Trump no pide perdón a Peña Nieto por sus insultos a México
El presidente mexicano y el candidato republicano ensayan un "diálogo constructivo" y soslayan los asuntos más agrios
Jan Martínez Ahrens
Marc Bassets
México, El País
Donald Trump pisó la tierra que más ha ofendido. En una visita relámpago a México, el vociferante candidato republicano, que durante meses ha humillado a los mexicanos, se entrevistó con el presidente Enrique Peña Nieto y volvió a demostrar su capacidad para apropiarse del escenario. Tras una hora de conversación, no pidió perdón por sus insultos, dejó de lado los asuntos más espinosos y, jugando al hombre de Estado, se ofreció a inaugurar un “diálogo constructivo” con el país que ha pisoteado. El golpe de efecto del magnate, inmerso en el último tramo de su campaña electoral, tendrá una difícil digestión en México, donde, sin disculpas públicas, muchos consideraban un fracaso la reunión.
No perdió la oportunidad. Trump, aprovechando la sorprendente invitación girada por el presidente de México, volvió a tomar las riendas. Por un momento, la demócrata Hillary Clinton dejó de existir y él pudo enfocar todas sus energías en recuperar un terreno donde las encuestas marcan un inexorable deterioro. Consciente de ello, ha protagonizado en las últimas semanas un lento giro y ha intentado congraciarse con aquellos a los que insultó. O, como mínimo, apelar a los votantes tradicionales republicanos espantados por su retórica incendiaria. Bajo esta idea, horas antes de su esperado discurso sobre la inmigración en Phoenix (Arizona), se plantó en tierra hostil y se vio cara a cara con el representante de un pueblo sobre el que ha lanzado sus peores diatribas.
“Tengo gran afecto por México, compartimos intereses comunes, pero quiero que la gente de Estados Unidos esté protegida”, afirmó. En sus palabras, se advirtió el esfuerzo por dulcificar su imagen y eliminar las aristas. “Un México próspero es el mayor interés para Estados Unidos”, señaló. Pero en ningún momento se retractó por haber llamado violadores y asesinos a los inmigrantes, ni por querer obligar a su vecino del sur a pagar un gigantesco muro. “Hablamos del muro, pero no de quien va a pagarlo”, llegó a decir, [en una alusión que Peña Nieto contestó más tarde por Twitter: "Al inicio de la conversación con Donald Trump dejé claro que México no pagará por el muro"]. Es más, en el espinoso asunto fronterizo, reclamó el derecho “de cualquier nación” a construir un muro físico y simplemente ofreció aumentar la colaboración en inteligencia. Más dúctil se mostró al tratar otros demonios, como el denostado tratado de libre comercio o la defensa de la industria manufacturera. En estos puntos, como si ya fuera presidente, se abrió a una colaboración “hemisférica” y ofreció una mirada de futuro.
La intervención de Peña Nieto intentó rodar por esta última carretera. No le hizo recriminaciones directas, ni le exigió disculpas públicas. Buscó la conciliación y donde hubo discrepancias pasadas planteó cooperación. “Podemos o no estar de acuerdo, pero su presencia muestra una coincidencia: que nuestros países son muy importantes el uno para el otro”, afirmó. En esta línea, el énfasis lo puso en la consecución de un clima de respeto para México. “La comunidad mexicana contribuye a la prosperidad de Estados Unidos; son personas de bien, que respetan la familia y la ley. Merecen el respeto de todos”, subrayó el presidente.
Quizá fue un avance, pero resultó parco frente a la magnitud del terremoto causado en México por el republicano. En una iniciativa que muchos han considerado suicida, el presidente mexicano invitó el viernes pasado a Hillary Clinton y al magnate. El objetivo era demostrar que su Administración es neutral ante las elecciones y que gane quien gane tendrá su apoyo. Una posición tras la que anida el vértigo que siente la Administración mexicana a que un enfrentamiento con Trump pueda propiciar un incendio de consecuencias incalculables.
Para la diplomacia de Peña Nieto, el republicano representa un reto histórico. Una bomba política. Sus propuestas de construir un muro, recortar las remesas o proceder a expulsiones masivas no sólo le han convertido en uno de los personajes más impopulares en México, sino que han mostrado un abismo aún mayor: el riesgo de ruptura entre dos países que comparten 3.185 kilómetros de frontera. Desde esta perspectiva, la reunión, según fuentes diplomáticas, buscaba evitar ese peligro y rebajar la tensión.
