Unos juegos a la brasileña
Manuel Pérez Bella
Río de Janeiro, EFE
El capítulo operativo de los Juegos Olímpicos ha sido uno de los que más ha dejado que desear en Río 2016, pero los problemas han sido sorteados, en algunos casos, con soluciones improvisadas pero efectivas, al más puro estilo brasileño.
El transporte, la comida o la venta de entradas son algunos de los aspectos que más quejas han despertado, aunque también ha habido fallas operativas en las instalaciones, como el caso de la misteriosa piscina verde.
A mitad de competiciones de natación, una piscina del centro acuático María Lenk adquirió un tono verdoso y turbio que preocupó a los deportistas, sobre todo por las respuestas en nada convincentes de la organización, que atribuyó el problema a un exceso de atletas en el agua.
Al final se descubrió que el cambio de color se debió a un vertido erróneo de 80 litros de agua oxigenada y que obligó a cambiar el agua de la piscina por las noches, para no causar problemas a la competición.
Los problemas de transporte y de alimentación, aunque no afectaron al desarrollo general de los Juegos, sí causaron malestar entre el público.
Al hacer su balance final, el presidente del COI, Thomas Bach, minimizó estos incidentes y destacó que los Juegos "no fueron organizados dentro de una burbuja, sino en una ciudad donde hay brechas sociales y la vida común siguió su curso".
Esa afirmación, sin embargo, no es del todo cierta ya que las nuevas líneas de metro y bus exprés construidas para los Juegos estuvieron vetadas al resto de la población y porque el Ayuntamiento decretó varios festivos en los días que se anticipaban más críticos para evitar mayores trastornos a la ciudad.
Y a pesar de que el transporte funcionó a grandes rasgos de forma satisfactoria, los espectadores tuvieron que armarse de paciencia para enfrentar largos viajes a las instalaciones deportivas, muy distantes entre sí.
En el caso del parque olímpico de Deodoro, después de dos horas de tren y metro, el público tenía que caminar 2,5 kilómetros y subir unas empinadas escaleras para llegar a los estadios, una tarea que casi exige tener un físico de atleta, en especial en días calurosos.
Algunos deportistas, como el caso de los de voley playa, también se quejaron de tener que pasar una hora en autobús diariamente para llegar a sus respectivos campos de entrenamiento porque no disponían ninguno cerca de la Villa Olímpica.
Hubo también chóferes de los autobuses de la organización, tanto los dedicados a atletas como a periodistas, que no conocían las rutas, daban rodeos innecesarios e incluso se perdían a veces.
Las semifinales de 50 metros libres femeninos empezaron tarde porque el autobús que llevaba a las nadadoras se equivocó y se fue al estadio de atletismo, a 20 kilómetros del centro acuático.
También se perdió la ambulancia que llevó al hospital a la estrella de rugby de Nueva Zelanda Sonny Bill Williams, que por suerte no padecía ninguna lesión que requiriese un tratamiento urgente, porque le costó hora y media llegar a su destino.
Sin embargo, la principal queja entre el público no fue el transporte, sino los altos precios en el Parque Olímpico, según una encuesta realizada por el Ministerio de Turismo.
Un botellín de agua, por ejemplo, costaba ocho reales (2,5 dólares), cuatro veces su precio habitual en cualquier bar de Río.
Del mismo modo, hubo frecuentes reclamaciones por la escasez y poca variedad de la alimentación en los estadios, que consistía principalmente en comida rápida con alto contenido de grasa: hamburguesas, perritos calientes y fritos brasileños.
En los primeros días de competición, que pillaron desprevenida a la organización, se registraron filas kilométricas para comprar comida, en algunas instalaciones se acabaron todos los comestibles y un día se suspendió la cerveza en el Parque Olímpico por la falta de vasos.
Las filas han sido una constante para acceder a los estadios, aunque la organización hizo esfuerzos para reforzar los puntos de chequeo y seguridad y acelerar el acceso a los estadios.
En los primeros días, en especial, estos atrasos sobredimensionaron los espacios vacíos en las gradas, ya de por sí grandes por motivos no del todo aclarados por la organización, que asegura haber vendido cerca del 80 % de las entradas.
