COLUMNA / Por qué Clinton está ganando

Ya va siendo hora de desmentir la idea de que lo que tiene la candidata demócrata es buena suerte

Paul Krugman
El País
Hillary Clinton es una candidata horrible. Bueno, eso es lo que los entendidos llevan diciendo desde que empezó esta campaña interminable. Hay que remontarse a Al Gore en 2000 para encontrar un político que haya afrontado tantas burlas de los medios de comunicación por todo tipo de cosas, desde denuncias de falta de honradez (que por lo general resultan infundadas) hasta asuntos de índole personal.


Curiosamente, sin embargo, Clinton consiguió la candidatura demócrata con bastante facilidad, y ahora, tras haberle dado una paliza a su oponente en tres debates sucesivos, la mayoría de los expertos la considera favorita para ganar en noviembre, probablemente por un amplio margen. ¿Cómo es posible? Los sospechosos de rigor ya se están aunando en torno a una respuesta: que, sencillamente, ha tenido suerte. Según su razonamiento, si los republicanos no hubiesen elegido a Donald Trump, la derrota de Clinton sería estrepitosa.

Pero aquí tienen un argumento inverso: a lo mejor Clinton va a ganar porque posee algunos puntos fuertes fundamentales, puntos fuertes que no alcanzar a ver muchos expertos.

En primer lugar, ¿quién es ese otro candidato más duro al que podría haber escogido el Partido Republicano? Recuerden que Trump se hizo con la candidatura porque dio a las bases del partido lo que querían, al canalizar el antagonismo racial que desde hace décadas constituye la fuerza motriz del éxito electoral republicano. Lo único que hizo fue decir alto y claro lo que sus rivales trataban de transmitir de forma encubierta, lo cual explica por qué estos tuvieron tan poco éxito a la hora de plantarle cara.

Y esos candidatos de la cúpula republicana eran mucho más trumpistas de lo que reconocen quienes fantasean con una historia diferente (por ejemplo, una en la que el candidato republicano fuese Marco Rubio). Mucha gente recuerda el mal funcionamiento del cerebro de Rubio: las frases enlatadas sobre que "vamos a disipar este mito" que no paró de repetir en su desastrosa actuación en el debate. Pocos parecen ser conscientes de que esas frases, de hecho, articulaban una descabellada teoría conspirativa que, en esencia, acusaba al presidente Obama de debilitar intencionadamente a Estados Unidos. En el fondo, ¿es eso mucho mejor que lo que dice Trump? Solo si suponemos que Rubio no se creía lo que decía; pero, sin duda, su falta de sinceridad, el modo evidente en que intentaba representar un papel, formaba parte de su debilidad.

Este es, de hecho, un problema generalizado entre la cúpula republicana. ¿Cuántos de ellos creen de verdad que las rebajas fiscales tienen poderes mágicos, que el cambio climático es un engaño gigantesco ¿O que solo con pronunciar las palabras "terrorismo islámico" se derrotará de algún modo al ISIS? Sin embargo, fingir que uno se cree esas cosas es el precio de admisión en el club (y la falsedad de ese fingimiento se nota).

Y un comentario más sobre Rubio: ¿qué sentido tiene imaginar que un hombre que se derrumbó ante los ataques infantiles de Trump habría vencido a la mujer que mantuvo la cabeza fría durante 11 horas de interrogatorio sobre Bengasi, y que hizo que sus interrogadores pareciesen tontos? Y esto nos lleva al tema de los puntos fuertes de Clinton.

Cuando los analistas políticos elogian el talento político, lo que parecen tener en mente es la capacidad de un candidato para encajar en alguno de los arquetipos de una serie muy limitada: el dirigente heroico, el tipo corriente y campechano con el que uno se tomaría una cerveza, y el orador elevado. Clinton no es ninguna de esas cosas: demasiado singular, por no decir demasiado hembra, para ser una persona corriente, es una oradora mediocre y sus ocurrencias preparadas tienden a quedarse en el intento.

Sin embargo, la persona a la que millones de telespectadores han visto en los debates de este otoño ha sido de lo más impresionante a pesar de todo: dueña de sí misma, mostrando una calma casi prodigiosa ante la presión, tremendamente preparada, con un dominio claro de los asuntos políticos. Y, además, su trabajo seguía un plan estratégico: en cada debate, su victoria parecía mucho mayor al cabo de un par de días, una vez que las conclusiones habían tenido tiempo de calar, de lo que podía parecer esa misma noche.

Ah, y las virtudes de las que hizo gala en los debates también le serán muy útiles como presidenta. Me parece importante mencionarlo. Y tal vez los ciudadanos de a pie se hayan percatado de lo mismo; tal vez la competencia y la desenvoltura evidentes en situaciones de estrés equivalga a una especie de madera de estrella, aunque no encaje en la idea convencional de carisma.

Es más, Clinton ha aportado a esta campaña algo en lo que ningún republicano del sistema podría haberla igualado: se preocupa de verdad por las cuestiones que más la definen y cree en las soluciones que defiende.

Sí, ya sé que se supone que debemos verla como una persona fríamente ambiciosa y calculadora, y en relación con algunos asuntos —como la macroeconomía— sí que parece que no tiene sangre en las venas, aun cuando está claro que entiende del tema y dice cosas sensatas. Pero cuando habla de los derechos de la mujer, de la injusticia racial o del apoyo a las familias, su compromiso, e incluso su pasión, son evidentes. Es genuina de un modo en el que nadie del otro partido puede serlo.

Así que disipemos el mito de que Hillary Clinton ha llegado adonde está solo por un fortuito golpe de buena suerte. Es una figura formidable, y lo ha sido desde el principio.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

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