Nueva York, entre la memoria y la historia
15 años después, los miles de víctimas vivas y el presente terrorista impiden que el 11-S sea recordado como un viejo Pearl Harbor
Nueva York, El País
Flores sobre los nombres de víctimas en las piscinas de homenaje de la zona cero. CJ GUNTHER (EFE) / ATLAS
Han pasado 15 años desde el 11 de septiembre de 2001 y para muchos, los que entonces apenas tenían uso de razón o nacieron después, ese atentando empieza a dejar de ser una pieza maldita de la memoria de Estados Unidos, para convertirse en un capítulo de los libros de historia. No para los hijos de Kenny Anderson, que tienen 11 y 13 años. Aquel día su padre, un detective de la policía de Nueva York, libraba, pero la que después sería su esposa, también agente, lo levantó de la cama porque Manhattan había sufrido un atentado. Anderson fue uno de los encargados de transportar material en la zona cero aquel día y los siguientes. Recuerda las catedrales de escombros, las carreras y los gritos, pero, sobre todo, aquella insoportable nube de polvo que le envenenó. Quedó con un 30% de capacidad pulmonar. En 2008 se tuvo que retirar, hoy recibe ayudas y no puede hacer esfuerzos físicos.
“Hablo a mis hijos con mucha franqueza sobre el 11-S, entiendo que para ellos no significará lo mismo que para mi generación, igual que yo no sentía lo mismo que mi abuelo cuando me hablaba de la guerra, pero les explico que ese día cambió nuestra historia: la de nuestro país y la de mi vida en particular”. Tenía 31 años.
Los lugares que viven ataques semejantes se debaten entre la necesidad de dejar atrás los traumas y la de no enterrar a sus muertos y héroes en el olvido. Desde el atentado, en muchas escuelas se habla de terrorismo, de inteligencia, se hacen simulacros… Aunque ninguna tiene claro cómo se “enseña” el 11-S. Richard Bucci, presidente de las Escuelas Católicas del condado de Broome, batalla para que los jóvenes no acaben viendo el 11-S como un viejo Pearl Harbor. “Los niños no deben pensar en ello como una lección de historia, porque mucho de lo que hoy viven está conectado con ello, la seguridad de los aeropuertos, la guerra de Irak...”
El 11-S no es historia para Kenny, ni para las más de 30.000 personas tratadas por una o más enfermedades derivadas del desastre. Tampoco para las familias de las 1.000 víctimas aún sin identificar o las 5.400 con cánceres relacionados, según los datos de la FealGood Foundation.
El viernes previo al 15 aniversario, bajo un calor húmedo y pegajoso, hombres y mujeres de luto colocaban flores en los nombres de sus fallecidos en las piscinas del homenaje a las víctimas, allí donde en su día de elevaban dos majestuosas Torres Gemelas. Unos rezaban y otros se secan las lágrimas. Algunos turistas los retrataban. Allí cohabita quien lo vive en la memoria y quien lo siente ya como historia. El museo reserva un lugar intencionadamente anodino, miserable, a los terroristas que perpetraron el ataque. En un pequeño pasillo que une las dos salas dedicadas a la trama, a tan solo un metro del suelo están colgadas 19 fotografías, de un tamaño no muy superior a las de los carnets de identidad. Es la forma de borrarlos, pero sin borrarlos. Otro equilibrio.
Al lado, una obra de Santiago Calatrava acoge una enorme estación de tránsito y las tiendas. A Orlando Rodríguez se le hace cuesta arriba ver allí mismo, donde perdió a su hijo, un centro comercial. Pero tampoco ha sido capaz de pisar el museo. Sociólogo y profesor en la Universidad de Fordham, poco tiempo después del ataque, dio clases sobre terrorismo. No le sirvió de catarsis. “Ni lo hice por eso, la catarsis es un mito, no se puede borrar semejante pérdida, pero me pareció un deber con los estudiantes”.
Para Talat Hamdani, madre del cadete Salman Hamdani, fallecido en el ataque, es muy importante hablar del 11-S con los niños, mantenerlo vivo, “porque no es solo parte de la historia, es algo que ha marcado al país, ha cambiado a América en el camino de la discriminación religiosa y la violencia contra los musulmanes”.
