Del pollo frito al terrorismo: una historia de Nueva Jersey
El padre de Rahami, detenido por las bombas de Nueva York, advirtió al FBI de la deriva del hijo
Amanda Mars
Elizabeth (Nueva Jersey), El País
Una docena de huellas dactilares llevaron a los investigadores hasta las manos de Ahmad Khan Rahami. Estaban en una olla a presión, un teléfono móvil y los restos de una bomba colocada en la calle 27 de Manhattan, en el barrio de Chelsea, un trozo especialmente vibrante, diverso y pijo de la metrópolis de Nueva York. Un rato antes de que depositaran ese artefacto allí, otro había estallado ya cuatro calles arriba, el sábado 17 de septiembre, a las 20.30. El pasado lunes, el restaurante de Mohamed Rahami, un local rudimentario, frecuentado por trabajadores a la hora del almuerzo en una zona tranquila de Elizabeth (Nueva Jersey), amaneció con la persiana bajada y no la volvió a abrir. A pocas millas de allí, detenían a su hijo Ahmad en un tiroteo.
“Ese chico ha arruinado el negocio del padre, que es un hombre tranquilo, amable, discreto. Ahora esto se ha llenado de prensa”, lamenta Óscar Ramos, empleado en una tienda de ultramarinos vecina del restaurante de los Rahami, que el viernes aún seguía acordonado por la policía y con un par de unidades móviles de televisión haciendo guardia.
Ahmad Khan Rahami, de 28 años, llegó de Afganistán siendo un niño y desde hace cinco era ciudadano estadounidense. El barrio de su familia, con la avenida Elmora como una gran arteria de pequeños comercios que lo cruza, está hecho de gente de fuera, sobre todo vecinos de origen latino, y especialmente colombianos. Es un pedazo de ese Nueva Jersey obrero al que cantó Bruce Springsteen.
Ahmad estudió en un instituto de la ciudad y tomó clases en una universidad del condado —precisamente de justicia criminal, según ha publicado la prensa local—, aunque no se graduó. Se le veía ocasionalmente en el restaurante familiar —First American Fried Chicken, en español Primer Pollo Frito Americano— y en otros trabajos, por lo que vivió tanto en Elizabeth como en Perth Amboy.
Versiones contrapuestas
De esos años se han dado estos días versiones contrapuestas: la de que era un chico agradable e incluso divertido, un poco bala perdida, enamorado de los coches; o la de que resultaba callado, casi huraño. La tercera es que Ahmad fue ambas cosas porque, supuestamente tras unos viajes a Afganistán y Pakistán, cambió. Lo que está negro sobre blanco es que en 2014, cuando fue arrestado por atacar presuntamente con un cuchillo a su hermano en una pelea, su padre advirtió al FBI sobre la deriva radical de su hijo, diciendo incluso que podía ser un terrorista.
Cuando lo detuvieron el lunes como principal sospechoso por las bombas halladas en Nueva York y Nueva Jersey, Ahmad llevaba un diario consigo. Algunas páginas resultan ilegibles porque resultaron dañadas por el tiroteo, y están manchadas de sangre o rotas por el impacto, pero el joven estadounidense elogiaba al difunto líder de Al Qaeda, el “hermano Osama Bin Laden”. “El FBI y el Departamento de Defensa Interior me están buscando”, dice entre fragmentos ininteligibles. “El sonido de las bombas se oirá en las calles”. “Ruego por el shahadat [martirio] y si Dios quiere esta llamada será respondida”, escribió también, según la documentación de los investigadores.
Esas últimas palabras abonarían la hipótesis de que Rahami prefería caer abatido a ser arrestado. Pero el hombre no murió en el tiroteo de su detención, se recupera de las heridas en un hospital de la ciudad de Newark. Después, le aguardan los cargos derivados de los disparos cuando le arrestaron y como presunto responsable de las cuatro bombas colocadas a lo largo del fin de semana pasado. Solo una, la de Chelsea, causó heridos, un total de 31. Las autoridades aún no han determinado si el sospechoso actuó solo o tuvo cómplices.
Para la comunidad musulmana de Elizabeth ha supuesto una conmoción. Hassem Abdellah, presidente de la mezquita Darul Islam, en Elizabeth, usa con fuerza la palabra “dolor”. “Llevamos muchos años en esta comunidad, nos conocen todos y conocemos a todos. No tememos, no tengo miedo a una reacción de islamofobia, ese chico se fue por el mal camino fuera de aquí, ninguno de nuestros imames enseña esas cosas”, explica.
Los líderes musulmanes de la zona convocaron el martes a la prensa para condenar con dureza el atentado. La esposa de Ahmad, una joven paquistaní llamada Asia que había salido del país, ha regresado a Estados Unidos y, según las autoridades, ha colaborado con la investigación.
Un conductor de la zona se acuerda del padre de Ahmad al pasar por el restaurante cerrado a cal y canto, como si estuviera de luto: “Siento lo de ese hombre, no todo el mundo iría a la policía por su hijo, ¿no cree? Debe ser un buen hombre, un buen ciudadano”.