Pero la cita con Trump, a la postre un encuentro privado hábilmente magnificado por el republicano, desbordó esta lógica y se convirtió en un arma de doble filo. Dar la mano a Trump fue entendido por la oposición en pleno como una claudicación. Un saludo destinado a hundir a un presidente que, con la economía estancada y la violencia rampante, atraviesa mínimos históricos de popularidad.
Consciente de este fractura, Peña Nieto reconoció que se habían registrado desencuentros en el pasado, pero en vez de insistir en ellos y lanzarse por la línea dura, prefirió izar la bandera del interés público. “Creo en el diálogo para promover los intereses de México. Mi prioridad es proteger a los mexicanos donde quiera que se encuentren”, se justificó.
En un entorno de tanta presión, el resultado de la reunión se verá con claridad en los próximos días, cuando se decanten sus conclusiones y la opinión pública mexicana haga su digestión. Pero sin una disculpa clara de Trump, el presidente mexicano difícilmente habrá logrado su objetivo. A fin de cuentas, para millones de ciudadanos el cara a cara no era con el candidato sino con ellos, con un pueblo luchador al que ha humillado la xenofobia y prepotencia del estadounidense.
El republicano, en cambio, jugó al hombre de Estado y, pese a que muy pocos de sus compatriotas le imaginan tratando con otros líderes internacionales y ganándose su respeto, ofreció una imagen de moderación y concordia. Los elementos que necesita para acercarse a su objetivo: la Casa Blanca.
Clinton critica que Trump busque una “foto” en México
JOAN FAUS (WASHINGTON)
Sin citarlo directamente, la candidata demócrata a las elecciones presidenciales, Hillary Clinton, criticó este miércoles el viaje a México del republicano Donald Trump. “Juntar a los países era mi trabajo cada día como secretaria de Estado. Es más que una oportunidad de foto. Requiere consistencia y fiabilidad”, dijo Clinton en un discurso ante veteranos de guerra, antes de la llegada del republicano a México, en que arremetió contra la política aislacionista de Trump y su actitud imprevisible.
“Ciertamente lleva más (tiempo) que tratar de maquillar un año de insultos e insinuaciones dejándose caer unas horas en uno de nuestros vecinos, y luego volar de vuelta a casa. Así no es cómo funciona”, agregó Clinton en referencia a las embestidas del magnate contra México en el último año.
Jan Martínez Ahrens
Marc Bassets
México, El País
Donald Trump pisó la tierra que más ha ofendido. En una visita relámpago a México, el vociferante candidato republicano, que durante meses ha humillado a los mexicanos, se entrevistó con el presidente Enrique Peña Nieto y volvió a demostrar su capacidad para apropiarse del escenario. Tras una hora de conversación, no pidió perdón por sus insultos, dejó de lado los asuntos más espinosos y, jugando al hombre de Estado, se ofreció a inaugurar un “diálogo constructivo” con el país que ha pisoteado. El golpe de efecto del magnate, inmerso en el último tramo de su campaña electoral, tendrá una difícil digestión en México, donde, sin disculpas públicas, muchos consideraban un fracaso la reunión.
No perdió la oportunidad. Trump, aprovechando la sorprendente invitación girada por el presidente de México, volvió a tomar las riendas. Por un momento, la demócrata Hillary Clinton dejó de existir y él pudo enfocar todas sus energías en recuperar un terreno donde las encuestas marcan un inexorable deterioro. Consciente de ello, ha protagonizado en las últimas semanas un lento giro y ha intentado congraciarse con aquellos a los que insultó. O, como mínimo, apelar a los votantes tradicionales republicanos espantados por su retórica incendiaria. Bajo esta idea, horas antes de su esperado discurso sobre la inmigración en Phoenix (Arizona), se plantó en tierra hostil y se vio cara a cara con el representante de un pueblo sobre el que ha lanzado sus peores diatribas.
“Tengo gran afecto por México, compartimos intereses comunes, pero quiero que la gente de Estados Unidos esté protegida”, afirmó. En sus palabras, se advirtió el esfuerzo por dulcificar su imagen y eliminar las aristas. “Un México próspero es el mayor interés para Estados Unidos”, señaló. Pero en ningún momento se retractó por haber llamado violadores y asesinos a los inmigrantes, ni por querer obligar a su vecino del sur a pagar un gigantesco muro. “Hablamos del muro, pero no de quien va a pagarlo”, llegó a decir, [en una alusión que Peña Nieto contestó más tarde por Twitter: "Al inicio de la conversación con Donald Trump dejé claro que México no pagará por el muro"]. Es más, en el espinoso asunto fronterizo, reclamó el derecho “de cualquier nación” a construir un muro físico y simplemente ofreció aumentar la colaboración en inteligencia. Más dúctil se mostró al tratar otros demonios, como el denostado tratado de libre comercio o la defensa de la industria manufacturera. En estos puntos, como si ya fuera presidente, se abrió a una colaboración “hemisférica” y ofreció una mirada de futuro.
