Río es un festivo caos
Purito se despide del ciclismo con un quinto puesto olímpico en un primer día de competición marcado por largas colas de espectadores y problemas de transporte
Carlos Arribas
Río de Janeiro, El País
Hace unos meses, un presidente de federación española, fatalista por tanto, contaba que no había que preocuparse por nada, que los problemas que se hablaba que tendría Río, la seguridad, el transporte, el caos global y el mosquito, se resolverían en un plis-plas. “Sacarán el Ejército a la calle y todo funcionará”. El optimista dirigente tenía razón, aunque solo a medias. El Ejército está en la calle; el caos en la olímpica, festiva y veraniega Río en el invierno brasileño, crece día tras día.
No es mala noticia que el Ejército fracase más allá de lograr que marchen controladas las colas de cientos de metros de ciudadanos silenciosos para acceder al Parque Olímpico a través de sus embudos de seguridad. La organización y el buen funcionamiento del asunto son otro cantar. El precio que se paga por su intervención es alto. Las fotos de camiones y carros blindados vigilando a los ciudadanos sedientos de deporte en chancletas y camiseta no ayudan mucho a transmitir los mensajes e ideales olímpicos que tanto dinero cuestan. Tan poco como los atascos permanentes que desesperan a los deportistas, que llegan tarde a sus citas.
La carrera de ciclismo terminó en Copacabana, la playa símbolo de la idea del Río feliz, y los bañistas abandonaban la arena cuando oían las sirenas de los motoristas militares que abrían paso al pelotón desde Ipanema y dejaban los chiringuitos para saludar desde las vallas. Tumbado sobre su bici verde fosforito, Imanol Erviti llevaba al pelotón a rueda y con la mirada puesta en la Vista Chinesa, el mirador que les quitaría el hipo más tarde, y donde su Valverde y Purito, el símbolo de la España de escaladores que disfrutan de las etapas de montaña, y bajan prudentes, calculan qué hacer. Les gana un belga, Van Avermaet, y Purito termina quinto y disfruta de una herida cerrada, pues Valverde le ayudó. Pero hasta entonces, todos disfrutaban del olor a mar y a alegría, y hasta ni se enteraban de que el viento soplaba de cara.
El arquero Kim
Se pueden consolar los organizadores pensando que nadie es perfecto, como Jack Lemmon travestido. Pero también se equivocan, la perfección olímpica existe y tiene nombre de arquero coreano, Woojin Kim, capaz de clavar casi todas sus flechas en un circulito de 10 centímetros de diámetro lanzándolas desde 70 metros. La razón de su éxito debería inspirar a los que busquen soluciones para que la Río olímpica deje de ser una ratonera de frustraciones. Los arqueros coreanos la clavan en su sitio porque saben dominar la adrenalina que pugna por invadirlos. Lo consiguen pasando miedo primero. Se lanzan por puentes o al mar desde alturas temerosas y hasta disparan sus arcos hacia los blancos en los intermedios de partidos de béisbol. Una vez entrenado, el miedo desaparece y la perfección aflora.
Quizás deberían entrenar sus miedos los hombres que llevan el quilombo olímpico y razonar con serenidad. Seguro que la primera medallista de Río, la tiradora de carabina norteamericana Virginia Thrasher, algo así practica.
Si no lo hacen ellos, que lo hagan al menos los responsables de la Federación Española de Atletismo, que deben enfrentarse al caso Mechaal, un asunto en el que se cruzan el dopaje y el miedo a actuar con contundencia. La federación ha amparado el derecho de recurso y réplica del deportista, aun lamentando que afecte al buen ambiente del atletismo español con los éxitos recientes. Ni la federación internacional, que, escamada tras meses de ensalada rusa, ha desechado la fe en las personas para abrazar la frialdad de los datos, ni la Agencia Española Antidopaje, ni siquiera el ministro Méndez de Vigo, que intervino, lo ven igual.
El Ejército brasileño, el miedo lo debe de tener entrenado de antiguo y sería buen maestro. Sus respuestas ante las amenazas son de una eficiencia desoladora: ven cerca de la meta de las bicis una mochila sin dueño y sin dudarlo le colocan un cebo y la hacen explotar. Por si acaso. Las preguntas, después.
