Pouille destierra a Nadal de Nueva York
El francés, de 22 años y con un futuro prometedor, elimina en los octavos al número cinco: 6-1, 2-6, 6-4, 3-6 y 7-6 (después de 4h 06m). El español no ha logrado pasar de la cuarta ronda en los grandes este año
Alejandro Ciriza
Madrid, El País
Quédense con su nombre: Lucas Pouille. El francés, un tenista hasta ayer anónimo para el gran público, pero en el 25º escalón del circuito de la ATP a sus 22 añitos, probablemente dará mucho que hablar. De momento, en la franja vespertina de Nueva York, se deshizo en los octavos de Rafael Nadal, que ya lo advertía en la previa: el francés, pulido en la académica pedrera de su país, un compendio de buenas formas, golpes incisivos y recursos variados, es bueno, muy bueno. Al final, después de sudores fríos, 6-1, 2-6, 6-4, 3-6 y 7-6 (después de 4h 06m) a favor del francés, que en los cuartos se medirá a su compatriota Gael Monfils (6-3, 6-2 y 6-3 a Marcos Baghdatis).
En la grada, el rostro tenso de Raúl González Blanco, excapitán del Real Madrid y afincado ahora en Nueva York, simbolizaba lo comprometido del momento. Pouille, sin comerlo ni beberlo, había asestado una bofetada brutal. 28 minutos de avalancha nada más arrancar. Nadie lo esperaba, a excepción del propio Pouille, claro, confiado a más no poder, apretando el gatillo una vez y otra también. Se llevó el galo el primer set en un abrir y cerrar de ojos, y de ahí la cara del antiguo portador del 7 blanco. También, la del damnificado, Nadal, que en esta temporada de subidas y bajadas no ha ido más allá de esta cuarta ronda en los Grand Slams.
Por más que supiera del peligro de su rival, torcía una y otra vez el gesto, incrédulo, preguntándose: ¿Pero cómo demonios ha podido poner la bola ahí, besando la línea, desde ese ángulo? El de Manacor se quedó de piedra en ese parcial de inicio, pero ya se sabe, es Nadal, el campeón de titanio, el hombre que por más inclemencias se le advengan nunca huye, sino que afronta todas ellas y habitualmente las vence. Pero no esta vez, porque Pouille jugó a las mil maravillas y se las hizo pasar canutas.
Dio fe de ello Raúl, puños prietos, revuelto en el box junto a Miguel Ángel, el tío de Nadal con el que compartió selección y dirimió clásicos. O a los hijos del 7, gritando a pulmón pleno para animar a su ídolo. O a Toni, royéndose las uñas sin parar. O a Yannick Noah y Cedric Pioline, prendados con lo que estaba haciendo su diamante de la Copa Davis. O a muchos espectadores que, absortos por lo que estaba haciendo ese muchacho francés, visera rosa hacia atrás y que ya doblegó a Roberto Bautista un par de días antes, se interrogaban: ¿Pero cómo demonios…? Pues así fue, un dolor, martirio de tarde para el mallorquín.
No dio respiro Pouille. Derecha, revés, liftados, cortados. Tiros planos, o más combados. Cambios de alturas. Control emocional. Pelotas profundas, a los vértices o directamente a los pies, sin tiempo para reaccionar. Frente a todo ese arsenal, Nadal se levantó. Frente al alud, reacción. Acción-reacción. Devolvió el golpe y equilibró, vuelta a empezar entonces. Pero el panorama no cambió. Pouille, pétreo y controlado, nada que ver con los malos modos y las niñerías de no pocos de sus compañeros de quinta, siguió erre que erre. Pam-pam-pam.
