El laborismo vuelve a elegir a su líder sumido en una profunda crisis
La grieta entre diputados y militantes plantea un difícil futuro al partido opositor, sea cual sea el desenlace de su segunda batalla por el liderazgo en 12 meses
Pablo Guimón
Londres, El País
El laborismo británico elige este sábado a su líder, por segunda vez en 12 meses, y pocos creen que el desenlace, sea cual sea, vaya a resolver la profunda crisis en que se encuentra inmerso. Todo indica que la atropellada rebelión del grupo parlamentario contra Jeremy Corbyn fracasará y el líder renovará su mandato para alejar definitivamente al laborismo del centro político que le ha dado sus últimos 13 años en el poder. La dramática grieta abierta entre los diputados y la militancia dificulta el ejercicio de una oposición necesaria ante los retos que acechan al país.
Los problemas del Partido Laborista no se limitan al liderazgo. Barrido de Escocia por los nacionalistas del SNP; amenazado en sus feudos obreros tradicionales por el discurso antiinmigración del UKIP; tentados sus votantes centristas y cosmopolitas por el proyecto europeísta sin matices de los liberal demócratas, el laborismo tiene hoy poco de la robusta máquina electoral que ha ocupado el poder durante cerca de la mitad de los 71 años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Los cambios en las circunscripciones electorales que pretende sacar adelante el Gobierno conservador pueden terminar de alejar al laborismo del poder durante años. Los tories llevan ventajas de dos dígitos en las encuestas y los analistas señalan que, en las elecciones de 2020, los laboristas podrían perder hasta 100 escaños de los 230 que hoy ocupan.
Todo ello brinda un horizonte libre de amenazas para los tories. Un escenario casi de partido único, a pesar de la endeble mayoría que arropa al Gobierno, en un momento en que Reino Unido se dispone a comenzar sus negociaciones para salir de la UE. La guerra interna de la oposición desplaza el escrutinio real del Gobierno hacia los radicales márgenes del Partido Conservador, en menoscabo de los intereses del 48% de los británicos que votó por permanecer. Una salida de la UE dilucidada entre las dos facciones del partido tory, la más extrema y la más moderada, inclinaría la balanza inevitablemente hacia un Brexit duro: abandonar el mercado único a cambio de no ceder en el control de la inmigración.
Resulta paradójico hablar de crisis en un partido que, desde la anterior batalla por el liderazgo en la que Corbyn se impuso con rotundidad hace un año, ha duplicado su militancia. Cuenta hoy con más de 550.000 afiliados, más que la suma de todos los otros partidos. Pero solo 40 de los 230 diputados laboristas apoyaron al veterano socialista en la moción de confianza presentada en protesta por su tibieza al defender la permanencia en el referéndum. Las dificultades de Corbyn siquiera para formar un equipo de oposición resultan evidentes: mientras el Gobierno cuenta con tres ministerios para la política exterior –el de Comercio Internacional y el del Brexit se suman el Foreign Office-, en la oposición es una sola diputada la que porta las carteras de Exteriores y Brexit.
“Esta desconexión entre los diputados y los militantes no tiene precedentes en la historia política británica”, explica Tony Travers, del departamento de Gobierno de la London School of Economics. “La crisis del laborismo obedece a la aparentemente irreconciliable división entre las cuatro capas que forman el partido: el líder y los militantes, a un lado; los diputados y los votantes, a otro”.
Gane quien gane el sábado, no cabe esperar un cambio de rumbo ideológico en el partido. El candidato rival, Owen Smith, ha basado su campaña en la convicción de que la militancia no apoyará políticas muy diferentes de las de Corbyn. A pesar de que la campaña de este ha presentado a Smith como un caballo de Troya de la derecha del partido, el poco experimentado diputado -que acabó liderando la insurgencia ante la incomparecencia de los pesos pesados- ha centrado sus ataques en la falta de diligencia de Corbyn como líder, y no en la ideología.
Un sondeo del 31 de agosto daba a Corbyn una ventaja de 24 puntos frente al aspirante. Pocos se fían ya de los sondeos en este país, pero hay otros indicadores del estado de ánimo: decenas de miles de militantes han abarrotado a los mítines de Corbyn durante el verano por todo el país, mientras a Smith le costaba llenar un auditorio grande.
El domingo arranca en Liverpool el congreso anual del partido y el ambiente se prevé lúgubre. De confirmarse la victoria de Corbyn, la euforia estará en otro escenario: en un insólito signo de división, los corbynistas celebrarán un evento paralelo, en la misma ciudad, impulsado por Momentum, la plataforma ciudadana que arropa a Corbyn, surgida en la anterior batalla por el liderazgo.
Concentrado en la lucha interna y en un profundo debate existencial, herido por una cruenta batalla por el liderazgo con graves acusaciones de abusos por ambas partes, el laborismo tendrá difícil centrarse en el propósito de cualquier partido político: ganar elecciones y, mientras eso no suceda, hacer oposición.
