El giro de las FARC
La guerrilla llegó a Oslo hace cuatro años con un discurso incendiario y ha virado hacia un mensaje de reconciliación incluso con las fuerzas armadas
Javier Lafuente
Bogotá, El País
En octubre de 2012, en una sala de un centro de convenciones de Oslo, a miles de kilómetros de las montañas de Colombia, Iván Márquez, jefe negociador de las FARC, agarró un micrófono y durante más de media hora leyó el discurso con el que la guerrilla iniciaba las conversaciones de paz. Un texto, de más de 4.200 palabras, que a los negociadores del Gobierno y a la gran mayoría del país, le sonó agresivo, nada conciliador, propio de una época que el mundo ya había dejado atrás. Un discurso que, cuatro años después, resulta ante todo anticuado para la propia guerrilla, que ha dado un vuelco considerable al menos en la manera de comunicarse. Quedó demostrado en la intervención de su líder, alias Timochenko, el pasado junio tras acordarse el cese al fuego bilateral y lo reafirmó este miércoles el propio Márquez tras el anuncio del acuerdo final.
“Venimos a la mesa con propuestas y proyectos para alcanzar la paz definitiva, una paz que implique una profunda desmilitarización del Estado y reformas socioeconómicas radicales que funden la democracia, la justicia y la libertad verdaderas”, arrancó Márquez en Oslo, que se explayó en la necesidad de reducir la brecha entre el campo y la ciudad: “Dentro de esta dinámica en Colombia, el régimen asesina no sólo con sus planes de guerra, con sus paramilitares y sicarios, sino también con sus políticas económicas que matan de hambre. Hoy hemos venido a desenmascarar a ese asesino metafísico que es el mercado, a denunciar la criminalidad del capital financiero, a sentar al neoliberalismo en el banquillo de los acusados como verdugo de pueblos y fabricación de muerte”.
El tono de Márquez supuso el primera mazazo de las negociaciones. Su contraparte, el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, recordaba en noviembre, en el tercer aniversario del proceso, cómo las primeras sesiones del proceso se hacían interminables con las diatribas de los guerrilleros. Con el paso del tiempo, los líderes de las FARC no solo dieron visos de que querían dejar atrás la guerra, sino también de adaptarse a un mundo que, para muchos de sus miembros, aún es desconocido. “Sabemos que nada se conseguirá fácil o rápidamente. Entendemos que los principales beneficiarios de nuestro esfuerzo serán las generaciones futuras. Por eso extendemos nuestra mano a la juventud. Ella es la llamada a construir el nuevo país y por tanto la más llamada a la defensa de la paz y la reconciliación, a la promoción de un nuevo tipo de actividad política, a la consolidación de la civilidad y la más amplia democracia”, aseguraba Timochenko en junio, durante poco más de 15 minutos, con un tono antagónico al del número de 2 de la guerrilla cuatro años atrás.
En este tiempo las FARC han dado una de cal y otra de manera. Si bien han pedido perdón por crímenes atroces como el de Bojayá, en el que murieron un centenar de civiles después de que volaran una iglesia, no se han movido un ápice la guerrilla es en admitir sus vínculos con el narcotráfico. Las FARC insisten en que su única relación es el impuesto que cobran a quienes operan en su territorio, con el argumento de que protegen a los campesinos, el eslabón más débil de la cadena. Uno de los acuerdos establece la sustitución de cultivos ilícitos, pero queda por ver si la guerrilla ayudará a desmontar las redes del narcotráfico.
Uno de los giros más significativos en estos cuatro años ha sido el de la forma en que han entrado de lleno al mundo digital. “La Comisión de Propaganda pasó a llamarse Comisión de Comunicación”, comentaba en noviembre la guerrillera holandesa Tanja Nijmeijer, alias Alexandra Nariño. Si al poco de la llegada a La Habana las FARC empezaron a difundir sus extensos comunicados a través de un blog, hoy cuentan con una web, un programa de noticias por Internet –pasó de llamarse Noticiero Insurgente a Nueva Colombia Noticias- y casi todos los miembros de la delegación, incluyendo los líderes, tienen cuentas de Twitter. De hecho, algunos han podido entablar y retomar contacto con familiares a través de Facebook.
