El impresionante despliegue policial no disuadió a los delincuentes

Mar Marín
Río de Janeiro, EFE
El impresionante operativo de seguridad desplegado por las autoridades brasileñas para los Juegos de Río, con más de 80.000 efectivos entre policías y militares, no disuadió a los delincuentes que, literalmente, han hecho su "agosto" en esta cita olímpica.


El temor a contraer el zika o a un ataque terrorista, dos de los temas que más preocupaban a las delegaciones extranjeras, pronto quedaron relegados por el problema de la delincuencia.

La lista de incidentes es interminable a pesar de que Río ha ofrecido durante estas semanas una imagen de ciudad blindada por los camiones militares y las patrullas de policía.

Horas antes de la ceremonia inaugural de los Juegos, el 5 de agosto, un delincuente murió a manos de la policía en las inmediaciones del estadio de Maracaná, supuestamente en un tiroteo tras intentar robar a varios aficionados.

Un mal comienzo que marcó la tendencia de los primeros días de los Juegos: El jefe de seguridad del acto de apertura sufrió un asalto con un cuchillo; el ministro de Educación de Portugal fue asaltado cerca de una sede olímpica en pleno día; un brasileño que se hacía pasar por vicecónsul ruso mató a un ladrón que pretendía robarle el coche...

Uno de los incidentes que más llamó la atención de los medios internacionales fue la bala perdida que se coló en la carpa de prensa de las competencias hípicas, en Deodoro, y que a punto estuvo de provocar heridos. Otra bala perdida fue encontrada días después en los establos.

Un autobús de la organización que trasladaba a un grupo de periodistas fue apedreado en un confuso episodio y algunos resultaron con heridas leves, lo que obligó a escoltar los desplazamientos al complejo deportivo de Deodoro.

Mediada la cita olímpica, tres militares brasileños que colaboraban en las tareas de seguridad de los Juegos fueron tiroteados en el complejo de favelas de la Maré y uno de ellos murió. El operativo policial se reforzó pero los niveles de inseguridad se mantuvieron.

Una periodista turca fue asaltada y agredida en pleno día en Lapa, en el centro de Río, a pocos metros de una patrulla de la policía. Había muchos testigos, pero ninguno la ayudó.

Un grupo de periodistas extranjeros presenció un tiroteo en las proximidades de una favela mientras esperaba un transporte oficial para regresar al parque olímpico.

Periodistas extranjeros se han quejado de que ha desaparecido dinero y algunas de sus pertenencias en las habitaciones sus hoteles.

En medio de esta sucesión interminable de episodios, la versión de un asalto a punta de pistola que inventó el nadador estadounidense Ryan Lochte no parecía descabellada. La realidad, sin embargo, demostró que todo era una invención para justificar una noche de fiestas y excesos.

El escándalo que protagonizaron Lochte y otros tres nadadores de EEUU hizo que pasara desapercibido el atraco, real, que sufrió un nadador australiano en la playa de Copacabana tras pasar otra noche de fiesta. Al regresar a la villa olímpica, fue sancionado por el comité de su país por saltarse el protocolo.

La policía brasileña ha sido meticulosa en extremo con la detonación de paquetes sospechosos. La prensa perdió la cuenta de la cantidad de explosiones controladas que se realizaron en las inmediaciones de las sedes olímpicas. Todas fueron falsas alarmas y en su mayoría eran mochilas olvidadas.

Episodios que tanto el comité organizador de Río 2016 como las autoridades brasileñas han tratado de minimizar y que, según una encuesta del ministerio de Turismo, no han impedido que más del 80 por ciento de los visitantes hayan quedado satisfechos con su estancia en la ciudad y casi el 100 por ciento aseguren que repetirían la experiencia.

Para el presidente interino de Brasil, Michel Temer, no hay motivo de preocupación: Hay "seguridad absoluta" en Río de Janeiro, dijo esta semana.

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