas de mujeres”. Se refería a las listas de candidatas. Estalló un pequeño escándalo: parecía que las convirtiese en objeto. El incidente fue una minucia al lado la grabación de Trump donde alardea de su capacidad para agarrar impunemente los genitales de las mujeres, una frase que él defiende como típica bravuconada de vestuario deportivo, pero que se ha interpretado como una incitación a la agresión sexual.

La defensa del actual candidato republicano ante las mujeres que dicen haber sido acosadas por él ha consistido en denigrarlas —incluso en el aspecto físico— y aludir a conspiraciones internacionales para destruir su campaña y amañar las elecciones.
Debate sobre el acoso

Las palabras y supuestos actos de Trump han abierto una discusión nacional, uno de estos debates que colocan al país en el diván. En las oficinas, en los programas de televisión, en las redes sociales se rompen un tabú y se empieza a hablar de las situaciones cotidianas de hostilidad y agresión sexual.

Ha ocurrido algo similar con el racismo en los años de Obama, cuando los casos de violencia policial contra negros han sacado a flote la opresión soterrada en la que viven muchos afroamericanos y ha confrontado a los blancos con la situación de privilegio en la que viven.

No es casualidad que esto haya sucedido con el primer presidente negro en la Casa Blanca. No es pese a Obama, sino, en parte, debido a él que Estados Unidos discute sobre la pervivencia del racismo.

Con Obama la herida racial ha quedado expuesta en carne viva. Con Trump es la herida sexista la que aparece bajo los focos intensos de la campaña electoral, y en toda su crudeza.

Porque no ha sido Clinton, la primera mujer nominada por un gran partido, la que ha suscitado este debate. Al contrario, contrasta el escaso entusiasmo por la posibilidad de una mujer en la Casa Blanca con la emoción que rodeó la victoria en 2008 del primer negro.

Lo que ha colocado el sexismo en el centro de la campaña electoral ha sido Trump, sometido desde hace diez días a una batería de acusaciones que recuerdan a la que hace unos meses afrontó el actor Bill Cosby. Cosby todavía no ha sido condenado pero el jurado de la opinión pública ya lo ha sentenciado. A Trump puede ocurrirle algo similar.

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