Amanda Mars
Elizabeth (Nueva Jersey), El País
Una docena de huellas dactilares llevaron a los investigadores hasta las manos de Ahmad Khan Rahami. Estaban en una olla a presión, un teléfono móvil y los restos de una bomba colocada en la calle 27 de Manhattan, en el barrio de Chelsea, un trozo especialmente vibrante, diverso y pijo de la metrópolis de Nueva York. Un rato antes de que depositaran ese artefacto allí, otro había estallado ya cuatro calles arriba, el sábado 17 de septiembre, a las 20.30. El pasado lunes, el restaurante de Mohamed Rahami, un local rudimentario, frecuentado por trabajadores a la hora del almuerzo en una zona tranquila de Elizabeth (Nueva Jersey), amaneció con la persiana bajada y no la volvió a abrir. A pocas millas de allí, detenían a su hijo Ahmad en un tiroteo.
“Ese chico ha arruinado el negocio del padre, que es un hombre tranquilo, amable, discreto. Ahora esto se ha llenado de prensa”, lamenta Óscar Ramos, empleado en una tienda de ultramarinos vecina del restaurante de los Rahami, que el viernes aún seguía acordonado por la policía y con un par de unidades móviles de televisión haciendo guardia.
Ahmad Khan Rahami, de 28 años, llegó de Afganistán siendo un niño y desde hace cinco era ciudadano estadounidense. El barrio de su familia, con la avenida Elmora como una gran arteria de pequeños comercios que lo cruza, está hecho de gente de fuera, sobre todo vecinos de origen latino, y especialmente colombianos. Es un pedazo de ese Nueva Jersey obrero al que cantó Bruce Springsteen.
Ahmad estudió en un instituto de la ciudad y tomó clases en una universidad del condado —precisamente de justicia criminal, según ha publicado la prensa local—, aunque no se graduó. Se le veía ocasionalmente en el restaurante familiar —First American Fried Chicken, en español Primer Pollo Frito Americano— y en otros trabajos, por lo que vivió tanto en Elizabeth como en Perth Amboy.
Versiones contrapuestas
De esos años se han dado estos días versiones contrapuestas: la de que era un chico agradable e incluso divertido, un poco bala perdida, enamorado de los coches; o la de que resultaba callado, casi huraño. La tercera es que Ahmad fue ambas cosas porque, supuestamente tras unos viajes a Afganistán y Pakistán, cambió. Lo que está negro sobre blanco es que en 2014, cuando fue arrestado por atacar presuntamente con un cuchillo a su hermano en una pelea, su padre advirtió al FBI sobre la deriva radical de su hijo, diciendo incluso que podía ser un terrorista.
Cuando lo detuvieron el lunes como principal sospechoso por las bombas halladas en Nueva York y Nueva Jersey, Ahmad llevaba un diario consigo. Algunas páginas resultan ilegibles porque resultaron dañadas por el tiroteo, y están manchadas de sangre o rotas por el impacto, pero el joven estadounidense elogiaba al difunto líder de Al Qaeda, el “hermano Osama Bin Laden”. “El FBI y el Departamento de Defensa Interior me están buscando”, dice entre fragmentos ininteligibles. “El sonido de las bombas se oirá en las calles”. “Ruego por el shahadat [martirio] y si Dios quiere esta llamada será respondida”, escribió también, según la documentación de los investigadores.
Esas últimas palabras abonarían la hipótesis de que Rahami prefería caer abatido a ser arrestado. Pero el hombre no murió en el tiroteo de su detención, se recupera de las heridas en un hospital de la ciudad de Newark. Después, le aguardan los cargos derivados de los disparos cuando le arrestaron y como presunto responsable de las cuatro bombas colocadas a lo largo del fin de semana pasado. Solo una, la de Chelsea, causó heridos, un total de 31. Las autoridades aún no han determinado si el sospechoso actuó solo o tuvo cómplices.
Para la comunidad musulmana de Elizabeth ha supuesto una conmoción. Hassem Abdellah, presidente de la mezquita Darul Islam, en Elizabeth, usa con fuerza la palabra “dolor”. “Llevamos muchos años en esta comunidad, nos conocen todos y conocemos a todos. No tememos, no tengo miedo a una reacción de islamofobia, ese chico se fue por el mal camino fuera de aquí, ninguno de nuestros imames enseña esas cosas”, explica.
Los líderes musulmanes de la zona convocaron el martes a la prensa para condenar con dureza el atentado. La esposa de Ahmad, una joven paquistaní llamada Asia que había salido del país, ha regresado a Estados Unidos y, según las autoridades, ha colaborado con la investigación.
Un conductor de la zona se acuerda del padre de Ahmad al pasar por el restaurante cerrado a cal y canto, como si estuviera de luto: “Siento lo de ese hombre, no todo el mundo iría a la policía por su hijo, ¿no cree? Debe ser un buen hombre, un buen ciudadano”.