Pablo Guimón
Londres, El País
El laborismo británico elige este sábado a su líder, por segunda vez en 12 meses, y pocos creen que el desenlace, sea cual sea, vaya a resolver la profunda crisis en que se encuentra inmerso. Todo indica que la atropellada rebelión del grupo parlamentario contra Jeremy Corbyn fracasará y el líder renovará su mandato para alejar definitivamente al laborismo del centro político que le ha dado sus últimos 13 años en el poder. La dramática grieta abierta entre los diputados y la militancia dificulta el ejercicio de una oposición necesaria ante los retos que acechan al país.
Los problemas del Partido Laborista no se limitan al liderazgo. Barrido de Escocia por los nacionalistas del SNP; amenazado en sus feudos obreros tradicionales por el discurso antiinmigración del UKIP; tentados sus votantes centristas y cosmopolitas por el proyecto europeísta sin matices de los liberal demócratas, el laborismo tiene hoy poco de la robusta máquina electoral que ha ocupado el poder durante cerca de la mitad de los 71 años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Los cambios en las circunscripciones electorales que pretende sacar adelante el Gobierno conservador pueden terminar de alejar al laborismo del poder durante años. Los tories llevan ventajas de dos dígitos en las encuestas y los analistas señalan que, en las elecciones de 2020, los laboristas podrían perder hasta 100 escaños de los 230 que hoy ocupan.
Todo ello brinda un horizonte libre de amenazas para los tories. Un escenario casi de partido único, a pesar de la endeble mayoría que arropa al Gobierno, en un momento en que Reino Unido se dispone a comenzar sus negociaciones para salir de la UE. La guerra interna de la oposición desplaza el escrutinio real del Gobierno hacia los radicales márgenes del Partido Conservador, en menoscabo de los intereses del 48% de los británicos que votó por permanecer. Una salida de la UE dilucidada entre las dos facciones del partido tory, la más extrema y la más moderada, inclinaría la balanza inevitablemente hacia un Brexit duro: abandonar el mercado único a cambio de no ceder en el control de la inmigración.
Resulta paradójico hablar de crisis en un partido que, desde la anterior batalla por el liderazgo en la que Corbyn se impuso con rotundidad hace un año, ha duplicado su militancia. Cuenta hoy con más de 550.000 afiliados, más que la suma de todos los otros partidos. Pero solo 40 de los 230 diputados laboristas apoyaron al veterano socialista en la moción de confianza presentada en protesta por su tibieza al defender la permanencia en el referéndum. Las dificultades de Corbyn siquiera para formar un equipo de oposición resultan evidentes: mientras el Gobierno cuenta con tres ministerios para la política exterior –el de Comercio Internacional y el del Brexit se suman el Foreign Office-, en la oposición es una sola diputada la que porta las carteras de Exteriores y Brexit.
“Esta desconexión entre los diputados y los militantes no tiene precedentes en la historia política británica”, explica Tony Travers, del departamento de Gobierno de la London School of Economics. “La crisis del laborismo obedece a la aparentemente irreconciliable división entre las cuatro capas que forman el partido: el líder y los militantes, a un lado; los diputados y los votantes, a otro”.
Gane quien gane el sábado, no cabe esperar un cambio de rumbo ideológico en el partido. El candidato rival, Owen Smith, ha basado su campaña en la convicción de que la militancia no apoyará políticas muy diferentes de las de Corbyn. A pesar de que la campaña de este ha presentado a Smith como un caballo de Troya de la derecha del partido, el poco experimentado diputado -que acabó liderando la insurgencia ante la incomparecencia de los pesos pesados- ha centrado sus ataques en la falta de diligencia de Corbyn como líder, y no en la ideología.
Un sondeo del 31 de agosto daba a Corbyn una ventaja de 24 puntos frente al aspirante. Pocos se fían ya de los sondeos en este país, pero hay otros indicadores del estado de ánimo: decenas de miles de militantes han abarrotado a los mítines de Corbyn durante el verano por todo el país, mientras a Smith le costaba llenar un auditorio grande.
El domingo arranca en Liverpool el congreso anual del partido y el ambiente se prevé lúgubre. De confirmarse la victoria de Corbyn, la euforia estará en otro escenario: en un insólito signo de división, los corbynistas celebrarán un evento paralelo, en la misma ciudad, impulsado por Momentum, la plataforma ciudadana que arropa a Corbyn, surgida en la anterior batalla por el liderazgo.
Concentrado en la lucha interna y en un profundo debate existencial, herido por una cruenta batalla por el liderazgo con graves acusaciones de abusos por ambas partes, el laborismo tendrá difícil centrarse en el propósito de cualquier partido político: ganar elecciones y, mientras eso no suceda, hacer oposición.