Pouille devuelve una bola en el pulso de la Arthur Ashe. ampliar foto
Pouille devuelve una bola en el pulso de la Arthur Ashe. Geoff Burke
No cedía. Exprimió a Nadal, quien tuvo que bregar durante casi 10 minutos para no entregar el tercer juego y seguir enganchado al tercer set. Pero ni aun así. ¿Pero cómo demonios…? Le exigía Pouille en cada punto al máximo, porque al más mínimo resquicio se la hacía con astucia y mucha templanza, con la mente sumamente fría. Manejaba con inteligencia el saberse por delante en el marcador, el tener a Nadal a remolque. Caray con el francés, que, dicho sea de paso, ya le había demostrado al español el curso pasado, sobre la tierra de Montecarlo, que va para muy buen jugador, que probablemente sea algo más que un proyecto.
De la refriega tenística salió un precioso partido, con puntos artísticos. Un tú a tú de altos quilates
Total, que de la refriega tenística entre los dos salió un precioso partido, con cadencia y puntos artísticos, con alternativas. Tenso e igualadísimo. Un tú a tú de altos quilates. En la cuarta manga llegó el primer momento delicado. Ahí, 2-1 adverso en sets, un nudo en la garganta porque Pouille apretó y llegó a disponer de 2-2 y 0/30 a su favor, y si el balear hubiese perdido ese servicio la historia se hubiera puesto fea, fea, fea. En esa circunstancia tan poco halagüeña, Nadal emergió y firmó cuatro puntos consecutivos. Y, acto seguido, rompió el saque del francés, ya un poquito más nervioso, muy inoportuna su doble falta.
A esa altura cambió la tendencia. Nadal se hizo grande, logró otra rotura y condujo el pulso al quinto set. En este, Pouille, de nombre Lucas, nombre a tener en cuenta para un futuro no tan lejano, nunca perdió la fe ni el juego. Propuso un más que plausible envite al bicampeón español y muchísima resistencia, como si llevara toda la vida en la élite. 5-4, 5-5, 6-5, 6-6... y tie-break. En la muerte súbita, demarraje del galo (4-1) y heroicidad de Nadal, que salvó cuatro bolas de partido. Pero no hubo forma. Finalmente (7-9) se inclinó ante Pouille. Magnífico él, hijo de la escuela francesa. Soberbios los dos. Por eso la gran ovación de Nueva York.
Alejandro Ciriza
Madrid, El País
Quédense con su nombre: Lucas Pouille. El francés, un tenista hasta ayer anónimo para el gran público, pero en el 25º escalón del circuito de la ATP a sus 22 añitos, probablemente dará mucho que hablar. De momento, en la franja vespertina de Nueva York, se deshizo en los octavos de Rafael Nadal, que ya lo advertía en la previa: el francés, pulido en la académica pedrera de su país, un compendio de buenas formas, golpes incisivos y recursos variados, es bueno, muy bueno. Al final, después de sudores fríos, 6-1, 2-6, 6-4, 3-6 y 7-6 (después de 4h 06m) a favor del francés, que en los cuartos se medirá a su compatriota Gael Monfils (6-3, 6-2 y 6-3 a Marcos Baghdatis).
En la grada, el rostro tenso de Raúl González Blanco, excapitán del Real Madrid y afincado ahora en Nueva York, simbolizaba lo comprometido del momento. Pouille, sin comerlo ni beberlo, había asestado una bofetada brutal. 28 minutos de avalancha nada más arrancar. Nadie lo esperaba, a excepción del propio Pouille, claro, confiado a más no poder, apretando el gatillo una vez y otra también. Se llevó el galo el primer set en un abrir y cerrar de ojos, y de ahí la cara del antiguo portador del 7 blanco. También, la del damnificado, Nadal, que en esta temporada de subidas y bajadas no ha ido más allá de esta cuarta ronda en los Grand Slams.
Por más que supiera del peligro de su rival, torcía una y otra vez el gesto, incrédulo, preguntándose: ¿Pero cómo demonios ha podido poner la bola ahí, besando la línea, desde ese ángulo? El de Manacor se quedó de piedra en ese parcial de inicio, pero ya se sabe, es Nadal, el campeón de titanio, el hombre que por más inclemencias se le advengan nunca huye, sino que afronta todas ellas y habitualmente las vence. Pero no esta vez, porque Pouille jugó a las mil maravillas y se las hizo pasar canutas.