El cambio en la relación con los militares y su forma de dirigirse y expresarse sobre ellos ha sido capital también para el buen desarrollo de las negociaciones. “Qué bueno sería protagonizar el surgimiento de unas nuevas fuerzas armadas. No más sumisión a Washington, no más subordinación al Comando Sur y no más complacencia con la expansión de bases militares extranjeras en nuestro territorio. No somos causa, sino respuesta a la violencia del Estado, que es quien debe someterse a un marco. (…) En síntesis, que responda por el terrorismo de Estado”, aseguraba Márquez en Oslo. Cuatro años después, trataban codo con codo con su enemigo acérrimo durante 50 años para construir las zonas en las que se concentrarán y comenzarán el desarme. Timochenko se refería en junio así al papel de la Fuerza Pública: “Las fuerzas armadas colombianas, agigantadas en el transcurso de la guerra, diestras en contrainsurgencia y acciones especiales, están llamadas en adelante a jugar un importante papel en aras de la paz, la reconciliación y el desarrollo del país. Fueron nuestras adversarias, pero en adelante tenemos que ser fuerzas aliadas por el bien de Colombia.”
Cuatro años después de aquel discurso de Oslo, Iván Márquez, desde La Habana, cerró su intervención con el tono más conciliador que se le recuerda, con un mensaje incluso para el eterno enemigo extranjero de la guerrilla: "En nombre de las FARC me dirijo a las naciones del mundo pidiéndoles su solidaridad para que el más dilatado conflicto del continente se convierta en un referente del pasado que no debe repetir un pueblo. Y al Gobierno de los EEUU que durante tanto tiempo apoyó la guerra contra la guerrilla le pedimos que siga respaldando de manera diáfana los esfuerzos colombianos por restablecer la paz".
Javier Lafuente
Bogotá, El País
En octubre de 2012, en una sala de un centro de convenciones de Oslo, a miles de kilómetros de las montañas de Colombia, Iván Márquez, jefe negociador de las FARC, agarró un micrófono y durante más de media hora leyó el discurso con el que la guerrilla iniciaba las conversaciones de paz. Un texto, de más de 4.200 palabras, que a los negociadores del Gobierno y a la gran mayoría del país, le sonó agresivo, nada conciliador, propio de una época que el mundo ya había dejado atrás. Un discurso que, cuatro años después, resulta ante todo anticuado para la propia guerrilla, que ha dado un vuelco considerable al menos en la manera de comunicarse. Quedó demostrado en la intervención de su líder, alias Timochenko, el pasado junio tras acordarse el cese al fuego bilateral y lo reafirmó este miércoles el propio Márquez tras el anuncio del acuerdo final.
“Venimos a la mesa con propuestas y proyectos para alcanzar la paz definitiva, una paz que implique una profunda desmilitarización del Estado y reformas socioeconómicas radicales que funden la democracia, la justicia y la libertad verdaderas”, arrancó Márquez en Oslo, que se explayó en la necesidad de reducir la brecha entre el campo y la ciudad: “Dentro de esta dinámica en Colombia, el régimen asesina no sólo con sus planes de guerra, con sus paramilitares y sicarios, sino también con sus políticas económicas que matan de hambre. Hoy hemos venido a desenmascarar a ese asesino metafísico que es el mercado, a denunciar la criminalidad del capital financiero, a sentar al neoliberalismo en el banquillo de los acusados como verdugo de pueblos y fabricación de muerte”.