La intervención de Peña Nieto intentó rodar por esta última carretera. No le hizo recriminaciones directas, ni le exigió disculpas públicas. Buscó la conciliación y donde hubo discrepancias pasadas planteó cooperación. “Podemos o no estar de acuerdo, pero su presencia muestra una coincidencia: que nuestros países son muy importantes el uno para el otro”, afirmó. En esta línea, el énfasis lo puso en la consecución de un clima de respeto para México. “La comunidad mexicana contribuye a la prosperidad de Estados Unidos; son personas de bien, que respetan la familia y la ley. Merecen el respeto de todos”, subrayó el presidente.
Quizá fue un avance, pero resultó parco frente a la magnitud del terremoto causado en México por el republicano. En una iniciativa que muchos han considerado suicida, el presidente mexicano invitó el viernes pasado a Hillary Clinton y al magnate. El objetivo era demostrar que su Administración es neutral ante las elecciones y que gane quien gane tendrá su apoyo. Una posición tras la que anida el vértigo que siente la Administración mexicana a que un enfrentamiento con Trump pueda propiciar un incendio de consecuencias incalculables.
Para la diplomacia de Peña Nieto, el republicano representa un reto histórico. Una bomba política. Sus propuestas de construir un muro, recortar las remesas o proceder a expulsiones masivas no sólo le han convertido en uno de los personajes más impopulares en México, sino que han mostrado un abismo aún mayor: el riesgo de ruptura entre dos países que comparten 3.185 kilómetros de frontera. Desde esta perspectiva, la reunión, según fuentes diplomáticas, buscaba evitar ese peligro y rebajar la tensión.
Pero la cita con Trump, a la postre un encuentro privado hábilmente magnificado por el republicano, desbordó esta lógica y se convirtió en un arma de doble filo. Dar la mano a Trump fue entendido por la oposición en pleno como una claudicación. Un saludo destinado a hundir a un presidente que, con la economía estancada y la violencia rampante, atraviesa mínimos históricos de popularidad.
Consciente de este fractura, Peña Nieto reconoció que se habían registrado desencuentros en el pasado, pero en vez de insistir en ellos y lanzarse por la línea dura, prefirió izar la bandera del interés público. “Creo en el diálogo para promover los intereses de México. Mi prioridad es proteger a los mexicanos donde quiera que se encuentren”, se justificó.
En un entorno de tanta presión, el resultado de la reunión se verá con claridad en los próximos días, cuando se decanten sus conclusiones y la opinión pública mexicana haga su digestión. Pero sin una disculpa clara de Trump, el presidente mexicano difícilmente habrá logrado su objetivo. A fin de cuentas, para millones de ciudadanos el cara a cara no era con el candidato sino con ellos, con un pueblo luchador al que ha humillado la xenofobia y prepotencia del estadounidense.
El republicano, en cambio, jugó al hombre de Estado y, pese a que muy pocos de sus compatriotas le imaginan tratando con otros líderes internacionales y ganándose su respeto, ofreció una imagen de moderación y concordia. Los elementos que necesita para acercarse a su objetivo: la Casa Blanca.
Clinton critica que Trump busque una “foto” en México
JOAN FAUS (WASHINGTON)
Sin citarlo directamente, la candidata demócrata a las elecciones presidenciales, Hillary Clinton, criticó este miércoles el viaje a México del republicano Donald Trump. “Juntar a los países era mi trabajo cada día como secretaria de Estado. Es más que una oportunidad de foto. Requiere consistencia y fiabilidad”, dijo Clinton en un discurso ante veteranos de guerra, antes de la llegada del republicano a México, en que arremetió contra la política aislacionista de Trump y su actitud imprevisible.
“Ciertamente lleva más (tiempo) que tratar de maquillar un año de insultos e insinuaciones dejándose caer unas horas en uno de nuestros vecinos, y luego volar de vuelta a casa. Así no es cómo funciona”, agregó Clinton en referencia a las embestidas del magnate contra México en el último año.