Imputada una carmelita argentina por torturar a las monjas a su cargo

Una exhermana de la congregación provoca un escándalo al revelar castigos físicos y psicológicos en un convento


Federico Rivas Molina
Buenos Aires, El País
La madre superiora de un convento de la congregación de las Carmelitas Descalzas en Nogoyá, provincia de Entre Ríos, deberá declarar en una causa por privación ilegítima de la libertad, torturas y reducción a la servidumbre. El testimonio reservado de una exmonja ha revelado lo que, durante años, fue un secreto encerrado entre las paredes y rejas que protege a las hermanas del exterior: mordazas, látigos, cilicios y golpes, además de largas jornadas de “torturas psicológicas” moldeaban el carácter de 18 mujeres educadas para servir a Dios desde la culpa y la penitencia. La investigación contra María Isabel, como se hace llamar la madre superiora, ha puesto en debate los límites de la flagelación por voluntad propia.
Una exmonja argentina denunció a su madre superiora por torturas.


“A la mordaza la conocí con la superiora. El látigo es una especie de flagelo que se hace con cuerdas, se lo pasa por cera derretida y se lo deja secar para que pegue más duro. Nos autoflagelábamos y nos pegábamos en las nalgas", contó la exmonja al periodista Ernesto Tenembaum, del programa Periodismo para todos. Según las normas establecidas por la madre superiora, cada viernes y tres veces por semana durante la Cuaresma las religiosas deben someterse al cilicio, una corona de alambres que coloca en la pierna y aprieta “hasta sacar sangre”.

Las infracciones también se pagaban con sufrimientos físicos extraordinarios, como una mordaza que mantiene la boca cerrada y “repara los pecados de palabra", contó la exmonja. Los castigos tienen como objetivo expiar la culpa, un sentimiento que la madre superiora se encarga de mantener vivo en sus protegidas. "Me decía que por culpa mía ella estaba enferma, la otra hermana tenía un tumor en la cabeza y la mayoría de las hermanas tenían gastritis. Yo me sentía culpable, le creía lo que me decía y por eso no me golpeaba despacito", dijo.

Las revelaciones de esta mujer de 34 años escandalizaron a muchos. Pero el uso de la violencia física como práctica religiosa mereció la defensa del arzobispado de Paraná, Entre Ríos, la jurisdicción provincial de donde depende Nogoyá. Su vocero, Ignacio Patat, reconoció que la autoflagelación "está permitida" en las reglas de las carmelitas del convento, y relativizó que lo sucedido allí adentros sean torturas. "No es castigo, sino disciplina. Tengamos en cuenta que los monasterios tienen diferentes reglas. Esta es la Regla de Santa Teresa, la vieja, por así decir, manera de vivir de las hermanas carmelitas", dijo Patat a una radio local.

La policía ingresó al convento el 25 de agosto pasado y secuestró fustas, látigos, cilicios y mordazas. Pese a las evidencia materiales, las carmelitas han negado cualquier situación de abuso contra ellas. En un vídeo que subieron a una cuenta en Facebook, ya cerrada, se declararon “felices de ser esposas de Cristo” y lamentaron el revuelo que ha alterado su paz conventual. Sonrientes, de pie o sentadas en una sala adornada con motivos religiosos, dijeron a la cámara que “los de las torturas es un invento”. “Esta es una vida de penitencia, no de tortura, que es un término totalmente distorsionado", dijo una de ellas.

Pero el fiscal de la causa, Federico Uriburu, no tuvo en cuenta la declaración de las hermanas. Le bastó para imputar a la madre superiora que la mujer intentó bloquear sin éxito el ingreso de la policía y el secuestro de todo tipo de artefactos de tortura en el interior del convento. De ser encontrada culpable, la hermana María Isabel enfrenta penas de entre 4 y 15 años de cárcel.

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