El tono de Márquez supuso el primera mazazo de las negociaciones. Su contraparte, el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, recordaba en noviembre, en el tercer aniversario del proceso, cómo las primeras sesiones del proceso se hacían interminables con las diatribas de los guerrilleros. Con el paso del tiempo, los líderes de las FARC no solo dieron visos de que querían dejar atrás la guerra, sino también de adaptarse a un mundo que, para muchos de sus miembros, aún es desconocido. “Sabemos que nada se conseguirá fácil o rápidamente. Entendemos que los principales beneficiarios de nuestro esfuerzo serán las generaciones futuras. Por eso extendemos nuestra mano a la juventud. Ella es la llamada a construir el nuevo país y por tanto la más llamada a la defensa de la paz y la reconciliación, a la promoción de un nuevo tipo de actividad política, a la consolidación de la civilidad y la más amplia democracia”, aseguraba Timochenko en junio, durante poco más de 15 minutos, con un tono antagónico al del número de 2 de la guerrilla cuatro años atrás.
En este tiempo las FARC han dado una de cal y otra de manera. Si bien han pedido perdón por crímenes atroces como el de Bojayá, en el que murieron un centenar de civiles después de que volaran una iglesia, no se han movido un ápice la guerrilla es en admitir sus vínculos con el narcotráfico. Las FARC insisten en que su única relación es el impuesto que cobran a quienes operan en su territorio, con el argumento de que protegen a los campesinos, el eslabón más débil de la cadena. Uno de los acuerdos establece la sustitución de cultivos ilícitos, pero queda por ver si la guerrilla ayudará a desmontar las redes del narcotráfico.
Uno de los giros más significativos en estos cuatro años ha sido el de la forma en que han entrado de lleno al mundo digital. “La Comisión de Propaganda pasó a llamarse Comisión de Comunicación”, comentaba en noviembre la guerrillera holandesa Tanja Nijmeijer, alias Alexandra Nariño. Si al poco de la llegada a La Habana las FARC empezaron a difundir sus extensos comunicados a través de un blog, hoy cuentan con una web, un programa de noticias por Internet –pasó de llamarse Noticiero Insurgente a Nueva Colombia Noticias- y casi todos los miembros de la delegación, incluyendo los líderes, tienen cuentas de Twitter. De hecho, algunos han podido entablar y retomar contacto con familiares a través de Facebook.
El cambio en la relación con los militares y su forma de dirigirse y expresarse sobre ellos ha sido capital también para el buen desarrollo de las negociaciones. “Qué bueno sería protagonizar el surgimiento de unas nuevas fuerzas armadas. No más sumisión a Washington, no más subordinación al Comando Sur y no más complacencia con la expansión de bases militares extranjeras en nuestro territorio. No somos causa, sino respuesta a la violencia del Estado, que es quien debe someterse a un marco. (…) En síntesis, que responda por el terrorismo de Estado”, aseguraba Márquez en Oslo. Cuatro años después, trataban codo con codo con su enemigo acérrimo durante 50 años para construir las zonas en las que se concentrarán y comenzarán el desarme. Timochenko se refería en junio así al papel de la Fuerza Pública: “Las fuerzas armadas colombianas, agigantadas en el transcurso de la guerra, diestras en contrainsurgencia y acciones especiales, están llamadas en adelante a jugar un importante papel en aras de la paz, la reconciliación y el desarrollo del país. Fueron nuestras adversarias, pero en adelante tenemos que ser fuerzas aliadas por el bien de Colombia.”
Cuatro años después de aquel discurso de Oslo, Iván Márquez, desde La Habana, cerró su intervención con el tono más conciliador que se le recuerda, con un mensaje incluso para el eterno enemigo extranjero de la guerrilla: "En nombre de las FARC me dirijo a las naciones del mundo pidiéndoles su solidaridad para que el más dilatado conflicto del continente se convierta en un referente del pasado que no debe repetir un pueblo. Y al Gobierno de los EEUU que durante tanto tiempo apoyó la guerra contra la guerrilla le pedimos que siga respaldando de manera diáfana los esfuerzos colombianos por restablecer la paz".