La bandera que tres bomberos levantaron sobre los escombros justo tras el atentado, protagonizando una imagen icónica por sus similitudes con la de Iwo Jima, llevaba años extraviada y se acaba de encontrar. Lucirá a partir de ahora en el museo de la zona cero, donde se mezcla la historia y la memoria
Nueva York, El País
Flores sobre los nombres de víctimas en las piscinas de homenaje de la zona cero. CJ GUNTHER (EFE) / ATLAS
Han pasado 15 años desde el 11 de septiembre de 2001 y para muchos, los que entonces apenas tenían uso de razón o nacieron después, ese atentando empieza a dejar de ser una pieza maldita de la memoria de Estados Unidos, para convertirse en un capítulo de los libros de historia. No para los hijos de Kenny Anderson, que tienen 11 y 13 años. Aquel día su padre, un detective de la policía de Nueva York, libraba, pero la que después sería su esposa, también agente, lo levantó de la cama porque Manhattan había sufrido un atentado. Anderson fue uno de los encargados de transportar material en la zona cero aquel día y los siguientes. Recuerda las catedrales de escombros, las carreras y los gritos, pero, sobre todo, aquella insoportable nube de polvo que le envenenó. Quedó con un 30% de capacidad pulmonar. En 2008 se tuvo que retirar, hoy recibe ayudas y no puede hacer esfuerzos físicos.
“Hablo a mis hijos con mucha franqueza sobre el 11-S, entiendo que para ellos no significará lo mismo que para mi generación, igual que yo no sentía lo mismo que mi abuelo cuando me hablaba de la guerra, pero les explico que ese día cambió nuestra historia: la de nuestro país y la de mi vida en particular”. Tenía 31 años.
Los lugares que viven ataques semejantes se debaten entre la necesidad de dejar atrás los traumas y la de no enterrar a sus muertos y héroes en el olvido. Desde el atentado, en muchas escuelas se habla de terrorismo, de inteligencia, se hacen simulacros… Aunque ninguna tiene claro cómo se “enseña” el 11-S. Richard Bucci, presidente de las Escuelas Católicas del condado de Broome, batalla para que los jóvenes no acaben viendo el 11-S como un viejo Pearl Harbor. “Los niños no deben pensar en ello como una lección de historia, porque mucho de lo que hoy viven está conectado con ello, la seguridad de los aeropuertos, la guerra de Irak...”
El 11-S no es historia para Kenny, ni para las más de 30.000 personas tratadas por una o más enfermedades derivadas del desastre. Tampoco para las familias de las 1.000 víctimas aún sin identificar o las 5.400 con cánceres relacionados, según los datos de la FealGood Foundation.
El viernes previo al 15 aniversario, bajo un calor húmedo y pegajoso, hombres y mujeres de luto colocaban flores en los nombres de sus fallecidos en las piscinas del homenaje a las víctimas, allí donde en su día de elevaban dos majestuosas Torres Gemelas. Unos rezaban y otros se secan las lágrimas. Algunos turistas los retrataban. Allí cohabita quien lo vive en la memoria y quien lo siente ya como historia. El museo reserva un lugar intencionadamente anodino, miserable, a los terroristas que perpetraron el ataque. En un pequeño pasillo que une las dos salas dedicadas a la trama, a tan solo un metro del suelo están colgadas 19 fotografías, de un tamaño no muy superior a las de los carnets de identidad. Es la forma de borrarlos, pero sin borrarlos. Otro equilibrio.
Al lado, una obra de Santiago Calatrava acoge una enorme estación de tránsito y las tiendas. A Orlando Rodríguez se le hace cuesta arriba ver allí mismo, donde perdió a su hijo, un centro comercial. Pero tampoco ha sido capaz de pisar el museo. Sociólogo y profesor en la Universidad de Fordham, poco tiempo después del ataque, dio clases sobre terrorismo. No le sirvió de catarsis. “Ni lo hice por eso, la catarsis es un mito, no se puede borrar semejante pérdida, pero me pareció un deber con los estudiantes”.
Para Talat Hamdani, madre del cadete Salman Hamdani, fallecido en el ataque, es muy importante hablar del 11-S con los niños, mantenerlo vivo, “porque no es solo parte de la historia, es algo que ha marcado al país, ha cambiado a América en el camino de la discriminación religiosa y la violencia contra los musulmanes”.
La bandera que tres bomberos levantaron sobre los escombros justo tras el atentado, protagonizando una imagen icónica por sus similitudes con la de Iwo Jima, llevaba años extraviada y se acaba de encontrar. Lucirá a partir de ahora en el museo de la zona cero, donde se mezcla la historia y la memoria