Carlos Arribas
Río de Janeiro, El País
Hace unos meses, un presidente de federación española, fatalista por tanto, contaba que no había que preocuparse por nada, que los problemas que se hablaba que tendría Río, la seguridad, el transporte, el caos global y el mosquito, se resolverían en un plis-plas. “Sacarán el Ejército a la calle y todo funcionará”. El optimista dirigente tenía razón, aunque solo a medias. El Ejército está en la calle; el caos en la olímpica, festiva y veraniega Río en el invierno brasileño, crece día tras día.
No es mala noticia que el Ejército fracase más allá de lograr que marchen controladas las colas de cientos de metros de ciudadanos silenciosos para acceder al Parque Olímpico a través de sus embudos de seguridad. La organización y el buen funcionamiento del asunto son otro cantar. El precio que se paga por su intervención es alto. Las fotos de camiones y carros blindados vigilando a los ciudadanos sedientos de deporte en chancletas y camiseta no ayudan mucho a transmitir los mensajes e ideales olímpicos que tanto dinero cuestan. Tan poco como los atascos permanentes que desesperan a los deportistas, que llegan tarde a sus citas.
La carrera de ciclismo terminó en Copacabana, la playa símbolo de la idea del Río feliz, y los bañistas abandonaban la arena cuando oían las sirenas de los motoristas militares que abrían paso al pelotón desde Ipanema y dejaban los chiringuitos para saludar desde las vallas. Tumbado sobre su bici verde fosforito, Imanol Erviti llevaba al pelotón a rueda y con la mirada puesta en la Vista Chinesa, el mirador que les quitaría el hipo más tarde, y donde su Valverde y Purito, el símbolo de la España de escaladores que disfrutan de las etapas de montaña, y bajan prudentes, calculan qué hacer. Les gana un belga, Van Avermaet, y Purito termina quinto y disfruta de una herida cerrada, pues Valverde le ayudó. Pero hasta entonces, todos disfrutaban del olor a mar y a alegría, y hasta ni se enteraban de que el viento soplaba de cara.
El arquero Kim
Se pueden consolar los organizadores pensando que nadie es perfecto, como Jack Lemmon travestido. Pero también se equivocan, la perfección olímpica existe y tiene nombre de arquero coreano, Woojin Kim, capaz de clavar casi todas sus flechas en un circulito de 10 centímetros de diámetro lanzándolas desde 70 metros. La razón de su éxito debería inspirar a los que busquen soluciones para que la Río olímpica deje de ser una ratonera de frustraciones. Los arqueros coreanos la clavan en su sitio porque saben dominar la adrenalina que pugna por invadirlos. Lo consiguen pasando miedo primero. Se lanzan por puentes o al mar desde alturas temerosas y hasta disparan sus arcos hacia los blancos en los intermedios de partidos de béisbol. Una vez entrenado, el miedo desaparece y la perfección aflora.
Quizás deberían entrenar sus miedos los hombres que llevan el quilombo olímpico y razonar con serenidad. Seguro que la primera medallista de Río, la tiradora de carabina norteamericana Virginia Thrasher, algo así practica.
Si no lo hacen ellos, que lo hagan al menos los responsables de la Federación Española de Atletismo, que deben enfrentarse al caso Mechaal, un asunto en el que se cruzan el dopaje y el miedo a actuar con contundencia. La federación ha amparado el derecho de recurso y réplica del deportista, aun lamentando que afecte al buen ambiente del atletismo español con los éxitos recientes. Ni la federación internacional, que, escamada tras meses de ensalada rusa, ha desechado la fe en las personas para abrazar la frialdad de los datos, ni la Agencia Española Antidopaje, ni siquiera el ministro Méndez de Vigo, que intervino, lo ven igual.
El Ejército brasileño, el miedo lo debe de tener entrenado de antiguo y sería buen maestro. Sus respuestas ante las amenazas son de una eficiencia desoladora: ven cerca de la meta de las bicis una mochila sin dueño y sin dudarlo le colocan un cebo y la hacen explotar. Por si acaso. Las preguntas, después.