El Madrid sigue siendo inmortal
Un eslálom furioso de Carvajal le dio la Supercopa. Antes, Ramos, otra vez en el 93', le llevó a la prórroga. Dignísimo Sevilla hasta que le abandonaron las fuerzas. Suplencia con mensaje de James.
Luis Nieto
As
Fue un triunfo de autor, Zidane, y de arrebato, que está en el himno del Sevilla y en la historia del Madrid. Un gol de Ramos, en el minuto 93, y otro de Carvajal, en eslálom furioso y con remate sutil, llevaron al equipo blanco a la Supercopa. Un título por vía heroica y con una alineación casi desafiante del técnico francés, con los que vio mejor a 9 de agosto de 2016, olvidando la hoja de servicios. Y olvidando a James, un mensaje para el futbolista y para el club. No estuvo entre los once elegidos en un equipo con la baja de siete titulares. La Champions ha investido de autoridad al francés y está dispuesto a ejercerla con firmeza. El Sevilla defendió con dignidad su modelo, que le ha divinizado. Su fin de trayecto fue la fe inquebrantable del Madrid.
Aún no es primavera en el Sevilla, sobre el que los agoreros apuntan un cierto proceso de desnaturalización. La plantilla ha acabado siendo una plaza de toros portátil, que se monta y se desmonta cada poco sin que se altere su apariencia. Pero todo ensamblaje lleva tiempo. Sampaoli tuvo la pelota, el primer mandamiento de su dirección de laboratorio, y le faltó un poco de lo demás: la presión en las barbas de Casilla, ese punto de fiereza que ha hecho del Sevilla un equipo indestructible en Europa y cierto golpe de fortuna.
El proceso de deshielo fue lento y llegó cuando el Madrid ya mandaba en el marcador. Sólo entonces dejó de sosear con el balón y metió cierta velocidad y gracia de medio campo hacia adelante. El gol del Mudo Vázquez, soberbio primer espada de su equipo, lo remendó casi todo antes del descanso. De Vietto no hubo noticias en todo el choque. Fue del Atético, en el sentido más decepcionante de la expresión.
Enfrente hubo un Madrid de posguerra, sin siete titulares, pero bien nutrido de canteranos, que siempre son depósito de compromiso. Con Modric en el banquillo, Kovacic fue un buen servicio de inteligencia durante la primera media hora. El ex del Inter parece haber dado el estirón y en torno a él se agruparon Isco, Lucas Vázquez y Asensio. La presencia de este en lugar de James fue un gesto torero del técnico premiado por el balear con un gol de bandera, un golpe de empeine desde 20 metros que fue abriéndose fatídicamente camino de la escuadra. El remate resultó sencillamente fabuloso. Asensio apunta a jugador renacentista, capaz de manejarse por dentro y por fuera, pero es aconsejable la prudencia. Juega, de momento, para quedarse en la plantilla y no para caminar sobre las aguas.
A partir de ahí, el Madrid, que tenía embridado el partido, fue hundiendo su centro del campo, olvidando a Morata, que sigue sin levantar la voz, enganchado en el fuera de juego demasiado a menudo, y convirtiendo al Sevilla por un rato en la alimaña que un día fue. Aquella cómoda defensa por acumulación se rompió con el zurdazo de Vázquez, una bala perdida que tumbó a Casilla.
Así que el Madrid se vio en un volver a empezar en la segunda mitad, con el equipo muy vencido a la derecha y Lucas Vázquez liderando el efecto rebote. Antes de la llegada de Benzema, el propio Lucas e Isco probaron suerte desde lejos. Tardó un minuto el francés en mandar un cabezazo que no encontró el blanco, en el enésimo envío de Lucas. Y en ese punto de equilibrio sosote llegó el penalti de Ramos a Vitolo, al que ayudó tanto el sevillista como el central con su gesto imprudente sacando el tacón para abortar el recorte.
Para entonces ya andaba en el campo Modric, uno de los tres futbolistas (con Cristiano y Bale) con honores de jefe de Estado en el equipo de Zidane. Con él el Madrid fue otra cosa. El Sevilla pretendió refugiarse bajo los soportales, cediendo el terreno y la iniciativa. No resultó. A la tremenda, Ramos, siempre Ramos, en los terrenos de Morata y Benzema, remató a placer un centro de Lucas, la gran fuente de suministros. Corría el 93', definitivamente el minuto de su vida, y el Madrid se agarraba al salvavidas de la prórroga. Ahí mandó sobradamente, más tras la roja a Kolo. Le anularon un gol a Ramos y creó ocasiones para sentenciar, sobre todo dos de James y otra de Lucas, ante un Sergio Rico impenetrable. El meta estuvo a todo hasta que llegó la genialidad de Carvajal, para probar que la inmortalidad del Madrid es casi científica.