Dio fe de ello Raúl, puños prietos, revuelto en el box junto a Miguel Ángel, el tío de Nadal con el que compartió selección y dirimió clásicos. O a los hijos del 7, gritando a pulmón pleno para animar a su ídolo. O a Toni, royéndose las uñas sin parar. O a Yannick Noah y Cedric Pioline, prendados con lo que estaba haciendo su diamante de la Copa Davis. O a muchos espectadores que, absortos por lo que estaba haciendo ese muchacho francés, visera rosa hacia atrás y que ya doblegó a Roberto Bautista un par de días antes, se interrogaban: ¿Pero cómo demonios…? Pues así fue, un dolor, martirio de tarde para el mallorquín.
No dio respiro Pouille. Derecha, revés, liftados, cortados. Tiros planos, o más combados. Cambios de alturas. Control emocional. Pelotas profundas, a los vértices o directamente a los pies, sin tiempo para reaccionar. Frente a todo ese arsenal, Nadal se levantó. Frente al alud, reacción. Acción-reacción. Devolvió el golpe y equilibró, vuelta a empezar entonces. Pero el panorama no cambió. Pouille, pétreo y controlado, nada que ver con los malos modos y las niñerías de no pocos de sus compañeros de quinta, siguió erre que erre. Pam-pam-pam.
Pouille devuelve una bola en el pulso de la Arthur Ashe. ampliar foto
Pouille devuelve una bola en el pulso de la Arthur Ashe. Geoff Burke
No cedía. Exprimió a Nadal, quien tuvo que bregar durante casi 10 minutos para no entregar el tercer juego y seguir enganchado al tercer set. Pero ni aun así. ¿Pero cómo demonios…? Le exigía Pouille en cada punto al máximo, porque al más mínimo resquicio se la hacía con astucia y mucha templanza, con la mente sumamente fría. Manejaba con inteligencia el saberse por delante en el marcador, el tener a Nadal a remolque. Caray con el francés, que, dicho sea de paso, ya le había demostrado al español el curso pasado, sobre la tierra de Montecarlo, que va para muy buen jugador, que probablemente sea algo más que un proyecto.
De la refriega tenística salió un precioso partido, con puntos artísticos. Un tú a tú de altos quilates
Total, que de la refriega tenística entre los dos salió un precioso partido, con cadencia y puntos artísticos, con alternativas. Tenso e igualadísimo. Un tú a tú de altos quilates. En la cuarta manga llegó el primer momento delicado. Ahí, 2-1 adverso en sets, un nudo en la garganta porque Pouille apretó y llegó a disponer de 2-2 y 0/30 a su favor, y si el balear hubiese perdido ese servicio la historia se hubiera puesto fea, fea, fea. En esa circunstancia tan poco halagüeña, Nadal emergió y firmó cuatro puntos consecutivos. Y, acto seguido, rompió el saque del francés, ya un poquito más nervioso, muy inoportuna su doble falta.
A esa altura cambió la tendencia. Nadal se hizo grande, logró otra rotura y condujo el pulso al quinto set. En este, Pouille, de nombre Lucas, nombre a tener en cuenta para un futuro no tan lejano, nunca perdió la fe ni el juego. Propuso un más que plausible envite al bicampeón español y muchísima resistencia, como si llevara toda la vida en la élite. 5-4, 5-5, 6-5, 6-6... y tie-break. En la muerte súbita, demarraje del galo (4-1) y heroicidad de Nadal, que salvó cuatro bolas de partido. Pero no hubo forma. Finalmente (7-9) se inclinó ante Pouille. Magnífico él, hijo de la escuela francesa. Soberbios los dos. Por eso la gran ovación de Nueva York.