Hoy se firmó un acuerdo de paz en Colombia


Colombia, El Tiempo
Este lunes, cuando se acaba oficialmente la guerra con las Farc, comienza una nueva época para Colombia. Esa es la importancia de lo que pasará esta tarde en Cartagena, cuando el presidente Juan Manuel Santos y el máximo jefe de esta guerrilla, Rodrigo Londoño Echeverri, ‘Timochenko’, firmen en la explanada de Banderas del Centro de Convenciones el Acuerdo Final de Paz.



Los dos, según dijo el Presidente, pondrán sus firmas con un balígrafo, una bala convertida en lapicero que se ha vuelto símbolo de la paz. La banda musical del municipio de Baranoa, Atlántico, tocará el himno nacional, con el que a las 5 de la tarde, según está previsto, arrancará este histórico acontecimiento.

Enterrar el conflicto de medio siglo con la principal guerrilla del país significa despejar el camino para que el Estado llegue sin los tropiezos de la violencia a las zonas atrapadas en la marginalidad y las haga parte del desarrollo que se requiere para que Colombia sea aún más competitiva.

A menudo, la guerra ha servido de pretexto para no hacer nada en la Colombia profunda donde han actuado la Farc –en más de la tercera parte de los municipios y la mitad departamentos– y donde justamente está el potencial, según la FAO, para convertir al país en una de las siete principales despensas agrícolas de un mundo que cada día demanda más alimentos.

La inversión en infraestructura, servicios y desarrollo agrícola para sacar el campo colombiano de su rezago es precisamente la esencia del acuerdo sobre desarrollo rural integral que hicieron el Gobierno y las Farc. Es el primero de los seis puntos de la agenda que negociaron.

Si bien subsisten el Eln y bandas criminales, las Farc llegaron a ser la guerrilla militarmente más poderosa del país y, como ningún otro grupo armado en Colombia, en la mitad de los 90 llegaron a poner en jaque a las Fuerzas Armadas con feroces tomas a bases militares que dejaron decenas de militares y policías muertos y al menos otros 500 secuestrados durante varios años.

Está claro que sin la violencia de esta guerrilla, el Estado podrá volcar sus esfuerzos de seguridad en el combate al Eln y a las organizaciones de narcotráfico, que ya intentan rodear los espacios que dejarán las Farc en rutas del narcotráfico del Pacífico y el nororiente colombianos.

El fiscal Néstor Humberto Martínez dijo el martes que el Eln y otros grupos armados ilegales se están movilizando para copar esos territorios tras la firma del Acuerdo Final de Paz con las Farc y el inicio del cronograma para que se concentren en 27 puntos del país.

La paz con esta guerrilla, es cierto, implica desafíos para el Estado, y uno de ellos es contener la violencia que se puede desatar por la disputa de las rentas ilegales que manejaban las Farc. Pero es indiscutible que el cierre del conflicto con este grupo armado es el comienzo hacia un país más seguro. Aunque esto no va a ocurrir de la noche a la mañana, la salida de la guerra de 15.000 combatientes que, se calcula, tienen las Farc, es una ganancia.

A esta guerrilla, que nació en 1964, se le atribuyen la mayoría de los 24.482 secuestros, 3.899 asesinatos selectivos y 343 masacres que el Centro de Memoria Histórica imputa a las guerrillas en su informe ‘Basta ya’.

La caída en la intensidad de la guerra a lo largo del actual proceso también es una señal contundente de lo que gana el país en seguridad con el fin de la lucha armada de las Farc.

Las estadísticas del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), observatorio que le ha seguido el pulso a la negociación, señalan que han pasado más de 1.250 días desde que las Farc atacaron una población; 590 sin retenes ilegales, 383 días sin emboscadas a la Fuerza Pública; 371 sin atentados contra la infraestructura petrolera o energética y 246 sin secuestros atribuidos a esa guerrilla.

Los beneficios del acuerdo en seguridad no se limitan a las acciones armadas que cesan, también serán claves los aportes que harán las mismas Farc para evitar que más colombianos se conviertan en víctimas de las minas antipersona.

Colombia es el segundo país con más víctimas de minas en el mundo, después de Afganistán, con 11.000 muertos y heridos desde 1990. Cuatro de cada diez víctimas eran civiles. Ahora la guerrilla debe ayudar a ubicar y destruir las trampas mortales que enterró por todo el país a lo largo de décadas, bien para frenar el avance de la Fuerza Pública o para proteger los cultivos de coca.

