Merkel se mide en unas elecciones regionales con el peor enemigo

Los xenófobos AfD amenazan con entrar en un Parlamento regional y superar a la CDU en los comicios en el este de Alemania

Luis Doncel
Schwerin, El País
La postal es perfecta. Nada parece desencajar en el casco histórico de Schwerin. El imponente castillo se eleva sobre esta coqueta ciudad de Alemania oriental. Familias en bicicleta y turistas helado en mano aprovechan los últimos rayos de sol para pasear por unas calles donde no se ve un papel en el suelo. Estamos en la capital de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, el Estado que el domingo elegirá un nuevo Parlamento. La economía regional ha crecido y el paro está en mínimos desde la reunificación con los hermanos occidentales hace un cuarto de siglo. Pero los dos centenares de personas que se concentran a pocos metros no encuentran motivos para el optimismo. Ven al país al borde de la catástrofe. Y consideran que la única culpable es una mujer criada no muy lejos de aquí, la canciller Angela Merkel.


“Tiene que dimitir. Solo habría un inconveniente; y es que si se fuera de Berlín, a lo mejor tendríais que tenerla como vecina. Pero seguro que lo podríais superar”. Alexander Gauland, vicepresidente de Alternativa para Alemania (AfD), arranca risas y aplausos de los asistentes al mitin de cierre de campaña. Es de lo más amable hacia Merkel que se oye por aquí. Los dirigentes de este partido ultraconservador y antiinmigración se refieren a la líder alemana con términos como “canciller-dictadora” o “bruja de Uckermark (la zona donde creció y tiene una casa de verano)”.

Su estrategia parece estar funcionando. Una encuesta situaba esta semana a los populistas de derechas en segunda posición tras los socialdemócratas, por delante de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel. Nunca antes un partido había osado hacerse con la hegemonía del centro-derecha que parecía exclusiva de los democristianos. De confirmarse, sería un golpe sensacional, encajado además allí donde Merkel tiene su circunscripción, que en 2013 revalidó con el 56% de los votos. Pero esos eran otros tiempos. Antes de que el año pasado llegara un millón de refugiados. Cuando ella era aún era popular por estos parajes.

Los neonazis, fuera del Parlamento

Koblentz, Postlow, Blesewitz… Son nombres que en 2011 asombraron a Alemania. Estos pueblos depauperados y minúsculos, cercanos a la frontera polaca, otorgaron a los neonazis del NPD su mayor éxito, con un respaldo en torno al 30%. Cinco años más tarde, el panorama para el partido más radical del espectro político alemán es mucho más negro. Las encuestas anticipan que, por primera vez en una década, no va a sentarse en el Parlamento de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, el único Estado donde aún está representado este partido que vivió sus mayores éxitos en los años sesenta. El ascenso de los populistas de AfD amenaza con quitarle los votos necesarios para repetir resultados. AfD, al contrario que los otros partidos, no descarta votar a favor de propuestas del NPD si considera que estas son razonables. Tras el domingo, a los neonazis le quedarán un puñado de cargos locales y un eurodiputado en Bruselas.

La pérdida de representación no es el único problema de los neonazis. El Tribunal Constitucional ultima el proceso de ilegalización del NPD. Tras otra iniciativa fallida, los jueces del Constitucional deben decidir si el partido supone una amenaza para el sistema democrático. Mientras tanto, aún dentro de la legalidad, en las calles de Schwerin abundan los carteles del NPD. "Mantener la patria. Parar la inmigración", reclaman.

“Las encuestas siempre nos infravaloran. Podemos quedar primeros, o segundos muy por delante de la CDU. Si es así, más de un despacho va a tambalearse el domingo en Berlín”, asegura con una sonrisa Leif-Erik Holm, el antiguo presentador de radio que encabeza la lista de los ultraconservadores.

Con solo 1,5 millones de habitantes, Mecklemburgo-Pomerania pesa poco en el panorama político alemán. Los extremistas, además, ya están acostumbrados aquí a obtener buenos resultados: es el único Estado en el que los neonazis del NPD se sientan en el Parlamento regional. Es en el este del país donde la furia con Merkel y su política de refugiados es mayor y donde los ataques a centros de acogida alcanzan cotas más altas. Muchos votantes orientales de AfD comparan la situación actual con la que vivían durante el régimen de partido único de la RDA en la que no podían expresar sus opiniones libremente.

Desde una terraza con magníficas vistas al castillo, el candidato Holm describe la indignación que detecta en cualquier reunión ciudadana por “la invitación” que, según dice, Merkel envió a todo aquel que quisiera venir a Alemania. “Ella abrió las puertas de par en par sin ningún tipo de control”, asegura.

Poco importa que la mayor parte de sus votantes solo hayan visto refugiados en la televisión. El porcentaje de extranjeros en este Estado no llega al 3%, frente a casi el 10% de Alemania. Y gran parte de los solicitantes de asilo registrados aquí se mudan a otros lugares del país con más oportunidades. “La gente también está preocupada por lo que ve en la televisión. Nos van a votar porque no quieren que esta zona acabe como Berlín o Hamburgo, donde hay guetos de inmigrantes donde no se habla alemán”, responde Holm. Politólogos como Jan Müller reprochan a AfD haber dirigido una campaña del miedo a los refugiados que nada tiene que ver las competencias regionales. “Tienen un doble lenguaje con líderes conservadores ortodoxos y otros que apelan a un discurso etnicista, casi racista, del tipo de 'Alemania para los alemanes”, añade este profesor de la Universidad de Rostock.

Estos argumentos no convencen a Ralph, ingeniero técnico jubilado, que muestra orgulloso su camiseta del presidente ruso, Vladímir Putin, con gafas de sol. “Algo así necesitaríamos nosotros. Alguien como Putin, en lugar de esa mujer”, asegura. A unos cien metros, separados por un modesto cordón policial, un centenar de manifestantes muestran con paraguas multicolores su repulsa al posible éxito de AfD. Una de ellas es Julia Körrek, asesora artística en un teatro cercano, que ya se sentía avergonzada de que su Estado fuera conocido como el de los nazis en el Parlamento. "Solo nos faltaba ahora ser los primeros en dar la victoria a los xenófobos”.

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