Luis Nieto
As
Fue un triunfo de autor, Zidane, y de arrebato, que está en el himno del Sevilla y en la historia del Madrid. Un gol de Ramos, en el minuto 93, y otro de Carvajal, en eslálom furioso y con remate sutil, llevaron al equipo blanco a la Supercopa. Un título por vía heroica y con una alineación casi desafiante del técnico francés, con los que vio mejor a 9 de agosto de 2016, olvidando la hoja de servicios. Y olvidando a James, un mensaje para el futbolista y para el club. No estuvo entre los once elegidos en un equipo con la baja de siete titulares. La Champions ha investido de autoridad al francés y está dispuesto a ejercerla con firmeza. El Sevilla defendió con dignidad su modelo, que le ha divinizado. Su fin de trayecto fue la fe inquebrantable del Madrid.
Aún no es primavera en el Sevilla, sobre el que los agoreros apuntan un cierto proceso de desnaturalización. La plantilla ha acabado siendo una plaza de toros portátil, que se monta y se desmonta cada poco sin que se altere su apariencia. Pero todo ensamblaje lleva tiempo. Sampaoli tuvo la pelota, el primer mandamiento de su dirección de laboratorio, y le faltó un poco de lo demás: la presión en las barbas de Casilla, ese punto de fiereza que ha hecho del Sevilla un equipo indestructible en Europa y cierto golpe de fortuna.
El proceso de deshielo fue lento y llegó cuando el Madrid ya mandaba en el marcador. Sólo entonces dejó de sosear con el balón y metió cierta velocidad y gracia de medio campo hacia adelante. El gol del Mudo Vázquez, soberbio primer espada de su equipo, lo remendó casi todo antes del descanso. De Vietto no hubo noticias en todo el choque. Fue del Atético, en el sentido más decepcionante de la expresión.
Enfrente hubo un Madrid de posguerra, sin siete titulares, pero bien nutrido de canteranos, que siempre son depósito de compromiso. Con Modric en el banquillo, Kovacic fue un buen servicio de inteligencia durante la primera media hora. El ex del Inter parece haber dado el estirón y en torno a él se agruparon Isco, Lucas Vázquez y Asensio. La presencia de este en lugar de James fue un gesto torero del técnico premiado por el balear con un gol de bandera, un golpe de empeine desde 20 metros que fue abriéndose fatídicamente camino de la escuadra. El remate resultó sencillamente fabuloso. Asensio apunta a jugador renacentista, capaz de manejarse por dentro y por fuera, pero es aconsejable la prudencia. Juega, de momento, para quedarse en la plantilla y no para caminar sobre las aguas.
A partir de ahí, el Madrid, que tenía embridado el partido, fue hundiendo su centro del campo, olvidando a Morata, que sigue sin levantar la voz, enganchado en el fuera de juego demasiado a menudo, y convirtiendo al Sevilla por un rato en la alimaña que un día fue. Aquella cómoda defensa por acumulación se rompió con el zurdazo de Vázquez, una bala perdida que tumbó a Casilla.
Así que el Madrid se vio en un volver a empezar en la segunda mitad, con el equipo muy vencido a la derecha y Lucas Vázquez liderando el efecto rebote. Antes de la llegada de Benzema, el propio Lucas e Isco probaron suerte desde lejos. Tardó un minuto el francés en mandar un cabezazo que no encontró el blanco, en el enésimo envío de Lucas. Y en ese punto de equilibrio sosote llegó el penalti de Ramos a Vitolo, al que ayudó tanto el sevillista como el central con su gesto imprudente sacando el tacón para abortar el recorte.
Para entonces ya andaba en el campo Modric, uno de los tres futbolistas (con Cristiano y Bale) con honores de jefe de Estado en el equipo de Zidane. Con él el Madrid fue otra cosa. El Sevilla pretendió refugiarse bajo los soportales, cediendo el terreno y la iniciativa. No resultó. A la tremenda, Ramos, siempre Ramos, en los terrenos de Morata y Benzema, remató a placer un centro de Lucas, la gran fuente de suministros. Corría el 93', definitivamente el minuto de su vida, y el Madrid se agarraba al salvavidas de la prórroga. Ahí mandó sobradamente, más tras la roja a Kolo. Le anularon un gol a Ramos y creó ocasiones para sentenciar, sobre todo dos de James y otra de Lucas, ante un Sergio Rico impenetrable. El meta estuvo a todo hasta que llegó la genialidad de Carvajal, para probar que la inmortalidad del Madrid es casi científica.