“La participación de las Farc en esta tarea va a ser fundamental para hacer más rápidamente y más eficiente la labor de limpieza del territorio”, dice Sergio Bueno, el hombre que encabeza esa importante labor. Ya están definidos 48 municipios que serán prioridad de los equipos de desminado y en los que se concentra el 38,5 % del riesgo en el país.

El mismo escenario aplica para la lucha contra los narcocultivos, que están disparados y que, sin la protección armada que brindaban las Farc, en teoría deberían empezar a caer en los próximos meses, de la mano de los programas de sustitución y desarrollo alternativo.

El punto es clave porque el narcotráfico es el mayor riesgo para el país. La presencia del conflicto es funcional a los narcos y sus siembras, pues crea territorios sin control donde pueden desarrollar sus negocios. A su vez, los bandos en guerra se nutren de las economías ilegales. En un escenario sin las Farc, que controlaban las áreas de siembra, el reto del Estado está en impedir que el Eln y las bandas se tomen las zonas.

El significado de la paz que firman hoy el presidente Santos y ‘Timochenko’, subvalorado por algunos en Colombia, es suficientemente comprendido en el mundo.

La prueba es la presencia hoy en Cartagena del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y de 15 jefes de Estado de América Latina encabezados por el presidente Raúl Castro, de Cuba, el país anfitrión de cuatro años y siete meses de diálogos para terminar la guerra con las Farc. (Además: Los detalles de la ceremonia de la firma de la paz en Cartagena)

El viernes en San Vicente del Caguán las Farc cerraron su último encuentro como grupo alzado en armas. La Décima Conferencia avaló plenamente los acuerdos de Cuba y la decisión de entregar las armas, desmovilizarse y someterse a la Justicia Especial para la Paz. La guerrilla liderada por ‘Timochenko’ llegó a la paz tras las muertes de sus otros dos máximos jefes: ‘Manuel Marulanda’, por causas naturales, y ‘Alfonso Cano’, quien cayó en una operación de las Fuerzas Armadas.

Desarme, desmovilización y sometimiento a la justicia, además de ruptura total con el narcotráfico, fueron términos que ni siquiera llegaron a discutirse oficialmente en los tres intentos anteriores de paz con la guerrilla.

El primero fue en el gobierno de Belisario Betancur, entre el 83 y 87; luego en el gobierno de César Gaviria, en un acercamiento que se realizó en Caracas (Venezuela) y Tlaxcala (México), y el último fue en el gobierno de Andrés Pastrana, en la zona de distención en el Caguán, entre 1999 y el 2002.

El profesor de la Universidad del Rosario Andrés Molano asegura que el Acuerdo podría marcar un hito frente a la Corte Penal Internacional, que a lo largo del proceso ha mantenido prudente distancia.

“Es el primero que se logra en la vigencia del Estatuto de Roma y por eso es innovador en muchos aspectos, que incluso pueden convertirlo en un modelo para el mundo”, dice Molano.

También, en muchos sentidos, el acto en la explanada de Banderas del Centro de Convenciones de esta ciudad del Caribe colombiano será una celebración latinoamericana.

El conflicto de Colombia ha sido visto como un factor de perturbación también para los países vecinos, y por eso acabar el enfrentamiento con la guerrilla más poderosa ha producido un genuino entusiasmo regional.

Ha sido un largo camino para llegar hasta este día. No solo por los 1.641 días que se prolongaron los diálogos entre las Farc y el Gobierno desde su fase exploratoria, sino por las circunstancias históricas que se debieron conjugar para que la negociación fuera posible y exitosa.

Empezando, desde luego, por el convencimiento de Santos y ‘Timochenko’ de que era hora de parar la guerra, porque ni la guerrilla estaba en condiciones de tomar el poder por la vía de las armas ni el Estado podía aniquilarla completamente en el terreno militar.

Es ineludible estar en Cartagena en la víspera de la firma de la paz con las Farc y no recordar al nobel de literatura Gabriel García Márquez, cuyas cenizas están aquí. Él fue un persistente y discreto promotor de negociaciones con las guerrillas desde el primer intento que se hizo con las Farc, en 1983, bajo la presidencia de Belisario Betancur, que era su amigo.

Precisamente ese año, García Márquez escribió: “En medio de la confusión y el desencanto no faltan, no faltamos, quienes siguen creyendo, de un modo empecinado y tal vez ilusorio, que la paz es posible”.

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