Río de Janeiro, EFE
El capítulo operativo de los Juegos Olímpicos ha sido uno de los que más ha dejado que desear en Río 2016, pero los problemas han sido sorteados, en algunos casos, con soluciones improvisadas pero efectivas, al más puro estilo brasileño.
El transporte, la comida o la venta de entradas son algunos de los aspectos que más quejas han despertado, aunque también ha habido fallas operativas en las instalaciones, como el caso de la misteriosa piscina verde.
A mitad de competiciones de natación, una piscina del centro acuático María Lenk adquirió un tono verdoso y turbio que preocupó a los deportistas, sobre todo por las respuestas en nada convincentes de la organización, que atribuyó el problema a un exceso de atletas en el agua.
Al final se descubrió que el cambio de color se debió a un vertido erróneo de 80 litros de agua oxigenada y que obligó a cambiar el agua de la piscina por las noches, para no causar problemas a la competición.
Los problemas de transporte y de alimentación, aunque no afectaron al desarrollo general de los Juegos, sí causaron malestar entre el público.
Al hacer su balance final, el presidente del COI, Thomas Bach, minimizó estos incidentes y destacó que los Juegos "no fueron organizados dentro de una burbuja, sino en una ciudad donde hay brechas sociales y la vida común siguió su curso".
Esa afirmación, sin embargo, no es del todo cierta ya que las nuevas líneas de metro y bus exprés construidas para los Juegos estuvieron vetadas al resto de la población y porque el Ayuntamiento decretó varios festivos en los días que se anticipaban más críticos para evitar mayores trastornos a la ciudad.
Y a pesar de que el transporte funcionó a grandes rasgos de forma satisfactoria, los espectadores tuvieron que armarse de paciencia para enfrentar largos viajes a las instalaciones deportivas, muy distantes entre sí.
En el caso del parque olímpico de Deodoro, después de dos horas de tren y metro, el público tenía que caminar 2,5 kilómetros y subir unas empinadas escaleras para llegar a los estadios, una tarea que casi exige tener un físico de atleta, en especial en días calurosos.
Algunos deportistas, como el caso de los de voley playa, también se quejaron de tener que pasar una hora en autobús diariamente para llegar a sus respectivos campos de entrenamiento porque no disponían ninguno cerca de la Villa Olímpica.
Hubo también chóferes de los autobuses de la organización, tanto los dedicados a atletas como a periodistas, que no conocían las rutas, daban rodeos innecesarios e incluso se perdían a veces.
Las semifinales de 50 metros libres femeninos empezaron tarde porque el autobús que llevaba a las nadadoras se equivocó y se fue al estadio de atletismo, a 20 kilómetros del centro acuático.
También se perdió la ambulancia que llevó al hospital a la estrella de rugby de Nueva Zelanda Sonny Bill Williams, que por suerte no padecía ninguna lesión que requiriese un tratamiento urgente, porque le costó hora y media llegar a su destino.
Sin embargo, la principal queja entre el público no fue el transporte, sino los altos precios en el Parque Olímpico, según una encuesta realizada por el Ministerio de Turismo.
Un botellín de agua, por ejemplo, costaba ocho reales (2,5 dólares), cuatro veces su precio habitual en cualquier bar de Río.
Del mismo modo, hubo frecuentes reclamaciones por la escasez y poca variedad de la alimentación en los estadios, que consistía principalmente en comida rápida con alto contenido de grasa: hamburguesas, perritos calientes y fritos brasileños.
En los primeros días de competición, que pillaron desprevenida a la organización, se registraron filas kilométricas para comprar comida, en algunas instalaciones se acabaron todos los comestibles y un día se suspendió la cerveza en el Parque Olímpico por la falta de vasos.
Las filas han sido una constante para acceder a los estadios, aunque la organización hizo esfuerzos para reforzar los puntos de chequeo y seguridad y acelerar el acceso a los estadios.
En los primeros días, en especial, estos atrasos sobredimensionaron los espacios vacíos en las gradas, ya de por sí grandes por motivos no del todo aclarados por la organización, que asegura haber vendido cerca del 80 % de las entradas.