Un Tevez de oficina

Versión burocrática de sí mismo, este Carlitos ya preocupa. Y declara como si hubiera jugado bien...

Pablo Ramon
pramon@ole.com.ar
Este Carlos Tevez de carne y hueso, sin capa ni superpoderes, a leguas del gol y de las jugadas importantes, está empezando a ser un tema en Boca. Y un tema de preocupación.


Este Carlos Tevez es una versión burocrática de sí mismo, que aparece en cuentagotas, asumiendo un rol de oficinista de ministerio: de 8 a 16, el culo en la silla y a llenar papeles. La jerarquía disfraza su andar vacilante: un pase acá, un cambio de frente allá, pero este Carlitos perdió frescura, desfachatez y alegría. A Tevez se lo ve enojado y triste. Y poco comprometido también: “Uno no se quiere salvar ni nada, pero si los pases que puse terminaban en gol, los puntajes (hacia su actuación) serían otros”. Una explicación más propia del egoísmo de Cristiano Ronaldo que de un líder generoso.

Es una mirada difícil de sostener la del Apache: es crítico en el funcionamiento colectivo y se incluye (mientras parece excluir del asunto al cuerpo técnico, un buen gesto ahí), pero saca los pies del plato a la hora del análisis individual. Lo grave aquí, al margen del aspecto moral que implica mandar al frente a un par de compañeros, es que él piense que jugó bien...

Carlitos se mueve en el lugar que él quiere, con libertades y comodidades que él reclamó el semestre pasado. Su respuesta, en cambio, es pobre: en el armado aletarga la salida del equipo (de hecho, durmió un par de contragolpes) y queda lejos del arco. Al final no hace ni una cosa ni la otra: Pablo Pérez fue más enganche que él y Darío Benedetto, aún jugando mal, estuvo más cerca de convertir. Si hasta los tiros libres le sacó...

¿Dónde está el Tevez protagonista? ¿En qué momento ruin pasó a ser un jugador común, de rol, que mira de lejos los pases de Pérez y los piques de Pavón, y que pasa ridículamente inadvertido? Cuando llegó a Boca hace poco más de un año dejaba la piel en cada partido, y eso que venía de una temporada y media sin descanso. El que volvió de las vacaciones, sin embargo, llegó vacío, como saturado. Fue el mismo que no fue a patear el penal el día que Boca se iba de la Libertadores, el mismo que se fue a jugar al golf en medio del naufragio.

La gente mastica en una espera sinfín, una promesa repetida como la vuelta de Perón. Pero llega el domingo y Carlitos no la rompe. Ya es hora que vuelva a ser él.

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